"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 29 de junio de 2009

Las valijas olvidadas


A veces hay extrañas maletas que se extravían. Maletas que contienen útiles cotidianos, prendas, recuerdos, cartas, documentos, incluso tal vez la memoria de un amor. A veces hay maletas que no parecen maletas. Formas incomprensibles como ignorado es lo que trasladan en su útero. Valijas misteriosas, contenedores de apariencia frágil, insólitas cajas cuya capacidad resulta indescifrable. Estructuras endebles que desafían los vacíos. Bártulos raros cuya procedencia es un enigma. Cuyo secreto permanece bajo llave, sin que haya mano ajena que ose abrirla. Mas, ¿qué mano tiene carta para destapar legítimamente su arcano fondo? Y entonces la maleta permanece postergada, luego encubierta, más tarde olvidada, finalmente desconocida. Y en ese tránsito hacia la probable inexistencia, perdida su identidad en algún oscuro rincón de almacén, lo que lleva en su interior no se diluye. Solamente espera. Tal vez, la vida misma.

domingo, 28 de junio de 2009

De trampantojos

trampantojo.
(De trampa ante ojo).

1. m. coloq. Trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es.

Esta definición, probablemente bastante desconocida, que da la RAE, sobre un término, seguramente bastante ignorado hoy día, siempre me entusiasmó por sus variantes conceptuales. Miento. Lo primero que me gusta es el vocablo. Exige un esfuerzo especial para pronunciarlo. Y emite un sonido moderado de percusión. Más. Grandilocuencia. Más. Expectación. Más todavía. Esta palabra acontece en una fusión. ¿No es maravillosa la capacidad de la lengua castellana para fundir y refundir palabras? Lo siento, lo reconozco, lo confieso. Pero no mea culpa. Sin hacer de menos a ningún idioma, pero me siento un entusiasta de la lengua castellana. Inseguro a veces, no siempre fiel, pero por ignorancia no por mala voluntad. Iba a decir que incluso un patriota, pero ¿puede y debe uno ser un patriota de la lengua propia? ¿O acaso una matriota, puesto que la lengua es madre, aunque la palabreja no se admita? Acaso, aunque sin banderas ordinarias ni de colores políticos ni doctrinarios,por favor. O en todo caso, con los colores de las letras, que de por sí ya son iluminadores, representativos y permisivos. No hago colonialismo alguno de este afán por utilizar la lengua. Sé que incluso la traiciono, pues me gusta jugar demasiado con ella y digo barbaridades que no gustarían a los doctores de la RAE. Pero reconozco que la capacidad de síntesis, de ahorro lingüístico, de matiz que nos proporciona la lengua castellana es un tesoro. Y algunos la ignoran. Ahí tenemos la letra ñ como un nuevo grafismo que en su tiempo revolucionó el alfabeto. Por no remontarnos más atrás. Por esa misma razón, me enrabieta ver cómo se usan giros innecesarios y redundantes tales como al día de hoy cuando con decir hoy ya es suficiente.


Salvado este desahogo particular, vuelvo al trampantojo. ¿Quién no se ha fijado alguna vez en esas fachadas de edificios donde se simulan ventanas inexistentes? ¿Quién no ha visto un gran telón cubriendo una fachada en obras representando los balcones o la portada artística que se está limpiando detrás? Un paseo por nuestras ciudades descubre siempre un trampantojo fijo, sobre todo en edificios antiguos, y alguna variante de trampantojos provisionales que desaparecerán tan pronto el objeto de ocultamiento quede listo para su visión definitiva. Los trampantojos integrados en las fachadas o medianerías de las casas van desapareciendo a medida que el edificio se hace viejo y se especula con él. Los trampantojos circunstanciales y en tela seguirán existiendo, pero nada que ver con el carácter firme de los tradicionales. Podríamos decir incluso que trampantojo trampantojo sólo existe uno: el integrado. Ése es el que verdaderamente engaña al ojo. Al que el ojo cuesta reconocer como elemento falso. De los trampantojos provisionales se advierte enseguida que no son sino una decoración, un telón teatral que obra como apaño para dulcificar un hueco o una fachada huérfana.


Por extensión, la palabra trampantojo podría utilizarse para otras actitudes o comportamientos que no son de edificios de arquitectura. Son aquellos que cada vez tienen más aceptación entre los deteriorados edificios humanos, bien por sus quiebras físicas o de autoestima o de desentendimiento. La cirugía estética de los cuerpos, la publicidad, la demagogia de los políticos, los sucedáneos del amor, las reductoras doctrinas eclesiásticas...Todo ello, ¿para qué? Se pretende que para afrontar las deficiencias propias de cada individuo o estamento. Pero, de hecho, no son sino un rasgo de ocultación, por interés económico o de influencia o de desafección. Cuesta mirar la vida en directo y de frente. Yo me quedo con la trampa que engaña a mi ojo de verdad. Cualquier parecido con la realidad puede o no ser coincidencia. Las cosas no son lo que parecen, jamás. Están en otro plano, siempre. Pero, ¿si yo fuera Magritte diría aquello de c’est n’est pas un trampantojo?

sábado, 27 de junio de 2009

Pensamiento


Parece que llegaras
desde lejano lugar

que en una vuelta de la senda
te hubieses detenido
cansada
de tanto tedio y de tantas sombras

a esperarme



(Composición de Mariza Tahro)

miércoles, 24 de junio de 2009

La sombra de las letras



...era una sombra anónima de las letras, y quien le conociera diría que probablemente fuese él y que, aunque el lenguaje se manifestara oscuro y denso como su sombra, proyectaba no obstante, desde abismos donde nadie se había asomado jamás, el hombre atormentado que llevaba dentro, y esa penumbra enigmática no se afirmaba por el simple hecho de unos ejercicios de lectura que desvelaban sus horas de reposo, ni se mostraba en la ocasión tentadora de identificar ante los demás sus escritos, que él rechazaba por reflejo, sino que daba en sumergirse en la tradición más antigua, donde los nombres desaparecen, donde se ignora qué texto lo escribió quién, donde solamente se reconoce a los viejos recitadores, o bien ha perdurado la incierta transmisión que tenía lugar en los hogares, insólito espacio donde los relatos se habilitaban, donde los argumentos crecían según la imaginación o el deseo de quienes auspiciaban a que las historias llegasen un poco más lejos, y a él le parecía proceder de aquella tradición, nunca aclarada, nunca revelada, como si siempre se hubiera mantenido prendida aquella fragua de pasión de las letras invisibles, donde los golpes sobre el yunque repetían sonidos análogos y en ocasiones confusos, si bien el destello de la fricción de las palabras podía salpicar también con nuevas luces los oídos atentos, sobresaltar vigilancias enervadas, agitar desenlaces aplazados, revolver nombres y lugares, y en esa reelaboración donde no siempre el metal más duro es el que pervive, y donde la aleación más dúctil puede instalar un lenguaje nuevo, él molduraba los significados para extraer la sustancia, y tejía extrañas connivencias y tramas, para seguir agazapado al socaire de los elementos que trataban de condicionar su mente quimérica, de apaciguar su bestiario, de interceptar los pasos o impedir sus exploraciones más afanadas, y aquella sombra que se levantaba por las mañanas sin haber reposado lo suficiente, contemplaba ajeno su rostro desastrado, pulsaba contra el espejo su denso y podrido aliento al alcohol de las horas largas y borrosas, mientras sujetaba con una mano el ardor de la boca del estómago, mientras esgrimía un rictus de malestar que sólo deseaba ser curado con más veneno, y entonces, en aquella decadencia inconsciente, en aquella euforia donde flotaba sin controlar ya sus expresiones ni su argumentario, volvía a pensar en textos sinuosos, simplemente porque creía que su cerebro era depositario de las esencias de la tradición oral, y que no era preciso mayor depuración sino la que el eco de los días casuales aportaran a la andadura de los hombres...


(Fotografía de Dieter Appelt)

martes, 23 de junio de 2009

Solsticio



El solsticio nos cubre
haciendo de la noche serena
un conjuro.
Sin gestos advertidos, sin rituales.
Entregados al cómplice silencio
del asombro.
Pulso en que la luz gana
efímeramente
a la oscuridad.
Dimensión que invoca
los misterios.
Callados pasos
al encuentro de la vida
deseada.



(Cuadro de Frantisek Kupka)

sábado, 20 de junio de 2009

El lector


Tal vez no esté perdida toda esperanza. Lo infrecuente no es lo inexistente. Dejándose atizar por un sol compasivo, el niño ha tomado el banco. Tal vez se fuga tras un misterio, una indagación, una curiosidad. En definitiva, en pos de una irresistible atracción cuyas claves permanecen reservadas tanto a él como a cada lector. Haciendo un corte de mangas al desasosegante estrés infantil, que abunda, el chaval campa a sus anchas. Puede tratarse de una lectura pasajera, de espera, de reencuentro consigo mismo. Probablemente sea efímera. Mas acaso lo efímero se repita más veces al cabo del día, pasando los días. Entonces ya es frecuencia. Si el soporte cambiara, la reflexión ¿sería la misma? ¿Es el libro la seña de identidad para la elaboración del pensamiento profundo? ¿O va quedando desplazado? ¿Es la matriz donde se funden todas las figuras que nos rondan? ¿El crisol de todas las influencias? Son preguntas de mayores cuyas respuestas siempre son relativas y dudosas. Los desafíos del futuro tendrán que ser arrostrados, sin temor, pero también sin claudicación. A los que nos gusta leer, nos gusta el verbum impreso. La quintaesencia, lo aparentemente frágil pero lleno de vigor. Aunque nunca compremos bestsellers. El niño ni se enteró del paso del fotógrafo accidental que pateaba las calles de su ciudad esta mañana.

Dios como excusa


¿Qué otra cosa puede ser Dios, ese concepto ambiguo que igual sirve para un roto que un descosido en las tres religiones del Libro? Pues una sublime excusa. La excusa del poder de los clérigos y de las fuerzas que se adhieren a ellos. Tanto en el mundo cristiano como en el judío y en el musulmán, el Dios monoteísta es la coartada. Sólo les diferencia a los tres Dioses una etimología. Y después, sus matices. Ni siquiera hay una moral diferente. La moral es del mismo talante: reside en la fiscalización y ordenamiento de las conductas de los individuos, sin margen para su libertad personal ni para su realización. Los clérigos son históricamente los agentes de conducción, los vigilantes de las conciencias, los castradores de la creatividad. Una moral sólo matizada por los eventos de la historia, que pueden haberla flexibilizado más en unas zonas del mundo que en otras. Dios, además de pretexto, es sobre todo el dominio. En su nombre se azuza a que los hombres entren en guerra, a que los siervos no se liberen, a que la libertad sea un pecado, que el hombre no se construya nuevo.


Ciertamente, hay muchos más clérigos que los de las religiones del Libro. Las castas en el Egipto milenario pugnaban con el Faraón o se proveían de él. En las sociedades democráticas, hay clérigos laicos también, indudablemente. Pero al menos hay reglas del juego que permiten a los ciudadanos libres tratar de contenerlos.

Estas reflexiones radicales me vienen al magín mientras leo noticias de los últimos acontecimientos en Irán. Sucesos sobre los que nos iremos informando próximamente. La pugna entre dos conceptos de sociedad, la basada en la excusa teocrática y la fundamentada en el concepto de civilidad y de democracia modernas. Casi nada. Por supuesto, las ambiciones políticas y militares, las maneras de conducir por parte de los ayatolás del poder la economía y la política de un país de vasta y rica cultura como es Irán y la búsqueda a cualquier precio y arriesgadamente de un lugar en la hegemonía de la zona, son el mar de fondo de la gran coartada de Alá en aquella tierra.

En solidaridad con todos los que estos días luchan en Irán contra el golpe de estado totalitario de los ayatolás gobernantes, ejecutado a través de la falsificación de los resultados electorales y de un control férreo del ejército, invoco el poder del individuo y de su libertad, frente a lo tribal y religioso.

Dice el poeta persa Omar Jayyam:

Si es la naturaleza obra del hacedor,
¿por qué se permitió en ella excesos y defectos?
Si resultaba hermosa, ¿por qué, pues, destruirla?
Si hay rostros poco hermosos, ¿de quién será la culpa?

viernes, 19 de junio de 2009

Inquisición


Dime que cuando callas, no eres ausencia.
Dime que cuando suspiras, no eres nostalgia.
Dime que cuando no miras, no es que estés ciega.
Dime que cuando rozas, no eres el viento.
Dime que cuando agarras, no es que te hundas.
Dime que cuando gimes, no es el dolor.
Dime que cuando ardes, no es el infierno.
Dime que cuando gritas, no son tus miedos.
Dime que cuando caes, nadie te vence.
Dime que cuando irrumpes, nadie te fuerza.
Dime que cuando sueñas, yo no te sueño.


(Trabajo del fotógrafo inglés Alvin Booth)

miércoles, 17 de junio de 2009

Tao de la desnudez



¿Te provees
o eliminas lo accesorio?

No siempre despojarte
permite que veas mejor
tu intimidad.

No siempre revestirte
aumenta el conocimiento
de ti mismo.

Difícil espiral
la danza de la desnudez
de las palabras.


(Fotografia de Elizabeth Opalenik)

sábado, 13 de junio de 2009

Lo imprevisto



Pero al amanecer
todo era brisa

lo imprevisto

un paisaje abierto

y las venas hablaban
y la piel se extendía
y el aroma era un velo
y la mirada una llama

convergente

viernes, 12 de junio de 2009

El asombro


A veces el asombro se aproxima
encarnado en los elementos

otras el asombro se ofrece
en bandeja de fortuna

pero sólo una vez llega
como una convulsión

siente el asombro
apoderándose de ti

no habías descubierto
que fluía por tu sangre agitada
desde el principio de los tiempos

sin reconocerte hasta ahora en él



(Foto de Eikoh Hosoe)

miércoles, 10 de junio de 2009

Diálogo transparente



Un diálogo subterráneo. Hay dos figuras, dos representaciones, dos referencias. Una se contempla en la otra. Un tanteo, tal vez un pulso. Más allá de si una es de carne y hueso y de si la otra es un mero maniquí, ambas hablan, se confidencian. Una trata de persuadir a la otra. Una mano en su cadera le dota de materia personalizada al muñeco. Más, esgrime la otra mano en una gestualización inequívoca.Y convergen en un punto dual, acaso complementario, donde la atracción mutua queda fuera de duda. Un contacto donde el muro transparente juega doble papel. Atracción y rechazo. Resolución e indecisión. Aceptación y desengaño. Obviamente, la mujer rubia de este lado del escaparate puede vivir sin aceptar la oferta. Pero el maniquí es orgulloso y tenaz, no ceja en lanzarle tentaciones. Tras la prenda se agazapa un pasado, se revive una época, se actualiza una moda. No sé si todo vuelve ni si hay nada nuevo bajo el sol. Como desde una hornacina de culto, el modelo sin rostro guiña a la mujer joven. Intenta traducir su mirada. Susurros que tan solo los interesados en el coloquio pueden captar. Al fin y al cabo es su objetivo. Tal vez su seducción. Pero ¿y si el seducido es precisamente ese modelo opaco y sin rostro del interior? Puede que lo que persiga sea adoptar la personalidad de la mujer de calle. Salir de su aislamiento. Desvestirse de la obligación. Y sentir con viveza y calidez lo que no siente en el interior del comercio. Ser como la joven que le observa. El maniquí se esfuerza por exhibir su percha excesivamente rígida. La hechura, la entalladura, la caída, el diseño, la terminación, todo resulta que ni a medida. Una medida fría, inmóvil. No siente la gracia ni el tacto ni el movimiento que la mujer puede aportar a la prenda. Ésa es su esclavitud. No pasar de ser un mero soporte, dependiente de la mirada exterior. Extraordinarios los vínculos, efímeros a veces, entre los viandantes y las figuras inertes. Las calles están repletas de intercambios secretos entre las figuras pasivas de los escaparates y las vidas cálidas de las aceras.

domingo, 7 de junio de 2009

La barbarie de los otros y la barbarie de los nuestros


Como respuesta no respondida a Stalker, transcribo este texto hallado recientemente en la revista virtual DDOOSS de la Asociación de Amigos del Arte y de la Cultura DDOOSS, de Valladolid. Su autor es Francisco Fernández Buey, catedrático de Filosofía del Derecho, Moral y Política, en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Enseña Historia de las Ideas y Filosofía Política desde 1.994. Y además es amigo. Este texto es la primera parte del artículo “Las nuevas cruzadas de los niños”. Se puede leer entero en http://www.ddooss.org/


“Muchos libros se han escrito criticando la barbarie de los otros cuando bombardean nuestras ciudades, las ciudades de nuestros padres y de nuestros hijos. Y otros muchos también denunciando la barbaridad que representan las guerras en que eso ha ocurrido. En ellos se ha inspirado gran parte de la literatura anti-belicista o pacifista europea y norteamericana del siglo XX. Pero el espíritu crítico, anti-militarista y pacifista, parece decaer cuando hay que hablar del bombardeo, planificado por los nuestros, de ciudades en las que habita el enemigo, o sea, los padres, madres, hijos e hijas de los otros. En lo que llamamos Occidente la cantidad y calidad de los libros que denuncian, desde dentro, la brutalidad de los bombardeos de ciudades como Dresde, Tokio, Hiroshima o Bagdad, perpetrados en nombre de la Libertad y de la Democracia , no guardan relación con lo se ha escrito sobre las barbaridades de los ejércitos enemigos. Y no digamos con lo que se ha filmado en EE UU, particularmente con la segunda guerra mundial como fondo.

Todavía hoy cuando alguien escribe con rigor documental sobre los horrores del bombardeo de la ciudad de Dresde en 1945, o acerca de la brutal insensibilidad con que el Estado de Israel ha bombardeado ciudades palestinas, ha de hacer frente a una objeción recurrente: "Eso es hacer el juego al nazismo; eso es olvidarse de la barbarie que significó el Holocausto; eso es pacifismo mal entendido". En tales circunstancias se sobreentiende que el patriotismo o el aliancismo ha de estar por encima del anti-belicismo y que la conciencia política manda callar a la conciencia moral.




Y, sin embargo, no debería ser difícil darse cuenta de que si hay un pacifismo de verdad ese es el que empieza con la denuncia de las barbaridades que los nuestros perpetran contra las poblaciones civiles de los otros. El pacifismo de verdad suele ser precisamente aquello que quienes perpetran las matanzas de los padres y los hijos de nuestros supuestos enemigos llaman mal entendido. El otro pacifismo, el de la denuncia exclusiva de los horrores que causaron entre los nuestros los bombardeos del adversario en la guerra es pacifismo accidental o instrumental. Pues la sustancia del pacifismo, como se ha dicho tantas veces con razón, es precisamente no querer matar. Y, por extensión, claro está, no querer masacrar o aniquilar a los prójimos más débiles del otro bando por malvados que sean los dirigentes de las víctimas.

Si entender esto es relativamente fácil, actuar (o escribir) en consecuencia resulta difícil. Del dicho al hecho hay mucho trecho. Y resulta difícil no sólo porque los poderes dominantes han defendido siempre lo contrario sobre pacifismo y anti-belicismo, acogotando casi siempre a quienes disienten, que también, sino porque en circunstancias extremas --y los bombardeos de ciudades siempre lo son-- se pone en funcionamiento ese tremendo muelle psicológico ancestral que viene a decirnos, en el momento decisivo, que, tratándose de "enemigos" (aunque sea población civil), algo habrán hecho, y, como algo (malo) habrán hecho ellos, sus razones tendrán nuestros dirigentes para ordenar lo que han ordenado.


Si a la razón que, una vez puesto en funcionamiento el muelle psicológico ancestral, se les supone invariablemente a los dirigentes (políticos y militares) en tiempos de guerra se añade la instrumentalización, cada vez más patente, de las grandes palabras de nuestra tradición humanista (libertad, democracia, liberalismo, socialismo) el mal moral queda hecho y lo que sigue socialmente suele ser silencio. Por eso son pocos los que se atreven a levantar la voz contra la barbarie de aquellos a quienes consideramos los nuestros. Viene así a ser ley de aplicación general que el número de los que protestan contra las guerras que inician los nuestros sólo empieza a crecer cuando llegan, desde las ciudades que previamente bombardeamos, los cadáveres de nuestros hermanos y de nuestros hijos."

viernes, 5 de junio de 2009

Diario, de Hélène Berr



MACDUFF

¡Ah, horror, horror, horror! Ni corazón ni lengua pueden concebirte ni nombrarte.

MACBETH y LENNOX

¿Qué pasa?

MACDUFF

El estrago ya creó su obra maestra. El crimen más sacrílego ha irrumpido en el templo consagrado del Señor y le ha robado la vida al Santuario.

MACBETH

¿Cómo dices? ¿La vida?


Macbeth, de William Shakespeare, Acto II, Escena III.



Hubo un tiempo en que leí diversos libros sobre la Soah, es decir la persecución de los judíos por parte de los nazis. Me interesaban sobre manera lo escrito por los propios sufrientes. Primo Levi es de los relatadores más crudos, pues a su experiencia personal directa se suma las conclusiones éticas y existenciales sumamente agrias pero clarividentes que le acompañaron el resto de sus días. Pero precisamente por esa causa resulta de lo más impactante y preciso analíticamente hablando. Después del holocausto judío, las consideraciones sobre el precio de la vida y de la muerte, o sobre el amor y el odio, o sobre la guerra y la paz, o sobre la resignación y la esperanza, o sobre el arte y la literatura, no fueron ya jamás igual a como habían sido antes.

Nada fue igual después. Todo parecía haber sido puesto en entredicho tras el desvelamiento de la barbarie: la poesía, la literatura, el alegre saber y el gay vivir (por retomar la expresión de Nietzsche) Pues bien, llegó un momento en que, tras leer algunos libros testimonio, tuve que abandonar su lectura porque la brutalidad relatada era abrumadora y desesperanzadora. Mi posición cómoda de ciudadano del consumo no podía ya más. Pero no sólo la brutalidad de los opresores era demoledora, sino así mismo la ceguera de las sociedades, la competitividad de las naciones, la pasividad de los ciudadanos, la abyección de las doctrinas nacionalistas, la inacción dudosamente espiritual de los creyentes, la complicidad de las Iglesias y de sus episcopados, y el desgarrador y dividido mundo de la cultura, anclado en el estereotipo favorito de que cultura significaba ante todo élite y escaso compromiso con las necesidades sociales.




Si he parado estos días en la lectura del Diario de Helène Berr es porque en sus letras y en la mano que las guía veo cundir una llama diferente. Una mujer de 22 años que comenzó a escribir un diario en abril de 1942, en plena ocupación de Francia por la Alemania nazi. Una mujer que leía con placer, avidez y reflexión una literatura abundante y riquísima (Carroll, Conrad, Lawrence Sterne, Rilke, Melville, Ibsen, Keats, Tolstoi, Dostoievski, Thomas Hardy y Shakespeare están entre sus autores recurrentes) Una mujer que disfruta de sus estudios de filología anglosajona, de la música, de la ciudad cosmopolita y confiada en la que vive (París), de las escapadas al campo, de las compañías y lances con los chicos, pero cuyas parcelas de goce van siendo cubiertas por una sombra onerosa que le angustia poco a poco, mas no la determina a huir. Helène Berr sufre lentamente la ocupación de Francia y hace de su Diario un testimonio secreto, dirigido a su novio Jean Morawiecki, que se había pasado a la zona de la Francia Libre de De Gaulle. Sufre así mismo la división paulatina de su familia, algunos de cuyos familiares deciden marcharse del país.

De familia judía acomodada (su padre era director de una industria química) arraigada por más de doscientos años en Francia, su condición culta, burguesa y patriótica no fue garante de salvación. Como para tantos otros compatriotas. Pronto comprueba cómo los alemanes van tomando medidas contra las propiedades de los judíos y ella acusa una mentalización sensible sobre la situación que va generándose, y lo comenta con sus amigos, donde contrastan los puntos de vista, y donde materializa una ética ya definida e inquebrantable.

"...Sparkenbroke me decía: los alemanes van a ganar la guerra. Le he dicho: ¡No!. Pero no sabía qué otra cosa decir. Sentía mi cobardía, la de no defender ya ante él mis creencias; entonces he reaccionado y exclamo: ¿Pero qué será de nosotros si ganan los alemanes? Él hace un gesto evasivo: ¡Bah!, no cambiará nada -yo sabía de antemano que él me respondería esto- Siempre existirán el sol y el agua...Yo estaba tanto más irritada porque en el fondo de mi misma, en aquel instante, sentía también delante de la belleza, la vacuidad suprema de todas estas discusiones. Y sin embargo sabía que cedía a un hechizo maligno, renegaba de mi misma, sabía que me reprocharía esta cobardía. Me sentí obligada a decir: ¡Pero no a todo el mundo le dejan disfrutar del sol y el agua! Por suerte, esta frase me ha salvado, no quería ser cobarde."




Helène Berr se entrega también al cuidado de niños de familias deportadas. La persecución que les obliga a llevar la estrella de David prendida en sus vestidos, las leyes que les restan derechos cívicos y las deportaciones paulatinas le hace vivir intensamente el dolor ajeno como propio, y a cuestionarse sus aspiraciones de felicidad.

“Cuantos más afectos tienes, más personas que dependen de ti porque las quieres, o simplemente porque las conoces, más se multiplica el dolor. Sufrir uno mismo no es nada, nunca emitiría yo una queja a propósito de mí, porque todo sufrimiento personal, por el momento es una victoria que lograr sobre mí misma. Pero qué angustia por los demás, por los allegados y por los otros.

Comprendo el tormento de mamá, su dolor se duplica, se multiplica por el número de vidas que dependen de ella. Una salud y una alegría sin mezcla sólo son posibles para el egoísta. El hombre que piensa mucho en sus semejantes nunca puede estar alegre.

Keats, Carta a Bailey.”

Como una premonición, Helène Berr reflexiona sobre los límites de una vida que había sido cómoda y alegre hasta entonces. Y sus consideraciones rezuman una actitud -¿podría llamarse incluso espiritualidad?- limpia, alejada de la fe rígida pero claudicante, simplemente inspirada por la angustia y las dificultades que se van cerniendo sobre la vida de ella y de su familia. Pero de esas reflexiones, Helène saca una fuerza que la mantiene frente a la adversidad.

“¿Habrá muchas personas que hayan sido conscientes a los 22 años de que podían perder de golpe todas las posibilidades que sentían en ellas -y no experimento la menor timidez al decir que yo dentro de mí las noto inmensas, puesto que las considero como un don que he recibido, y no como una propiedad-, de que podrían arrebatarles todo y no rebelarse?”




Víctima de la barbarie, Hélène y sus padres fueron deportados a diferentes campos de exterminio, donde perdieron la vida. Pienso en el golpe terrible sobre todas y cada una de las vidas humanas, propiciadas por la ambición y el racismo. Pienso especialmente en aquellos seres cuya habilidad, ejercitación o genio les hacía especiales y que hubieran dado al mundo nuevos frutos de creatividad y cultura pacíficas, de no haber sido masacrados por los energúmenos de la esvástica. Pienso, por ejemplo, en Bruno Schulz, el pintor y escritor polaco que pagó con su vida no sólo el fanatismo del Estado expansionista alemán, sino que fue moneda de cambio de un ajuste de cuentas entre dos oficiales nazis esclavistas. La degradación no tuvo límite, y algunos quieren todavía olvidar, cuando no negar lo que existió. En este sentido, el Diario de Hélène Berr es un tesoro rescatado que puede interesar en mayor o menor grado, pero que pergeña una personalidad inquisitiva, librepensadora, disectiva y crítica con la sociedad de su tiempo. Un tiempo que culminó su maléfica obra con las portentosas palabras premonitorias de Macduff..horror, horror, horror.

miércoles, 3 de junio de 2009

Indigerible


Días en que la saliva
sabe amarga

o una costra
hendiendo la garganta

cuando no se asimila la vida

ese atroz alimento
no siempre digerible.


(Imagen de Ralph Gibson)