"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 31 de julio de 2008

Engullimiento



Pero la oración no es ya desde hace mucho tiempo su objetivo. Ni siquiera su medio. Ni siquiera su tendencia refleja, aquélla que en su infancia funcionaba como el reloj que respondía a su inseguridad y llegaba en forma de consuelo supersticioso. Hoy a veces es su ira, a veces su enervamiento, a veces su grito, a veces su lágrima que según cae se congela. Se encuentra perplejo por la dimensión de los territorios que sabe que hay dentro de sí mismo y que aún no ha explorado. Se siente admirado y receptivo a las extensiones que desde dentro de él circunvalan su perímetro de fuego. Se siente cansado por la dificultad de comprender a los viajeros que comparten su suelo, por la incapacidad de estos por conocerle a él. Sus raíces le envuelven, pero no acaban de desgastar su efigie risueña. Tal vez la oculten, pero en este encubrimiento su sonrisa no se perderá del todo. ¿Permanecerá sin resignarse, sin ceder, sin rendirse? ¿De qué mineral está labrada su materia aparentemente indisoluble? Tanta liana, tanta cautividad, tanto cerco estrecho, ¿pueden con la talla que lejos de decrecer acaso obligará al medio avasallador a respetarla? Él se descubre así cada amanecer, envuelto en la maraña que los días y los hombres y él mismo tejen en su entorno. Como un Jonás en medio del acontecer se sabe en curso de ser devorado por la selva. Pero puede que el símbolo quiebre. Que tal vez no haya resurrección, que acaso la jungla no le vomite a la playa jamás, que acaso la prueba no le conceda una segunda oportunidad salvífica. Su elemento está destinado a transmutarse en otros elementos. Le acecha la transustanciación definitiva. Se deshará entre la ingratitud, el alejamiento y la defección. La nueva materia de la que forme parte no sabrá ni de memorias ni de olvidos.

domingo, 27 de julio de 2008

Clamor


Es probable que eso sea el tiempo: erosión. Es posible que ése sea el destino: desgaste. Aguantar solitariamente los embates del viento imparable que lo arrasa todo. Del que no se sabe desde dónde sopla, por qué flanco llega. Desaparecer entre la arena que surge de las escamas desprendidas de nuestra propia piel. Permanecer impasibles a ver quién es el último. Confundiéndonos entre la línea del horizonte y el solar yermo. Sin un color diferente que rompa la monotonía cromática. Retorciéndonos sobre una raíz cada vez más débil. Dejadez entre vacíos. Flacidez de los arbustos que apenas resisten. La última diagonal se cubre de una belleza humilde. Es probable, es posible. No hay sombra para los malditos. Acaso ni noche. Los días se deslizan bajo el signo del despojo. ¿Qué fue de la lluvia? ¿Qué del viento que traía frescor? ¿Qué de la luz medida que iluminaba los silencios? ¿Qué de la palabra que rompía el alba con su carga de diamante puro? Peligra la consistencia de los árboles. Su menudencia oculta un arraigo del que nada se sabe en esta hora mortal. Afilados en su desesperada caída, sienten sobre su lomo maltrecho algo mucho peor que la naturaleza acosadora: el abandono. Claman. El roce de sus voces habla. Es posible el despertar. Es probable la redención. Mientras, sueñan que llega la primavera al desierto.



(Fotografía de la mejicana Graciela Iturbide)

sábado, 26 de julio de 2008

martes, 22 de julio de 2008

Erasmo


Os pregunto: ¿puede amar a alguien el que a sí mismo se odia? ¿Puede estar de acuerdo con una persona el que no está de acuerdo consigo mismo? ¿Qué alegría puede proporcionar a otro quien se siente pesado y molesto? Creo que nadie respondería afirmativamente, de no ser más necio que la necedad misma.

Pero, ¿qué pasaría si quisierais prescindir de mi? Que nadie podría soportar a otro. Y, además, cada uno tendría tal asco de sí mismo, que sus cosas le parecerían viles y resultaría intolerable a sí mismo.


Erasmo de Rotterdam. Elogio de la locura.

domingo, 20 de julio de 2008

miércoles, 16 de julio de 2008

El aire


Cada día que pasa el aire le sujeta con más firmeza, tal vez se sorprenda por ello, o apenas lo sospeche, él mismo está perplejo, el aire le cimbrea con el ritmo de sus caricias, le trae rumores, aromas, geografías, no hay roce del aire que no conmueva primero cada zona de su cuerpo, que no recomponga después cada espacio expuesto a la intemperie, él mismo no imaginaba los territorios sin explorar que había dentro de sí mismo, los que se encienden a cada instante de la vida en que existe otra luz para él, los que crecen, fructifican, sangran, vuelan, se incendian o desbordan los límites, el aire no le hace oscilar, más bien le agarra sin que apenas note el asimiento de sus manos invisibles, le sustenta como jamás antes le había sustentado la materia terrestre, el aire le habla cuando parece que no habla, le piensa cuando simula no apreciar su presencia, le siente incluso cuando sentirle cuesta, y él se deja, y él se abre, y permite que el aire le ocupe y se apropie de él, halla lugar allí donde creía que todo estaba ya ceñido por los márgenes de la escasez, o atenazado por el debilitamiento del abandono, no sabe de dónde procede el aire, no sabe por qué le ha situado a él en el vórtice, no sabe desde dónde se renueva, le cuesta imaginar ya el mundo sin ser engullido por el viento, lo considera ya una improbabilidad, qué pretende, qué trae, qué exige, el aire profundo atraviesa todos los pliegues de su piel, acaricia las costras de sus heridas cicatrizadas, lame las más recientes, navega entre sus venas aún fluidas, alimenta su imaginación insaciable, aleja las cercanías o aproxima las distancias, y él se acostumbra cada vez más a un aire cuya textura le amasa y cuya calidez le nutre, y se deja impregnar por los alisios que aún no distingue, por los ponientes que aún no sueña, por los mistrales que aún no valora, y los vientos van quebrando con furor los meandros de su melancolía, van erosionando su tedio inconsistente, van abriendo su caparazón enmohecido, van limpiando las flaquezas de su caos, y él se admira nuevamente de su capacidad para absorber todo el frescor que el aire deposita sobre los alvéolos de sus pasiones, a través de los estratos de su inteligencia, entre los bancales de su curiosidad, sobre las laderas de la meseta desde donde ejercita aún risueño su larga mirada, él se queda atónito ante la receptividad con que acoge la fina corriente, ante la predisposición que le deja paso por los cauces secos de su desierto antiguo e inmemorial, ante el embate arrasador con que busca las grietas volcánicas que llevan al sustrato donde la energía permanecía agazapada, siente que su morada se ventila, siente que el aire hace saltar las cerraduras de su casa, que apenas desde el umbral el viento húmedo empieza a abrir puertas y ventanas, a comunicar estancias, a mostrar la luz que confluye desde todos los puntos cardinales buscando un alma única, y él sabe que no es fácil situar la morada del hombre, ni siquiera para el aire lo es, no es sencillo distinguir la disposición de las habitaciones ni comprender los pasos del habitante ni asumir la artesanía de su búsqueda, pero el aire no pregunta, llega, pasa adentro, se instala lentamente, ocupa, y ya no se sabe bien quién acoge a quién, si el aire al hombre o el hombre a los vientos que le elevan con su espiral, no se sabe, pero un movimiento magnético los retiene, los conforma, los alterna, tal es el poder del destino del viento, tal es la voluntad de la opción del hombre

martes, 15 de julio de 2008

Anti-plegaria



“El primer pensamiento del día, la mejor manera de comenzar bien cada día es, al despertar, pensar si en ese día podemos complacer al menos a una persona. Si esto pudiera admitirse en sustitución de la costumbre religiosa de la oración, los demás saldrían beneficiados con el cambio”


Nietzsche. Humano, demasiado humano, I, 589




lunes, 14 de julio de 2008

Complicidad


Diríase que es demasiado joven para tomar el lugar del príncipe Hamlet. Al mirar la calavera cara a cara, el niño no muestra inquietud. Sólo una somera y concentrada seriedad. Acaso contempla una imagen desde una edad que no supone ni un límite ni un temor. Es la inmensa curiosidad del aprendizaje. Puede pensar ¿es esto lo que hay tras la piel tersa, tras el relleno de tendones y músculos, tras las gesticulaciones, las sonrisas, las miradas? El niño sabe que lleva la calavera incorporada discretamente, en un plano oculto y adornado cuyo efecto no trasciende. Por otra parte, está lejos todavía de valorar la obsesión del adulto inmerso en la pugna por las ambiciones y las soberbias. Lejos de reducir las aspiraciones competitivas y enfrentadas de los hombres a una fría osamenta. Lejos de la aniquilación y el desgaste de la lucha selvática de la especie. Pero esa correspondencia entre la desnudez del infante y el cráneo más puro que juega entre sus manos les hace concesionarios de una complicidad donde la reflexión es el médium. Probablemente, el niño inquiere a la calavera claves que no puede captar si no ha probado y comprobado antes el cáliz de la travesía. La calavera será la misma en ese instante o dentro de setenta años en la vida del niño. No habrá cambiado su fisonomía, su desolación, su símbolo, su devenir orgánico. La interpretación está y no está en ella. Media el recorrido de la vida de un neófito que hará iniciación de todos y cada uno de sus años y de sus experiencias. Hasta el fin. Diálogo oculto de secuaces que se observan distanciadamente. Nadie escucha sus palabras. Nadie se hace eco de sus guiños. Mano a mano, nunca una imagen de espejo fue tan ilustrativa y sincera.



(Pintura del artista simbolista finlandés Magnus Enckell)

sábado, 12 de julio de 2008

El poder del cálamo



cálamo.

4. m. poét. Pluma de ave o de metal para escribir.

(Diccionario de la RAE)



Que no se enorgullezca el sable:
en sus manos el cálamo ha cortado
los alfanjes y espadas de la India;
si por su origen no es más fuerte que ellos,
recuerda que “en el vino hay una fuerza
que no se halla en la uva”

Abu Tammam ibn Rabah de Calatrava

jueves, 10 de julio de 2008

Incubación


Uno empieza con una palabra que le ronda
Tras esa palabra hay otras o acaso ella sola pero que se repite y se repite obcecadamente
Como si quisiera configurarse en una entidad llena de sugerencias
La idea apenas existe o es tan vaga que no se sabe bien si primero es la palabra o la idea
Esa palabra puede empezar a fluir a través de un paseo en una fábrica entre unas sábanas
Lo mejor sería apuntarla y anotar también todo tipo de insinuaciones que arrastre consigo ese término
La mayoría de las veces no se hace esto y la palabra se extravía por el camino
Otras veces llegas a casa y permanece bullendo dentro de ti
Se repite da vueltas quiere que la tomes
Entonces te pones sobre el teclado y surgen hilaciones analogías correspondencias
Palabras que se juntan que se concatenan que se buscan por azar
Inicialmente sin ningún fin en sí mismo
Es como si quisieran encontrar el motivo para la idea
Como si las palabras lo fueran todo en ese principio que actúa en un viaje de ida y vuelta
Por supuesto las palabras tienen significado y entonces empiezas a moverlas en una u otra dirección
Unas veces para arriba otras para abajo otras contra ellas mismas otras al vacío
Algunos vocablos no llegan a nacer y se quedan en tus entrañas
Abortan o simplemente no se ha producido la fecundación pertinente
O simplemente vagan se desplazan como almas incongruentes como cuerpos huérfanos
A las cuatro o cinco líneas te das cuenta de que has formado un sentido
Leve e insuficiente
Pero que te permite avanzar
¿Cómo avanzas?
Simplemente reflexionas diciendo aquí tengo que decir algo más
Diciendo si hay alguien abstracto que empieza a hacer algo concreto es que hay vida detrás Pueden manifestarse elementos naturales
Pueden surgir actitudes gestos sentidos que resultan humanos
Y vienen los vínculos
Si alguien se arrastra es porque no puede levantarse
Es obvio
O porque ya no sabe hacer otra cosa más que arrastrarse
Podrías plantearte por qué ha caído
A veces no te gusta una interrogación directa porque te parece plana
Entonces te sigues arrastrando como la figura que lo hace en el texto
Necesitas sentir las piedras afiladas del camino el calor farragoso y cruel del desprecio o el frío de los abandonos
Necesitas percibir la ignorancia de lo que te rodea
Sentirte dolorido o sediento o agotado
Desde lo físico pasas a las percepciones sensoriales y emocionales
Y a un mundo que consideras de sentimientos aunque desconozcas si los sentimientos configuran un mundo
Y en ese punto concibes que hay alguien inconcreto pero menos etéreo en tus letras
Alguien que podría ser sin ser
Que podría definirse sin que su identificación venga a cuento
Una sombra acaso
Un perfil que va creciendo
En realidad todo es un esbozo
Un ejercicio día a día porque dibujas trazos
Trazas líneas
Alineas contornos en diversas direcciones
Diriges intuiciones sospechas agudezas
Se te ocurre reconocer en la materia de elementos terminológicos y de sintaxis
Rostros humanos
Y entonces sucede lo inevitable que lo humano se rebela contra ti
Pero a la vez te revela el inmenso poder de su manifestación
Donde puedes y debes prospectar mirar alzar sujetar tender afianzar
Para que un boceto se constituya en un dibujo medianamente inteligible
O al menos con cierta coherencia
Ya que ser entendido no es una exigencia de lo coherente necesariamente
Y te quedas flotando en algún punto
Porque te sientes estúpido
Quieres pretendes intentas persigues
Presuntuosamente
Ser un demiurgo de la construcción de las palabras
Pero no pasas de mendigar en tu propio interior


martes, 8 de julio de 2008

Deserción


Se arrastraba fatigosamente, el suelo arañaba sus manos, partículas de guijarros incrustadas sobre una tierra áspera se hendían en su carne, a cada paso de una herida sucedía otro traspiés, otro lamento, en el curso de aquella travesía había hecho dejación de antiguas ilusiones, la renuncia al riesgo demacraba su efigie, la aceptación de la carencia afectiva deprimía su antigua lozanía, el pasado se mostraba como una pieza almidonada que dejaba una estela rígida en su memoria, no sabía si ascendía o se deslizaba cuesta abajo, no advertía los desniveles del terreno, no tenía conciencia del día ni de la noche, su cuerpo se adhería con dificultad pero con un extraño afán de supervivencia al plano que se fundía con ella, reptaba con tesón desesperado, a veces se erguía apuradamente y cuando creía estar erecta se desplomaba sin fuerza, sus contornos se habían diluido en una simbiosis con la materia que ahora le soportaba por inercia, la escasa flora se secaba al calor de su densidad ígnea, sentía el hielo del silencio sobre su espalda, su piel se teñía de ceniza, su volumen se desproveía de miradas, no hallaba punto de referencia donde descansar, en su desplazamiento era ignorada por la lluvia y por el viento, los insectos se ocultaban al percibir su sombra cada vez más inconsistente, las aves carroñeras desistían de su cerco, el sol se fugaba en otra dirección formando un túnel gélido que adquiría la forma sinuosa de su marcha, se arrastraba penosamente ignorada por los elementos más antiguos de la vida, se diría que habitaba el vacío más desconsolado, se diría que el accidente de la apatía moraba en ella, que el dolor de la desidia más acendrada carcomía sus carnes, que la inacción más total se había aposentado en su corazón, se arrastraba impulsada por una leve esperanza, hallar en medio del desierto la palanca que aupara su textura marchita, anhelaba un suspiro lejano, una voz extraviada, una visión que se apiadase de su desplome, cualquier signo que le consolara y justificase su peregrinación abrumada y sin sentido, y en su afán por perderse la tierra se iba abriendo y se desvanecía ante su tránsito, sin saber quién diluía a quién, mientras los sílex puntiagudos que emanaban a la superficie desde las civilizaciones del tiempo rasgaban sus tendones, cuarteaban sus extremidades, untaban en su sangre sus uñas lacerantes.



(Composición fotográfica de DGTLK)

lunes, 7 de julio de 2008

Póstuma de Lilí Brik




1. Habla Viktor Sklovski.

“En la técnica se usa el concepto de peso adherente.
Es el de las locomotoras en las ruedas motrices.
La fuerza de las ruedas motrices es cincuenta veces superior a la de las demás ruedas. Si el peso no se adhiriera, no sería posible que se movieran. El amor es el peso que hace que el hombre se adhiera a la vida.
El amor es una carga útil.
Él se enamoró de ella, por primera vez y a fin de cuentas, para siempre, hasta que no perdiera peso. Ella tenía los ojos castaños, la cabeza grande, era bella, de cabellos rojos, ligera, quería ser bailarina.”





2. Habla Lilí Brik


Mi gigante no era nadie cuando caía entre mis brazos. No me gustaba porque fuera gigante. En realidad, su dimensión me atemorizaba. Tenía que rebajarse, apocarse, sentarse incluso en un rincón del cuarto. Sólo entonces empezaba a considerarle. Para mi era inmenso cuando recitaba sus ocurrencias, aquellos versos que rompían los esquemas del tiempo anterior. Descargas diagonales con las que sacudía las formas viejas y preocupaba a muchos poetas tradicionales e incluso a algunos poetas emergentes. Vladimir era otro cuando me derribaba. Ya empequeñecido en la apariencia, se crecía en el deseo, y era entonces un rapsoda de susurros. Convirtió en poemas su rumor, sus confidencias, sus lamentos apagados, sus angustias dolorosas, sus gemidos de adolescente. Su poesía más íntima, la que sólo escribía sobre mis mejillas, la preservaba para mi. Aunque a él le gustaba manifestar ante los demás la épica, el combate cuerpo a cuerpo con los tiempos nuevos que más tarde resultaron viejos. Su lírica fui yo, y su evanescencia sólo fue tocada por mi. Pero ya se sabe que las vanguardias tienen que demostrarse que van uno o varios pasos por delante. Convertirse en fanal, en acicate, en nueva vertebración, en impulsos que luego nadie sigue, salvo las vanguardias. Porque la rotura y lo nuevo, si es auténtico, duele, cansa, exige. Cuando mi marido Osip supo de mi fascinación amorosa por Vladimir no se sorprendió. En parte porque nuestra sintonía había mermado y hasta desaparecido. En parte, porque respetaba a Maiakovski. Lo aceptó como una prueba más del arte nuevo. Siempre me he preguntado si la atracción entre Vladimir y yo habría sido la misma en otros tiempos que no hubieran sido los del Soviet. Pero los tiempos fueron los que fueron y no nos arrepentimos jamás. Compartíamos arte, revolución y amor. Víctor Sklovski me dijo una vez que Vladimir ligó el destino del mundo con el de su amor, con la lucha por la felicidad única; así me lo dijo. ¿Por qué creíamos tanto en que la revolución tenía que renovar al hombre de cabo a rabo? No sólo por el pasado tiránico que el país había conocido, no sólo por las miserias y las humillaciones, no sólo por la degradación de la moral o porque la moral existente hasta entonces no era ya sino hipocresía y caos. Creíamos en la revolución porque la vinculábamos con nuestra mística especial de artistas prospectantes. Con la necesidad de generar hombres nuevos. Sin el arte no concebíamos los cambios radicales. Vladimir necesitaba los versos como su expresión más necesaria, pero quería los versos para que la revolución tuviera una expresión también genuina, sincera. Decir que quería los poemas para los obreros puede parecer hoy una quimera o sonar demagógicamente. Pero la fuerza de la palabra en Vladimir era como la fuerza de su amor. Ambos iban de la mano, se nutrían mutuamente. Yo no se lo ponía fácil. Pasaba de mis caprichos a mis melancolías, de mis superficialidades a mis indagaciones, de la fiereza a la dulzura, de la inconstancia a la exigencia. Tal vez esos altibajos, esas desproporciones de mi personalidad, eran un estímulo amoroso y creativo para él. Cuando nos encontrábamos me recitaba sus últimas creaciones antes que a nadie, a veces las repetía, me observaba. Si yo permanecía en silencio él dibujaba una mirada de extrañeza, en ocasiones colérica, temiendo que yo no le hubiera interpretado. Entonces volvía a recitarlas, ponía otro tono más angustioso, le brillaban los ojos y le saltaban incluso las lágrimas. ¿Quién iba a esperarlo de aquel gigante tenaz y enérgico? Entonces comprendí que nada tiene que ver la apariencia con una fortaleza interior donde los sentimientos y las emociones revelan al ser puro, puro en cuanto materia tal cual; impuro y contradictorio en cuanto materia en transformación. Y yo entonces le amaba tanto. Si él me mecía entre sus palabras, yo le acunaba entre mis caricias. Y hacíamos un verso nuevo de nuestro amor. Los alejamientos y las proximidades echaban un pulso a nuestra apuesta. Siempre salíamos adelante. Cuánto tiempo ha transcurrido desde lo desposeído, cuánto desde lo traicionado (su muerte) Salvo la dimensión intemporal del recuerdo, en el que he seguido ahondando tantos años después. Ya no soy la misma del cartel que Rodchenko y el mismo Vladimir imaginaran. Yo he sobrevivido para no hacer baldío el testamento moral de Vladimir. Para que sus últimas palabras demostraran una constancia real, más allá de sus trazos sobre el papel. Le he seguido amando más allá de su desgarro. Todos dejamos de ser un poco o un mucho cuando él nos abandonó en la vida. Pero él lo decidió. Ah, y por favor, sin comentarios. Al difunto le molestan enormemente (lo dijo él mismo)



3. Habla Sklovski, de nuevo.

“Murió rodeando su propia muerte de señales luminosas, como el lugar de una catástrofe, después de haber explicado cómo perece la barca del amor, cómo perece un hombre, no por un amor infeliz, sino por haber cesado de amar. “


(Vladimir Maiakovski nació el 7 de Julio de 1893 en Bagdadí, Georgia)







(Para quien le interese, hay dos posts en La antorcha de Kraus, de fechas 8/02/07 y 2/04/07 sobre el tema)

domingo, 6 de julio de 2008

El aire



¿Por qué me está mirando
el aire? La mañana es clara.


(El vuelo de la celebración. Claudio Rodríguez)

viernes, 4 de julio de 2008

A cuatro patas


A veces se busca mejor a cuatro patas. Se está más cerca del suelo. Justo donde las imágenes son menos altivas. Donde la correspondencia con otras especies revela dimensiones improbadas. En un tiempo y un mundo en que las gentes se elevan sobre alturas cada vez más aisladas, reconforta la maniobra. Hay atracción por otra medida de las cosas, hay sugerencias ocultas, hay indagación por otras comprobaciones. El ejercicio admite un nuevo hábitat. Todo el suelo es un territorio compartible. Los reptiles se sentirán felices de que por fin los humanos hayan descendido de los árboles de la ciencia del bien y del mal. Demostración del nuevo aprendizaje. Volver a los orígenes para reconsiderar modestamente las nuevas posibilidades conductuales y éticas. Alimaña o hembra en celo, cada individuo, una vez más, se siente atrapado por su imagen. En el signo de los tiempos campa más que nunca Narciso. Todo el mundo quiere verse reflejado en alguna parte de la luna para sentirse palpable. La falsa mirada no puede suplantar nunca el poder del tacto, por ejemplo. Deberíamos saber a estas alturas que los sentidos no son compartimentos estancos. Que no aportan por sí solos la dimensión integral de los cuerpos y de las perspectivas. Un toque insincero no revela el calor del otro cuerpo. Una mirada superficial no descubre al que se tiene enfrente. Un gusto alterado no comprueba el sabor de un alimento encarnado. Una escucha fugaz no retiene la profundidad del sonido ni de las pronunciaciones que verdaderamente dicen. Un olfato alejado no percibe el rayo de las feramonas, por ejemplo. Acaso el humano, alarmado ante la quiebra de la propia consideración sensorial, propugna el retorno a las cuatro patas. Algo tiene de conciencia, algo de experimento, algo de conjura teatral. La Woodman lo entendió muy bien. Y se puso a prueba.

(Fotografía reptilínea de Francesca Woodman)


jueves, 3 de julio de 2008

Toque


No cabe el paisaje entre tus ojos. Una partícula de cielo te abruma. Una mota de viento te enajena. No te entran los territorios ulteriores. ¿Por qué el miedo a perder parcelas de ti misma que nunca conquistaste? Todo te fue concedido por azar. El tiempo que no cesa. El origen que se perdió alguna vez entre las ingles de tus padres. El olor a madreselva en las noches de estío. Un fluir de agua rompiendo los remansos, un agitar de chopos, los ligeros gemidos en la alcoba vecina. El horizonte quedó atrás. Hoy todo es reflejo. La expresión de un eco de largo recorrido. La sintaxis de una memoria a saltos, apenas interpretada. Y de pronto el desconcierto. Sentirte hecha. Vagamente llena. Múltiple pero inabarcable. ¿Cómo dirías que son las madrugadas donde lo ausente se hace constancia? Mides los recursos que te proporcionan tus manos. Turbulenta cascada de dedos que palpan tu rostro, que sujetan tu garganta, envuelta en el collar de tus cabellos zainos. Antes de saberte real del todo. ¿Te tientas o te ofreces? Tu desnudez llama a la puerta del que espera. Afectación entregada. ¿Qué toque de tu piel va a levantar arpegios que erizarán la sangre del desconocido? La circular sorpresa que te embarga se torna inexpresiva. Palidez sin llanto. Lejana crueldad la de un destino que no entiende de fechas, del que jamás se sabe si reside en el principio o en el devenir de las cosas. Brusca naturaleza donde se iluminan las expectativas o se parten las esperanzas. Demasiada extensa la vista. Fijando tu mirada en un punto donde contemplas el vacío te sientes más segura. Pero hay voces que rugen. Palabras lejanas que han volado hasta tu pecho. Un clamor que descolocará la rigidez impasible y obcecada que exhibes. Pura fachada. Envuelta en un gesto que simula descuido, contemplas y oyes y recibes las ofrendas prometidas por la vida. Excesivo paisaje para tu mirada huída. Receptiva y terca.


(Lilya Corneli pone la foto)


martes, 1 de julio de 2008

Ausencia


Los principios de verano le traen al hombre la memoria de los finales de verano. De qué manera los extremos del arco del tiempo se han fundido en su mente es un misterio. La llegada expectante y pusilánime a la ciudad del Norte se disolvía en veinticuatro horas. Justo el tiempo para hacerse a nuevos olores, a nuevos paisajes, a otros tipos y a diferentes costumbres. Impregnarse de la novedad era fácil, desproveerse de la disciplina anterior más sencillo todavía. Luego, un largo período, lento pero repleto de vivencias e intensidades. Calarse hasta la médula del entorno suponía para él un renacer al que se hacía con comodidad. Luego, el disfrute, en un paréntesis no sólo temporal, sino generacional. Los adultos, en su mundo secreto y conflictivo. Él y los otros niños, navegantes de la fragilidad y el albedrío incontrolado. Entonces, ¿por qué el hombre -el niño de ayer- recuerda más el último día que el primero? Por la culpabilidad que originaba en él la desposesión que le confundía. Por la renuncia forzada, la conciencia del acabamiento, el sentimiento de la pérdida. Todo había sido suyo y de pronto un atardecer dejaba de serlo con el crepúsculo, para preparar la maleta e iniciar el retorno. Nunca fue tan íntimo el acto de la meditación improvisada. Ni los árboles, ni los ríos, ni los prados, ni las lechuzas, ni los insectos de la noche volvían del todo con él. A la orilla del arroyo, su corazón era un desgarro. Después vendrían muchos más a lo largo de su vida. Fue entonces cuando se configuró en él aquella impronta magmática. Decidió que su consistencia quedara allí, aunque su apariencia regresara a la normalidad. Andando el tiempo, un poeta canadiense, Mark Strand se lo representó de la manera más visual que cabe imaginar...

En el campo
soy la ausencia
de campo.
Siempre
es así.
Dondequiera que esté
soy lo que falta.

Muchos años después, en su recóndito rincón, el hombre se mantiene en su lema. Una promesa. Un ofrecimiento. Un pulso. Una decisión. Sin vuelta atrás.


(Niño ante pájaro negro, pintura del pintor expresionista alemán Emil Nolde)