MACDUFF ¡Ah, horror, horror, horror! Ni corazón ni lengua pueden concebirte ni nombrarte. MACBETH y LENNOX ¿Qué pasa? MACDUFF El estrago ya creó su obra maestra. El crimen más sacrílego ha irrumpido en el templo consagrado del Señor y le ha robado la vida al Santuario. MACBETH ¿Cómo dices? ¿La vida? Macbeth, de
William Shakespeare, Acto II, Escena III.
Hubo un tiempo en que leí diversos libros sobre la Soah, es decir la persecución de los judíos por parte de los nazis. Me interesaban sobre manera lo escrito por los propios sufrientes.
Primo Levi es de los relatadores más crudos, pues a su experiencia personal directa se suma las conclusiones éticas y existenciales sumamente agrias pero clarividentes que le acompañaron el resto de sus días. Pero precisamente por esa causa resulta de lo más impactante y preciso analíticamente hablando. Después del holocausto judío, las consideraciones sobre el precio de la vida y de la muerte, o sobre el amor y el odio, o sobre la guerra y la paz, o sobre la resignación y la esperanza, o sobre el arte y la literatura, no fueron ya jamás igual a como habían sido antes.
Nada fue igual después. Todo parecía haber sido puesto en entredicho tras el desvelamiento de la barbarie: la poesía, la literatura, el alegre saber y el gay vivir (por retomar la expresión de Nietzsche) Pues bien, llegó un momento en que, tras leer algunos libros testimonio, tuve que abandonar su lectura porque la brutalidad relatada era abrumadora y desesperanzadora. Mi posición cómoda de ciudadano del
consumo no podía ya más. Pero no sólo la brutalidad de los opresores era demoledora, sino así mismo la ceguera de las sociedades, la competitividad de las naciones, la pasividad de los ciudadanos, la abyección de las doctrinas nacionalistas, la inacción dudosamente espiritual de los creyentes, la complicidad de las Iglesias y de sus episcopados, y el desgarrador y dividido mundo de la cultura, anclado en el estereotipo favorito de que cultura significaba ante todo élite y escaso compromiso con las necesidades sociales.
Si he parado estos días en la lectura del
Diario de Helène Berr es porque en sus letras y en la mano que las guía veo cundir una llama diferente. Una mujer de 22 años que comenzó a escribir un diario en abril de 1942, en plena ocupación de Francia por la Alemania nazi. Una mujer que leía con placer, avidez y reflexión una literatura abundante y riquísima (Carroll, Conrad, Lawrence Sterne, Rilke, Melville, Ibsen, Keats, Tolstoi, Dostoievski, Thomas Hardy y Shakespeare están entre sus autores recurrentes) Una mujer que disfruta de sus estudios de filología anglosajona, de la música, de la ciudad cosmopolita y confiada en la que vive (París), de las escapadas al campo, de las compañías y lances con los chicos, pero cuyas parcelas de goce van siendo cubiertas por una sombra onerosa que le angustia poco a poco, mas no la determina a huir. Helène Berr sufre lentamente la ocupación de Francia y hace de su
Diario un testimonio secreto, dirigido a su novio Jean Morawiecki, que se había pasado a la zona de la Francia Libre de De Gaulle. Sufre así mismo la división paulatina de su familia, algunos de cuyos familiares deciden marcharse del país.
De familia judía acomodada (su padre era director de una industria química) arraigada por más de doscientos años en Francia, su condición culta, burguesa y patriótica no fue garante de salvación. Como para tantos otros compatriotas. Pronto comprueba cómo los alemanes van tomando medidas contra las propiedades de los judíos y ella acusa una mentalización sensible sobre la situación que va generándose, y lo comenta con sus amigos, donde contrastan los puntos de vista, y donde materializa una ética ya definida e inquebrantable.
"...Sparkenbroke me decía: los alemanes van a ganar la guerra. Le he dicho: ¡No!. Pero no sabía qué otra cosa decir. Sentía mi cobardía, la de no defender ya ante él mis creencias; entonces he reaccionado y exclamo: ¿Pero qué será de nosotros si ganan los alemanes? Él hace un gesto evasivo: ¡Bah!, no cambiará nada -yo sabía de antemano que él me respondería esto- Siempre existirán el sol y el agua...Yo estaba tanto más irritada porque en el fondo de mi misma, en aquel instante, sentía también delante de la belleza, la vacuidad suprema de todas estas discusiones. Y sin embargo sabía que cedía a un hechizo maligno, renegaba de mi misma, sabía que me reprocharía esta cobardía. Me sentí obligada a decir: ¡Pero no a todo el mundo le dejan disfrutar del sol y el agua! Por suerte, esta frase me ha salvado, no quería ser cobarde."Helène Berr se entrega también al cuidado de niños de familias deportadas. La persecución que les obliga a llevar la estrella de David prendida en sus vestidos, las leyes que les restan derechos cívicos y las deportaciones paulatinas le hace vivir intensamente el dolor ajeno como propio, y a cuestionarse sus aspiraciones de felicidad.
“Cuantos más afectos tienes, más personas que dependen de ti porque las quieres, o simplemente porque las conoces, más se multiplica el dolor. Sufrir uno mismo no es nada, nunca emitiría yo una queja a propósito de mí, porque todo sufrimiento personal, por el momento es una victoria que lograr sobre mí misma. Pero qué angustia por los demás, por los allegados y por los otros.Comprendo el tormento de mamá, su dolor se duplica, se multiplica por el número de vidas que dependen de ella. Una salud y una alegría sin mezcla sólo son posibles para el egoísta. El hombre que piensa mucho en sus semejantes nunca puede estar alegre.Keats, Carta a Bailey.” Como una premonición, Helène Berr reflexiona sobre los límites de una vida que había sido cómoda y alegre hasta entonces. Y sus consideraciones rezuman una actitud -¿podría llamarse incluso espiritualidad?- limpia, alejada de la fe rígida pero claudicante, simplemente inspirada por la angustia y las dificultades que se van cerniendo sobre la vida de ella y de su familia. Pero de esas reflexiones, Helène saca una fuerza que la mantiene frente a la adversidad.
“¿Habrá muchas personas que hayan sido conscientes a los 22 años de que podían perder de golpe todas las posibilidades que sentían en ellas -y no experimento la menor timidez al decir que yo dentro de mí las noto inmensas, puesto que las considero como un don que he recibido, y no como una propiedad-, de que podrían arrebatarles todo y no rebelarse?”
Víctima de la barbarie, Hélène y sus padres fueron deportados a diferentes campos de exterminio, donde perdieron la vida. Pienso en el golpe terrible sobre todas y cada una de las vidas humanas, propiciadas por la ambición y el racismo. Pienso especialmente en aquellos seres cuya habilidad, ejercitación o genio les hacía especiales y que hubieran dado al mundo nuevos frutos de creatividad y cultura pacíficas, de no haber sido masacrados por los energúmenos de la esvástica. Pienso, por ejemplo, en Bruno Schulz, el pintor y escritor polaco que pagó con su vida no sólo el fanatismo del Estado expansionista alemán, sino que fue moneda de cambio de un ajuste de cuentas entre dos oficiales nazis esclavistas. La degradación no tuvo límite, y algunos quieren todavía olvidar, cuando no negar lo que existió. En este sentido, el Diario de Hélène Berr es un tesoro rescatado que puede interesar en mayor o menor grado, pero que pergeña una personalidad inquisitiva, librepensadora, disectiva y crítica con la sociedad de su tiempo. Un tiempo que culminó su maléfica obra con las portentosas palabras premonitorias de Macduff..horror, horror, horror.