"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 31 de agosto de 2008

Libro de horas de K



La lenta hora de la opacidad del día, además de silente es devoradora. Una corriente de aire fresco le agita. Entonces los fantasmas del deseo atosigan al hombre. Le perturban. Ve desplazarse al viento, que hace correr las nubes, que cimbrea los juncos del río, que erige polvaredas en los campos segados. Intuye con un estremecimiento que algo permanece inconcluso ese día. Sabe que queda camino por recorrer, a pesar de que él sigue sentado sobre las lajas de pizarra de la ladera, esperando. La quietud se revuelve dentro de él, le traiciona. Entonces muta su color. Le prende cierto desasosiego. Enciende una tea y busca. Busca en el paisaje de los alrededores. Los hombres convertidos en libros, las palabras trasuntadas en infelicidades, las imágenes fijadas yaciendo marchitas, los silencios desposados por las sombras. Percibe un comezón en la piel, le pican las sienes. Se alza y registra los estantes de su pabellón de hallazgos seculares. Encuentra un libro que contiene un tesoro ignoto para muchos. Reproducciones de los dibujos eróticos de Gustav Klimt. Un libro antiguo, artesanal, del que apenas deben permanecer pocos ejemplares, rescatado de la legendaria biblioteca de la ciudad de K., sobreviviente a los malditos bombardeos purificadores. Lo salvó una mujer que pasaba en el momento justo por el lugar y por su vida. Lo deposita levemente sobre la mesa, evitando el desplazamiento violento del polvo. Abre un poco más la llave del quinqué. La luz resalta los trazos. Profundiza las concavidades de los cuerpos. Sus dedos nerviosos tiemblan sobre las hojas apergaminadas. Abandona su visión miope a las estampas descoloridas, tenues. El tacto de sus dedos prolonga el recorrido de las láminas. Como si quisiera acariciar algo más que el papel. Demasiado sepia para su mirada. Demasiado intenso para la reverberación de su sed. Al paginar las hojas, salta la fotografía de una mujer de tez morena, cabello oscuro y medio rizoso, asomada a una terraza, envuelta en un jersey de cuello alto. Una mujer que eleva su cuello para contemplar las estrellas y que parece estar contándolas, como quien cuenta los días que faltan para la renovación. Él la mira con perplejidad, como si la reconociera, y no puede dejar de contemplarla. En el envés de la fotografía, el destello de unos trazos ágiles, medidos, inhiestos.

Me vierto sobre ti
al caer
las sombras.
Me diluyo entre tus senos
prospecto el alma que late
entre tus ingles
y pongo los dedos
en tus labios.
No digas nada
simplemente pídeme
con tu mirada
la sangre
para compartirla.

El hombre lee en alta voz, como si quisiera sentir una y otra vez el efecto de las palabras sobre su corazón. Luego, enmudece y escucha su propio eco. En ese momento, deja de lado la lujuria estéril. Repite el poema como si se tratara de una plegaria. Toma una pluma y se dispone a escribir el mismo texto. La mano se alza decidida, pero se detiene. Se dirige al umbral de la puerta y busca los ojos de la mujer en la negritud de la noche. Garabatea signos en el vacío y pronuncia un nombre que sólo él sabe.



Aforismos oblicuos


Con cada rayo de luz que se filtra al amanecer por la persiana se filtran infinidad de pensamientos. Unos se aceptan por un rato, otros se desechan de modo reflejo. Unos se encarnan recurrentes, otros huyen recurrentes también. En unos nos solazamos, en otros nos insatisfacemos. Pero todos, todos, invaden ágiles y posesivos -como la luz sobre la habitación donde has dormido- las estancias del cerebro.


Imaginar que se sueña; soñar que se imagina. La ecuación vale para romper el tedio.


No ha llegado el alba y la memoria se pone en acción. ¿Acaso la memoria tiene sus horas, sus transcursos, su sentido particular del tiempo? ¡La memoria es el tiempo!


¿Cuántas veces entramos en conflicto con nosotros mismos en cada intervalo de nuestro acontecer? Cuantificar las contradicciones y los desequilibrios sería computar la angustia. Cabeza borradora dixit.


Explorar lo que tiene lugar dentro de nosotros no es nada objetivo. Puede que carezca de validez científica, pero está lleno de conocimiento. Y para cada individuo, aunque no baste, es irrenunciable.


¿Alguien había advertido lo categórico que resulta un aforismo? Pretende disponer de la flexibilidad del gamo, pero tiene cuerpo de armadillo. ¿Define en él la forma al contenido? Como en otras especies, todo cuerpo está dotado para cubrir sus propios objetivos de lucha y supervivencia. Y el aforismo lo sabe.


Ve la luz y mira para otro lado. ¿Porque le ciega o porque no sabe qué contemplar?


Cada construcción racional, por muy lógica y argumentada que esté con datos, se ve acosada por las veleidades de la sorpresa. El fin al que se pretende llegar en un discurso con frecuencia resulta imprevisto. Y es que el camino es largo, la meta no siempre clara y la noción que presuntamente definía el recorrido puede alterarse sobre la marcha. Esto es válido tanto para la filosofía, especulativa o no, como para la legislación o para la investigación científica. Se acierte o no en el objetivo alcanzado en relación con lo propuesto, lo positivo del instinto -que ha permanecido agazapado mientras tanto- es que nos estimula a comenzar de nuevo.


Alteraba el mundo exterior dentro de su mente para poder vivir en él. No le importaba excluirse de las normas, de los usos, de las conductas que regían lo de fuera, porque él fijaba las propias. El precio para reconciliarse consigo mismo era el aislamiento. El problema surgió cuando pretendió que los demás se comportaran en función del mundo donde él estaba instalado. Entonces, los demás salieron corriendo y él sigue errando en su absentismo.


Contemplar la geometría oblicua de las luces y de las sombras sobre los edificios le fascina. Es como si estos sólo existieran por la mitad. Como si todas las arquitecturas fueran inclinadas. Cuanto más se marca el sol, más aguda se torna la sombra. A sus ojos, fachadas y patios interiores juegan a relevos. Él se ve a sí mismo en esa perspectiva diagonal, como ve a los otros humanos.


Preservar imágenes. Codificar pensamientos. Depositar reflexiones. Instalar argumentos. Unificar ilusiones. Mover deseos. Desarrollar ocurrencias. Abrir cajones de las sorpresas. Suscitar curiosidades. Indagar en los agujeros ocultos. Transportar emociones. Una labor inquieta e inquietante de archivero cotidiano de la vida. Todo parecido con lo rectilíneo y encajonado es mero espejismo. Lo suyo es laberíntico, pero al menos es un laberinto vivo.


(Ilustraciones de los creadores de comics Schuiten & Peeters)

sábado, 30 de agosto de 2008

Exégesis del sueño



La noche arrastra a la mente. La desata. La deja volar: suena la hora del abandono. Frente a su cama, el amparo de un cuadro de Franz Marc. Extraño como casi todas las pinturas de los expresionistas alemanes del siglo veinte. Los caballos azules y rojos, el león, la casa amarilla, los prados encendidos, las superficies ondulantes, la mujer entregada a sí misma que cruza los brazos sobre su regazo. Y la desproporción, la inconexión, las dimensiones que fluyen contra las medidas del canon. Como en el fabuloso edén del Génesis, Marc dispara el reflejo de una convivencia posible donde el caos se erige en categoría onírica. La marca de un mito. Síntesis de una protección donde la vida se reconstruye noche a noche. Símbolo del reencuentro preciso para renovarse. Pero hay noches en que el hombre es desafiado por el insomnio y mira el cuadro una, dos, diez mil veces. Siempre prospectando segundos planos, escudriñando diagramas ocultos. La esposa rosácea se acuna, amparada por la armonía de las especies. ¿Lo mece a él? ¿Le posee? ¿Arrulla una ausencia? ¿Encarna la esencia de la evasión necesaria en cada nocturnidad? ¿Es ése el eje del mundo de representaciones y sueños de cada individuo? El hombre insomne se siente acechado por las horas estériles. Como recurso alternativo trata de leer, pergeña sugerencias en una libreta, revuelve los papeles de sus cajones, abre carpetas, indaga en los registros de su memoria. De pronto, salta a su vista la dedicatoria de una mano que le significa hondamente y que le impacta sobre manera. Una mano que interpreta su sueño. Un corazón que late detrás con mucha energía y que se entrega. Unas letras perfumadas que calman su desasosiego. Repasa el trazo de su caligrafía vertical, cuyas vocales y consonantes se erigen una sobre otra libres, independientes, pero cálidas. Tiende sus dedos, sujeta la tarjeta y lee el haiku, como si emanara desde la profundidad del cuadro:

En mi regazo
más allá de la noche
el sueño sigue.


V.D.

El león aprestado, los dóciles caballos azules y rojos, las laderas carmesí, las olas de la tierra, la mujer en cuya propia entrega vibra. El hombre se desvanece en el paisaje. La exégesis está servida.

Aforismos del agosto tardío

La nobleza de cumplir años. Sólo los que nunca han apreciado su cuerpo, o lo han estimado escasamente, -los insatisfechos, los obsesos, los prejuiciosos, los que no han sabido mirarse, los olvidadizos de sí mismos- temen cumplirlos.


Mirar un cielo limpio. No dejar de mirar y ver cómo se cubre de nubes. Contemplar el amontonamiento simpático de éstas. Luego, como se cubren unas a otras. Más tarde, cómo desaparece el cielo. ¿No suena a vida misma?


Hay quien vive con advertencia sobre advertencia. Necesita, por lo tanto, que las cosas no funcionen nunca. Si no, ¿de qué advertiría?


También hay quien vive de reproches. Siempre me ha intrigado esa práctica inicua e injusta del reproche. Sacar trapos viejos, echar en cara deslices, recordar actitudes que vaya usted a saber si estaban equivocadas. Con frecuencia olvidan que a ellos se les reprochó demasiado. Tal vez no han aprendido la lección. Acaso no comprendieron nunca que en la vida hay que volver la oración por pasiva con frecuencia. Ante las actitudes sufrientes en la propia carne, reproducir conductas generosas y sobre todo aproximativas.


Hay gentes que piensan que ya aprendieron demasiado. Que eso sucedió en los viejos tiempos, cuando eran jóvenes. Ahora identifican estar instalados con saber. Y sin embargo, comprender el aprendizaje de uno mismo es seguir aprendiendo. El saber no nos propone un límite en la curiosidad.


Mirar atrás, mirar adelante. Un equilibrio difícil, desigual. Dos platillos de la balanza donde no se sabe si hubo más gravedad en el pasado o si habrá más densidad en lo que queda por venir. Donde nosotros no tenemos claro si somos el fiel o si encarnamos el peso que vamos a tener que sobrellevar.


La manía por imponerse al otro. Una correspondencia frustrante con uno mismo.

Ejercicios de tolerancia. Una asignatura pendiente. Una materia que nunca se impartió ni en muchas familias, ni en ninguna iglesia, ni en escuela ni universidad conocidas, ni en los estamentos administrativos o de gobierno. Producto de la excepcionalidad -un padre o una madre que han aprendido de la vida, un cura perdido y de vuelta del dogma, un maestro mal visto, un catedrático irregular, un funcionario a contrapelo, un político inusual- quien haya tenido la suerte de recibir el mensaje de la tolerancia se verá obligado moralmente a compartir su actitud con los otros el resto de sus días. A este tipo de individuos yo les estoy enormemente agradecido.

viernes, 29 de agosto de 2008

El asombro de la muerte



¿Es la misma fotografía tomada desde distinto ángulo? ¿Es un pulso entre el blanco y negro y el color? ¿Es una transposición temporal? La asombrosa semejanza entre ambas fotografías, ¿quién la produce? ¿El fotógrafo testigo que estaba allí? ¿Las costumbres aldeanas? ¿Los rituales de la muerte? ¿El acontecimiento de la muerte misma? La primera está tomada en 1950 en un pueblo extremeño, Deleitosa, por el fotógrafo estadounidense William Eugene Smith, y la segunda por un fotógrafo actual en un pueblo georgiano castigado por la reciente invasión rusa del país. Más de medio siglo de por medio y es como si sólo las diferenciara el color. ¿El color? El color dominante es el negro en ambas. Sólo cierta emulsión y técnica las distingue. Ni las actitudes, ni los gestos adustos, ni la tristeza vital -no sólo la motivada por la muerte de un familiar- , ni las posturas de quienes rodean al difunto, ni el rigor del velatorio, ni el asombro contenido de las mujeres, ni la circunspección del momento, ni la ubicación de las figuras, ni los lutos severos, ni el abigarramiento del conjunto, ni el dolor de la memoria, ni el dolor de la agresión inmediata, nada de lo que es obvio o sospechado separan ambas tomas. Sorprende la dignidad de la escena. La grandeza de un resignado estar. La serenidad asumida. El control del lamento. La entrega a una mansedumbre forzosa. Pero si se observan los rostros por separado casi se puede acceder al pensamiento y a la turbación ahítos de gravedad, de decoro, de duda, de odio, de indefensión. Sabemos que las motivaciones inmediatas tienen matices. En la foto española, la miseria es la asesina. En la foto georgiana, además de la miseria lo es también el crimen bélico. Y no olvidar que en la foto española el crimen de guerra hacía escasamente once años que se había además acabado de perpetrar. Luego no hay apenas diferencias. No es la defección de una vida lo que vincula ambas imágenes. Sino las causas comunes en que los habitantes de la tierra sufren la ignominia, el hundimiento y el infortunio. ¿Se han dado cuenta de que en ambas instantáneas la muerte es hombre y las mujeres son las supervivientes? Por supuesto, la historia y la etnología nos darían explicaciones de por qué aparecen los personajes que aparecen y en qué roles circunstanciales. Pero a mi me interesan los símbolos. Símbolos que caducan desde la profundidad de un féretro. Símbolos que se revuelven silenciosos desde unas vestimentas de duelo. En España, los símbolos devinieron en signos de transformación. En Georgia, queda un largo o corto camino, según, para que críen aves de otros vuelos.

jueves, 28 de agosto de 2008

lunes, 25 de agosto de 2008

Inédita de Vladimir M.



Estimada Lilya Urievna. He leído cinco veces su carta. En cada lectura se apodera de mi una emoción reincidente. Leo lo mismo y leo algo diferente. Es como si tras su curso lineal los significados se multiplicaran. ¿O es mi deseo de escuchar lo que implícitamente se encuentra en ella pero usted lo cubre con un tul enigmático? Usted dice que estamos hechos de fisuras. ¿Sabe? No se sorprenda, Lilya Urievna. Al igual que en los movimientos tectónicos de la Tierra, nuestra geología personal se va haciendo. Hay quien piensa que procedemos de un estado bruto cuando nacemos y que vamos afinándonos a lo largo del tiempo. ¿Afinándonos hacia dónde? ¿No será más bien que vamos descubriendo nuestras superficies abruptas y ahondando en nuestras profundidades desconocidas, sin acabar de conquistar ni unas ni otras? Es evidente que en las vidas humanas sucede como con la naturaleza en general. Hay elevaciones, hay depresiones, hay resquebrajamientos, hay llanos. Hay contracciones, en fin, porque nada permanece estable de una manera ideal. Nos nutre el perpetuo movimiento incandescente que se proyecta de manera concéntrica sobre todas las esferas de nuestras conductas, actividades y comportamientos. Lo que en ocasiones da la impresión de armonía, apacibilidad o simple quietud, características que la gente denomina normalidad, con frecuencia son simulaciones, consensos o sencillamente un dejar hacer. Siempre me he preguntado si los humanos somos sustancialmente diferentes al resto de la materia de la que está formada el planeta. Si nuestras formas, cuya apariencia revela un derroche de energía, movilidad y dispersión, son algo superior a las que rigen los bosques, las otras especies o los sustratos que sostienen nuestros pies. ¿No somos más bien reflejos, adaptados y adecuados a nuestras características, del resto de elementos y seres que conforman la totalidad diversa, bruta y sutil de la naturaleza? Dice usted en su misiva, mi estimada Lilya Urievna, que no sólo nos reconocemos en lo pulido del mármol, sino en las divergencias del mineral y en sus espacios huecos. Usted da en la clave, mi apreciada amiga, y eso me hace feliz porque creo que a su vez usted me comprende. El reconocimiento por la obra terminada con frecuencia es algo efímero, porque siempre deseamos conformar otra obra. Y tampoco es fácil ponerse de acuerdo en la calidad, objetivo y significado de lo pulido. Sin embargo, en el esfuerzo por tallar nuestras aristas escarpadas, en el ejercicio por ahondar en las galerías subterráneas de nuestra personalidad, en la demostración de nuestras debilidades, confusiones y quiebras cuando tratamos de acercarnos al otro es donde verdaderamente nos comprendemos y posibilitamos el sentimiento entre los individuos. Coincido con usted en que el conocimiento no es un relámpago. Un relámpago es simplemente el aviso de la energía desencadenada que llega detrás y que, ésa sí, está cargada de conocimiento, de comprensión y de fuerza cuya dimensión apenas se intuye con las fugaces centellas iniciales o los bramidos exagerados del trueno. La sangre de la naturaleza humana es un eco de la sangre circulante y embriagadora de la naturaleza total. Comprender esto es vital para sentirnos arropados, para no sucumbir a las incomprensiones y desaciertos, y para no ser pasto de la melancolía destructora. Discúlpeme, Lilya Urievna, pero no dude usted. Poner en cuestión los lugares comunes y las vulgaridades que asolan y separan el diálogo entre los humanos es necesario, útil y liberador. Pero en su fuero interior, no dude de usted misma, ni de aquel que se siente estimulado por su presencia. Cuando vuelva usted a Moscú medirá de otra manera sus inquietudes, que yo agradeceré comparta conversacionalmente conmigo. Volveré a leer por sexta vez y ávidamente su carta. Con ella, como con mis propios poemas, a cada relectura se me muestra alguna luz nueva, por leve o insensata que sea.


N.B. Huelo en el papel de su carta un ligero aroma que presumo procede de usted misma. Mi amigo Petrov-Vodkin me mostró en su estudio unos hermosos cuadros que, a buen seguro, tendrá especial gusto en mostrarle a usted. Por cierto, ¿sigue inmerso en sus negocios su esposo Osip Brik?

domingo, 24 de agosto de 2008

La comba


El impulso, la habilidad, la insistencia. Cada salto parece semejante, pero es distinto al anterior. Alzarse y dejarse caer sin tropezar con la cuerda. Apartar el cuerpo justo cuando ésta se halla a punto de rozar los pies. Sortear el instante de la certidumbre. La cuerda: el tiempo, el acontecer, la vida. Saltar a la comba: el deseo de un guiño lúdico que contagie toda la existencia desigual y compleja. Que la desafíe incluso. La fortuna y los desaciertos apenas se perfilan en el ejercicio temprano. Pero el adiestramiento se proyecta y se torna una prueba de permanencia frente a los riesgos. Prevenirse. Aunque se pierda fuerza, aunque flaquee la tenacidad, aunque el cansancio merme el ánimo, no dejarse pillar por la soga. Procurarse tentar, comprobar, motivar, sorprender. Saltar a la comba: un acicate y un ritmo. Tal vez una canción. Y cuando los años disuelvan el valor de lo inmediato, hacer de la memoria un baile de gratitud. Como dice la letra de Paolo Conte:

Sul ritmo scuro di una danza
Piena de sogni e di sapienza
La donna accoglie il suoi ricordi...



(Graffiti en una calle de Coimbra)

miércoles, 20 de agosto de 2008

Ruta de perplejos


Primero, el destello de una noche olvidada.
Después, una vorágine de cielos encendidos.
Más tarde, la cascada de sabores
una pléyade de visiones que no cesan
y una infinidad de registros que se transforman en ecos.
Siempre en pie la mirada inicial.
Curiosidad latente.
Sortilegio con la luz.
Pulso de la sangre con las tinieblas.
Honda respiración.
Crepitar de suspiros.
Preguntas sin interrupción.
Alma que se entrega.
Senda de los instintos.
El hombre perplejo prosigue.


martes, 19 de agosto de 2008

Invocación a sí mismo



Búscale detrás de cada álamo de la arboleda,
o entre los agujeros de sus troncos antiguos.

Registra su huella dentro de las oquedades de los eremitas
que abandonaron sus soledades hace siglos.

Mira tras las estatuas de la plaza,
cuyo mármol es enteramente núbil.

Adéntrate hasta lo más frondoso de las higueras,
donde un niño te verá llegar temeroso de ser descubierto.

Indaga en las aldeas de adobe perdidas entre dunas,
te guiará el olor acre de su pereza.

Recorre los claustros desvalidos y en ruinas
a través de los cuales sólo deambulan las estrellas.

Si escrutas los ribazos de los ríos
hallarás su presencia entre cañaverales y endrinas.

Al ascender al arcaico poblado abandonado
sabrás que mora allí dialogando con la sombra de sus habitantes.

Acércate al frío páramo donde no hay protección,
donde todo está a la vista sin que nadie lo vea.

En cualquier lugar del mundo de sus días
él se ocultará de los demás para esperarte.

lunes, 18 de agosto de 2008

Fruta del día


La calidez de la noche de verano se desploma sobre el cansado cuerpo. Cansancio de la repetición, del runrún, de lo que se tiene como ya sabido. Acaso solamente de la orfandad por lo extraviado o de la ansiedad por lo no aprehendido. La poeta Aurora Duque define con un particular estado anímico la clave y nos propone:


Tienes que vivir vidas. No la tuya,
no sólo la acordada,
también las aledañas, las pospuestas,
las previas, las futuras.
Las quiero todas ya, recolectadas,
a punto de morder, de entrar en boca,
de ablandarse en la lengua.
En esa cesta hay uvas esenciales,
cerezas infantiles,
húmedas fresas que prometen bosques,
ese sabor a verde ciruela del verano
y una pulpa dorada, inmasticable.
Cómete ya tu propio
cerebro fatigado:
es la fruta del día.

domingo, 17 de agosto de 2008

Haiku de Porto


Elevas alto
tu tierna decadencia;
dame cobijo.

Haiku feraz


Portal fecundo,
¿desde qué árbol crece
tu fronda feraz?

Haiku huésped


Ante su puerta,
mi golpear ya urgente:
susurros quedos.

Haiku librario


Altar del libro:
arquitectura sacra,
tentar las letras.

Haiku nostálgico


Viejos recuerdos,
las fechas son ya mitos.
Conspiraciones.

Haiku recóndito


Al escondite:
mil árboles aguardan
palpar tu cara

Haiku columbino


La ciudad vieja:
las aves mendicantes
lamen el río

Haiku púnico


Cascos y lanzas
¿quién gana las batallas?
Pasan las nubes

Haiku lúdico



Noche de danza,
expectante mirada:
ladran los perros.

Haiku abajo





Caída sin fin;
una carrera loca.
Renacimiento.




Haiku acuático


Siempre el fluir:
la bestia fantástica
se lleva dentro


sábado, 16 de agosto de 2008

Haiku cordial



Llamas de sangre
un cerco de espinas
rasga el deseo


Haiku del ave


Majestuosa
ave del paraíso
estoy a tus pies



Haiku viajero


Nada hay recto;
todo son sendas curvas
¿y el piloto?

Haiku argentado


Rostro de plata,
en las aguas remansan
furias y celos.

Haiku dual


Sobre la pared
un rostro a dos bandas
con cuál me quedo.

Haiku ferroso


Roca de hierro:
las amarras le atan
al agua calma.

Haiku nublado


Ojos ocultos:
mas el vuelo de aves
lleva destellos.

domingo, 10 de agosto de 2008

El hombre laberíntico


El mosaico exhibe sus teselas uniformes. La silueta las desborda, las recorre, las traspasa. La figura se muestra inacabada. Inmersa en una danza donde la vida se define -inquieta e insegura- desde un único trazo. La raya aparece una vez más como una curvatura continua. Todo está abierto, la representación se comba. No se sabe bien si todo este manierismo nace o si se acrecienta o si se aboca al final.¿Se revuelca en alegría o se retuerce entre alaridos? ¿Huye del horror o persigue la calma? ¿Aleja los fantasmas o se parapeta ante la incertidumbre? Los puntos de entrada y salida del contorno lo convierten en la encarnación propia de un laberinto. El sujeto ocupante y el territorio ocupado se incrustan sobre sí mismos. Dos polos paralelos definen su sentido. No están lejos, no se ignoran, no se desdeñan. Pero se precisan dilatados para que el laberinto sea un escenario y a la vez se desplieguen todas las vivencias posibles. El movimiento, la orientación, los cambios harán de la figura una acepción vital. Un laberinto móvil.



(Foto: Graffiti en la bajada a la estación de Metro de San Bento, en Oporto)


domingo, 3 de agosto de 2008

Olimpíadas de Beijing, el Gran Fiasco




































Occidente, capitulación. Ése podría ser el gran titular. Porque el negocio es demasiado poderoso como para renunciar a él. La influencia del Estado chino, extraordinariamente desmesurada. El comercio y las exportaciones no deben sacrificarse por ninguna causa justa, es decir, a ninguna causa que no se deba al negocio en sí. La industria deportiva, una inversión de múltiples ramificaciones. El tanteo delicado en la política internacional vive al día, y nadie quiere arriesgarse a pasos en falso que cuestione hegemonías y proporcionen recambios arriesgados. Las Olimpíadas se consagran una vez más como parte de este mundo de macroeconomías donde lo mediático se erige en mamporrero del motor productivo. El negocio se nos mostrará una vez más disfrazado de espectáculo, de deportividad, de competición y de pacifismo de naftalina. Pero en realidad lo que sucede es que nadie quiere saber nada de lo que no sea business. ¿Qué importan los Derechos Humanos? ¿En qué Bolsa cotizan y producen dividendos? La Gran Fábrica de las Órdenes y los Acatamientos ha sido puesta al día con el mayor rigor en China a lo largo de todo el tiempo de preparación de los Juegos Olímpicos de Pekín. Como en los años más férreos y gloriosos del Gran Timoner, aunque la senda del capitalismo con la aquiescencia y participación del Estado pudiera habernos hecho creer que con el libre mercado también sería viable la democracia. Pero no. Todas las medidas que las autoridades chinas han tomado últimamente para evitar que se trasladen fuera de sus fronteras las disidencias, las protestas o las reclamaciones de los ciudadanos que no piensan igual que el Gran Hermano de Beijing han adquirido el tono más altamente represivo que podamos imaginar. El control tajante y prohibitivo del uso de internet, con el acuerdo de los propietarios de los buscadores y con el silencio cómplice de todos los gobiernos, la intervención de los periodistas desplazados o el aleccionamiento a la población por si los turistas les hacen preguntas, deja chica la imaginación del más agudo Georges Orwell de 1984. Pues miren, yo estoy triste y enfadado. ¿Mi granito de arena de protesta? De momento, no colgarme como incauto de la transmisión del acto de inauguración de las Olimpíadas. Suena a rabieta, pero ya se sabe lo que puede esperarse de uno: que la mitad de mi tiempo me la pase indignado y la otra mitad resistiendo a la ignominia, al ataque a la libertad y a la hipocresía de las democracias occidentales. Tal vez algún día, los Juegos Olímpicos sean otra cosa.


(El fotógrafo y perfomista chino Zhang Huan pone con sus gestos el lenguaje de los hechos)





sábado, 2 de agosto de 2008