"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 28 de septiembre de 2009

Caída sin fondo























Y en su caída se precipitó hasta lo más hondo de lo creado. Donde no hay luz ni retorno. Y las tinieblas que él habitaría a partir de aquel instante no tocarían fondo jamás. Y al igual que acontecería más tarde con la mujer y el hombre, él también fue víctima de un desafío. Y en su caída imparable desparramó por la tierra el grito atroz de su prometida venganza (...) Comprendió tarde que no es posible el pulso al Único. Que no se puede disputar ni el poder, ni el conocimiento, ni la capacidad hacedora del Único. (...) Mas éste, a su vez, quedó apartado para siempre en su soledad. Y ni los hombres que durante siglos creyeron en él pudieron salvarle de su abandono por más templos que erigieran en su nombre, por más conquistas de países que le ofrecieran, por más palabras que articulasen para justificar su existencia, por más ritos que celebraran en su nombre. Y mientras el Caído decidió que, puesto que nunca más podría aspirar a compartir las alturas, dedicaría su eternidad a arriesgar la vida de cuanto fuera creado por el Único. (...) Y estos son los tiempos en que el viejo mito sigue ofreciendo el rostro de una dualidad insalvable, donde los hombres se pierden sin tener claro dónde reside el Bien ni dónde el Mal, y por más que


(Hasta aquí llega el texto, por destrozo del resto del manuscrito hallado en una de las cuevas de Haram Sat, en el desierto. Los paréntesis (...) indican que faltan partes perdidas del texto.
Sólo el Barroco español era capaz de representar con esa viveza antropomórfica tan exquisita al Caído)

domingo, 27 de septiembre de 2009

Ueshima Onitsura: un haiku de otoño


El cuerpo,
oculto antes en la oscuridad
ha recibido esta luz




(Ueshima Onitsura fue un precoz haijin, a quien algún especialista sobre haikus le califica de haijin de la sencillez. Nada que ver con otros autores conocidos y citados en abundancia, Onitsura ha sido un injusto desconocido y apenas se ha traducido fuera de Japón. Ueshima Onitsura juega no sólo con las percepciones directas sino con conceptos que le sugieren más allá de la observación visual. No se limita a reflejar lo visible y elemental a los ojos de la expresión limpiamente bucólica, que los más ortodoxos exegetas fijan como el verdadero haiku. Onitsura emprende el camino de la metáfora conceptual. Habla de palabras de luz, del canto verde del ruiseñor, de la neblina de la luna, de hilos de voz en el fondo de la lluvia...El haiku reproducido aquí, perteneciente a la serie Otoño, está extraído del libro “Palabras de luz”, editado por Miraguano Ediciones)


(Fotografía de la irlandesa Lucy Nuzum)

sábado, 26 de septiembre de 2009

Cotidiano


Dicen que ha sido un accidente. El hombre yace en el asfalto. La sangre corre por su cuerpo. Algunos transeúntes hacen (o simulan que hacen) la intención de ayudarle. Pero las normas no lo permiten. El tráfico es intenso. En torno al moribundo se congregan curiosos (así lo mencionarán mañana los periódicos) Nadie se mueve. El hombre tiene espasmos. Los teléfonos móviles duermen en los bolsillos de los paseantes (están para momentos como estos, para cuando se necesitan, opina cada quisqui) Alguien habrá llamado a los servicios de emergencia, se da por supuesto. La ciudad es así. Compleja, pero ordenada. Todo está previsto. Sin atropellos la urbe no tendría entidad. Sólo el suceso la eleva en su categoría de metrópoli de la apariencia. Cuantos más accidentes, mayor expresión de vida, se opina. Además, eso pone a prueba la capacidad de reacción de los propios medios cívicos. Mientras, al hombre le corren hilillos de sangre limpia por la mano. Una mano que no mueve. La sangre sale de alguna parte de su cuerpo. Un cuerpo que no mueve. Tal vez de varias zonas de su cuerpo (alguien observa la ropa empapada asquerosamente) Lo peor es la sangre oculta, dice con criterio muy técnico uno de los que contemplan la escena. Es probable que las palabras del círculo de gente lleguen hasta el pobre hombre. Debe ser un ejercicio de consolación aséptico para la multitud. La ciudad funciona de primera. Todos esperan a los servicios de atención urgente. Nadie debe tocar al herido, puede ser peor, comenta alguien del público. La víctima no emite palabra alguna ni quejido ni siquiera un ay. Menos mal que el pobre está tranquilo, se le ocurre a un tipo de la segunda fila. El espectáculo empieza a aburrir a los presentes. Dónde los servicios, dónde la ambulancia, dónde la policía. Es un clamor insolente. Exigente. Pero nadie se mueve por aliviar al hombre que sangra. La normativa no lo permite. Prescripción gubernativa, recuerda algún ciudadano sesudo. El público comienza a desfilar, decepcionado. Seguro que no es nada, barbotean frustrados. El lugar se va despejando. Y ni siquiera llega la televisión, no hay derecho, claman los más inquietos. El hombre sigue ahí, tirado, retorcido. Los coches lo esquivan como pueden. Eh, borracho, grita alguno de los conductores. Un niño le hace burla desde la ventanilla de un automóvil. Esto debe ser una parábola, piensa el agónico atravesado en la calzada. Alguien de los últimos en abandonar la escena oye que emite una carcajada ahogada. Y encima se ríe, le dice a su acompañante. Y es que el tráfico callejero está imposible.


viernes, 25 de septiembre de 2009

La mesa



A veces los objetos se nos acumulan. Pero siempre hay una casa para acogerlos. Una mansión cuyo reflejo son los recuerdos. O acaso la posibilidad de lo que no fue. Se puede dibujar otro espacio, donde nuevos pasos puedan recorrerlo. Pero no recuperar lo transitado. Buscas en los libros una identidad que te está llevando toda la vida. La logres o no, sólo en la búsqueda está el sentido.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Fuga



La luz es rigurosa. Sabe ausentarse. Y su ausencia sólo es una fuga en medio de la soledad del planeta. Nada ha muerto por más que la apariencia y el concepto de los hombres lo mencionen. Todo se va tornando invisible. Lentamente. Hay un eco de melancolía en ese contraste de colores cuyo carácter fuerte los hermana. La huída oculta, pero no niega. La huída resguarda, no desatiende. La huída refuerza, no rinde. Esa resistencia del último eco de la luz hipnotiza. Las almas sangran. Las miradas se sienten heridas por lo que creen una pérdida. Más allá, las fuerzas que no tiemblan por la mutación de la luz se dejan mecer por la ausencia. Ellas no se fugan. Reconquistan espacios y silencios. Se recomponen. Su permanencia cambiante las dota de un valor renovado. No se van. No me he ido. Estoy empezando a viajar a través de la incipiente noche.


(Un eco más de Rothko)

martes, 22 de septiembre de 2009

Merma


Nada está preparado para el lamento. De la misma manera en que se posee se priva. Esa inmanencia acomodaticia del universo no es real. No es sino una representación que la especie pensante genera. La fuerza no reside en la culminación, sino en el cambiante y alterno acontecer de los días. La armonía deriva del ciclo variable que se renueva. Los colores saben encontrar su lugar. Se adaptan a la aproximación o al alejamiento decididos por la potente estrella. Y siempre al ritmo que no cesa. El milagro de las estaciones en nuestro planeta. Hay que contar con la pérdida del espacio cenital. Para comprender el valor de cada latido. No hay estado del color, como no hay edad de la vida, que tenga más o menos importancia. Es la necesidad lo que define cada paso. Cada hallazgo o cada extravío son precisos. Las pérdidas enseñan. Lo que se halla, sorprende. Hoy, por ejemplo, me asombro de nuevo. El asombro me impide mermar.


(Rothko sabe de ello)

lunes, 21 de septiembre de 2009

Intensidad


Llega un momento en que la intensidad ciega. Como si el cenit tocara todos los elementos. Incluido el ser de los hombres. Y estos, en su engreimiento, consideran que sus obras son perfectas. Han aprendido en su larga marcha que hay realizaciones que apenas verdean. Otras que se frustran. Pero aquéllas que llegan a cierta permanencia, a marcar cierta diferencia con otra anterior o con las de otros hombres, aquéllas les parecen eternas. La intensidad hace enmudecer él mundo del ruido. No dura. El ruido, como expresión del caos, sigue insistiendo. Marca las reglas. Modifica las obras. Desgasta las esencias. Se puede tantear y hasta disputar parcelas del caos. Pero incluso ese esfuerzo es otra de sus manifestaciones. Nunca hay un tiempo duradero para la intensidad, como no lo hay efímero para el caos. Es el suceso continuo y también el ámbito desordenado lo que subyace tras lo aparente. Palpo mi intensidad. La gozo hasta quemarme en ella.


(Rothko lo entiende muy bien)

domingo, 20 de septiembre de 2009

Dominio


Llega un momento en que se produce la caída hacia el lado favorable de uno de los contendientes. Parece que se impusiera uno de los dos. Incluso cree que ejerce el dominio. Pero, ¿por cuánto tiempo? Los propios sucesos, efectos aparentemente definitivos, pero espectadores a su vez, dudan. No hay un último pulso. No hay una caída conclusa. No hay un triunfo que cierra nada. La vuelta acecha. El ganador de ahora mismo será el perdedor a continuación. El margen temporal es reducido. Los humanos cantan victorias efímeras, en la ficción de creerlas definitivas. La fuerza de los colores es tan próxima que podrían fundirse. Es un cenit marcado por sus límites. No hay tanta diferencia en el día que se crece y merma silenciosamente. ¿Por qué, sin embargo, se agudizan más en la vida de los hombres? No engañarse. El paso gradual del cielo y de la tierra es también equívoco. Asemeja mansedumbre, pero la violencia es elevada y los colores se desgarran como lo hacen las especies. Todo es concéntrico. Yo me miro en ese reflejo. Sé que me elevo, sé que me caigo. Pero persisto.


(Como Rothko)

sábado, 19 de septiembre de 2009

Combate



El día, para afianzarse, libra también su propio combate. La claridad alterna sus matices. Hay una conquista en marcha entre dos fuerzas, el tiempo y la luz. La fugacidad de ambas las convierte en un envite permanente de la una sobre la otra. Nadie sabe quién desplaza a quién. La que da impresión de imponerse en ese segundo va a ser la dominada un lapso más tarde. La sucesión es un ritmo. Todo lo que acontece bajo su firmamento, sea cual sea su manifestación, sigue sus pautas. Aquí abajo se reproduce el modelo del gran combate del cielo. Ni las aguas ni las piedras ni la flora ni las especies animales se rigen por otros criterios que no se expresen entre tiempo y luz. Igual los espíritus de los hombres. Yo libro mi propio combate.


(Rothko vive)

viernes, 18 de septiembre de 2009

Avanza


Se va situando, sin que se pueda desvelar la manera en que se manifiesta. Es un arco que se despliega y me va cubriendo. Invitación a teñirse con su apariencia neutra. Una mano de seda. Mas sólo se trata de una calma circunstancial. La intensidad vendrá después. Según avance el trasiego de la luz. Las energías se tientan. Mantienen su distancia. Poco a poco los vasos comunicantes del abanico de colores me engullirán. Como un tornasol, mis ojos mirarán con una curiosidad nueva. Advertirán otros tonos. Debo traspasar la línea de ceniza que se va situando por inercia. Vislumbraré, por fin, el paisaje.


(Variación de Rothko nuevamente)

jueves, 17 de septiembre de 2009

Despunte


Mas nada se muestra claro y evidente al momento. Es lo inapreciable lo que nos confunde. Creemos que nada avanza. Que un instante permanece y es así. Pero nada se detiene jamás en los breves espacios con que el tiempo nos obsequia consecutivamente. La luz empuja y a la vez crece. Y en su desplazamiento, el cielo y la tierra se pulsan en un guiño que a nuestros ojos les cuesta apreciar. Miro la aurora y me parece estar viendo el último rayo del ocaso anterior. Como si la noche no hubiera existido mientras tanto. Ansias de luz. Dónde quiero estar.


(Sigue Rothko)

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Amanecer



A mi se me antoja un amanecer nuevo. Lo quiero lento y que sea perceptible. Lo cogeré por sus bordes y lo extenderé sobre mi cuerpo. Su piel será la mía. Deseo también que su transcurso sea calmo. Y la visión que me ofrezca, más transparente. Quiero fundirme con ese amanecer. Cabalgar sobre su grupa como si naciera otra vez. Descifrar la conversión de las tinieblas. Alimentarme con los colores de la luz. No importa dónde me lleve. El día es su efecto, no su origen.


(Mark Rothko es el pintor)

domingo, 13 de septiembre de 2009

La proa


Era más que una ciudad
pertrechada entre la luz
y el mar.

Agitada por el viento
y señalada por el abismo
crecía diáfana.

Fue al bordear sus calles
cuando sentí un tacto frágil
acariciando mi piel.

No vi a nadie
a mis espaldas
sólo las sombras hundiéndose en el vacío.

Era más que una proa
y hasta ella ascendí
surcando el oleaje del asombro.


(Acuarela de José Antonio G. Villarrubia)

sábado, 12 de septiembre de 2009

Lo incierto



A ciertas horas de la noche, las carnes se abren. El rostro deja de tener el aspecto oculto del agente secreto, aunque le regatea a la oscuridad una expresión turbia. Pero la noche no sabe distinguir conformaciones musculares ni gestos. La noche no mira a los ojos. Lo cubre todo para disculpar las ausencias. Protege el no-ser de los hombres de las miradas de otros hombres. No les cuida ni les priva de las suyas propias. Ahí la noche exige un precio. Los hombres se quedan solos en algún momento. Es lo más parecido formalmente a la muerte. Estén o no estén las viviendas pobladas de otras gentes, llega una hora en que cada uno deja de estar del todo con los otros. Entonces cada individuo se sabe aislado, se degusta en su separación. Los habitantes dejan de ser. No siempre duermen. No siempre sueñan. No siempre meditan. No siempre se evaden. El silencio les retuerce los pensamientos. A veces sufren. A veces no entienden casi nada de sí mismos, por más que intenten poner orden en su cerebro en conflicto. Hay algo de agonía del hombre en cada noche. De ahí sus rostros, que no se pueden ver, pero que a buen seguro manifestarían actitudes, muecas o ademanes que causarían pavor de poder verse. Los colores de las cuitas y también los de las ficciones de la satisfacción palidecen en la negrura de la noche. Es como los materiales de una cueva. De no iluminarla, se les supondría el albor de las calizas o los almagres del hierro que se filtra o las formas que crecen sobre sí mismas. En su medio carente de luz, nada de ello parece existir. En una ocasión tuve que pasar por fuerza mayor casi dos días dentro de una cueva, sin carburo y sin el menor resquicio de luz natural. Apenas me moví por ella. Sólo reteniendo las últimas imágenes del espacio más próximo antes de que el carburo se extinguiera procuré estirarme un poco. Hasta que perdí las referencias mentales y por lo tanto las físicas. Fue el tacto lo que me salvó de la angustia. No todas las rocas tenían el mismo grado de humedad ni resultaban tan frías. Pero llegó un momento en que tocar la piedra o el suelo o mi cuerpo apenas se diferenciaba. Estaba y no estaba allí. Dormí mucho. Soñé para el resto de mis días. Hablé con la masa hercúlea que por encima de mi cabeza me guarecía. Una catedral sin tallar. Y sin embargo, nada me hacía percibir que estuviera cerca de la muerte. También había allí dentro un cielo protector. No se trataba de la noche humana, donde nos devora lo incierto del día después.


(Manuel Boix es el autor del dibujo)

viernes, 11 de septiembre de 2009

Agente secreto



Podría tratarse de un infiltrado. Alguien que no ha sido convocado. Alguien a quien no se espera. Ronda, escudriña. Una sombra. Su apariencia es de otro tiempo. No es susceptible de sospecha. Es inefablemente sospechoso. Acaso resulta demasiado definido. Un juego de espejos le duplica en falso. O delata su presencia indeseada. Excesiva escenografía para una efigie vaciada. Habla con su propio porte. Haciendo de él otro espectro análogo. Pero nadie se fiaría de una representación tan siniestra, donde no hay rostro, ni mirada, ni músculos, ni aliento. Sólo existe un gesto que le derriba y le rebaja a humano. Su mano oferente, si es que se trata realmente de su palma y no de un mecanismo. Vengo en son de paz, parece decir. Pero esos dos planos diferentes, esas dos alturas, cuestionan una supuesta conversación de iguales. Puede estar impartiendo órdenes. Puede intentar persuadir a su doble. Puede indicar a la otra sombra cómo debe actuar. Actuar. Cuando un tipo se mira al espejo actúa. La primera observación es dual. Aceptarse y no aceptarse. Se muestra imperativo. Alza la cabeza, no ladees el tronco, esboza una sonrisa, aunque sea leve, se dice a sí mismo. Pensamientos veloces ordenados con palabras que pueden incluso emerger si el actor está solo. Vuelta al juego de los espejos. Mundo de reflejos. Mirarse para creerse lo que no se es. Un esforzado ejercicio de convencimiento. Una vez rompí un espejo porque no me era fiel. Es decir, porque no recibía respuestas satisfactorias a mis exigencias imposibles de satisfacer. Fui presa de una exagerada y enervante indisposición. Al contemplar la sangre abundante que chorreaba por mi brazo lo entendí mejor. La sombra de sospecha era yo mismo. Preguntar al espejo es encerrarse en un caparazón falsario. Me acurruqué en un rincón empapado en aquel manantial del rubí más salado que resultó más dulce. Me contaron después que si no es por la empleada de la limpieza (admítaseme el recurso) no hubiera despertado jamás de aquel desvanecimiento. Temo no haber aprendido la lección. Desde entonces sólo me contemplo en las puertas de los cafés, bajo tenues luces. Embozado en el disfraz de funesto agente secreto de mis días.


(Fotografía de Jorge Molder)

jueves, 10 de septiembre de 2009

Venus Anadiómena



Toda Venus terrestre nace como la primera del cielo. Un misterioso parto desde el infinito "ponto".

Friedrich Schiller


Era el ocaso de un día más. Un día no suponía nada en lo intemporal. Aquel acontecer de cielos y agua y costas no había sido medido jamás por los dioses. Su estructura no estaba predestinada, como todo lo que responde al capricho del azar y del pulso entre fuerzas complementarias cuando no adversas. Nadie esperaba que en medio de aquel piélago desconocido y bravío se produjera una revelación. Por qué fue elegida la caída avanzada de la tarde para aquel surgimiento insospechado es un misterio. Acaso porque todo el empuje aparente y toda la pujanza visible cede a la oscuridad, aunque ésta retome más tarde el testigo de un relevo furibundo. Los demiurgos no saben explicar todos los efectos que desencadenan con sus actitudes. Los vientos se detuvieron en un momento imprevisto y el oleaje se tornó calmo. Sin la fuerza del sol, disolviéndose éste ya en el poniente, el océano parecía encogerse. Sus profundidades mermaron y la irregular superficie, de ordinario encrespada y corrosiva, se trocó espumosa y dúctil. Tal vez el tiempo se paralizó o fue una advertencia. Pero ante los ojos vidriosos y ya casi resignados del náufrago, la Anadiómena emergió desde el fondo. Ese abismo inescrutable donde se pierden todos los náufragos. Pero ella se mostró. Extendiendo sus brazos como si dimensionara el universo. Alzando su busto pletórico. Desparramando sus cabellos húmedos. Anadiómena le miró fijamente, siguió exultante su ascenso y alargó una de sus manos hacia el zozobrante humano salpicándole con el bálago de la corteza marina. ¿Fue al rescate de su efímera condición?

martes, 8 de septiembre de 2009

Fragmentos



Escribo a la deriva porque es mi reflejo. No lo hago planificadamente. Para qué. Ya, claro. Una cosa es plantearse hablar de un tipo de temas, mantenerse disciplinadamente en ese afán y esa dirección, insistiendo en ellos como prismas cuyas caras se contemplan una y otra vez. Demasiado exigente para mi naturaleza selvática. Otra cosa es hacerlo a salto de mata, sabiendo -intuyendo- que todos los temas pueden ser objeto de observación. Y que estamos tocados por una aproximación ilusoria a interpretarlos. O si no, cuanto menos, de una gran dosis de percepción. Magnetismo innato entre nuestro cuerpo y las cosas, entre el hombre y los acontecimientos. Puede que en el fondo ambos métodos lleven al mismo lugar: a seguir sin entender apenas nada. Mi caos personal me hace comportarme como ese pequeño material lítico y residual que cubre una playa, y que yo adoro tanto. Con esto me conformo. Oh, no es que me baste. No es que no desee ir más allá. Simplemente que no me preocupa si avanzo a la primera hacia una atracción escéptica por saber algo de las cosas. Saber algo de ellas para saber más de mi. Tal vez lo mío es dar unos pasos y pararme a descansar. ¿Descansar? Sí, no dejarme agobiar por el mundo. Mirar hacia atrás, tantear la marcha, mirar mi modesto bagaje e, inevitablemente, hacer ficción sobre lo incierto. ¿Hay algo más incierto que ese término denominado futuro? No me retracto de escribir en esa forma de deriva que es el trozo de texto, la partícula, el fragmento. Obsesionado por éste decía Barthes. “Escribir por fragmentos: los fragmentos son entonces las piedras sobre el borde del círculo: me explayo en redondo: todo mi pequeño universo está hecho de migajas: en el centro, ¿qué?”. Escribo en las direcciones perdidas, en las imposibles, sobrevolando, horadando como topo las raíces de la tierra, bajo las cuales siempre hay más hondura. Me meto en mi mismo y a veces salgo como si no me reconociera. Esta imperfección por escribir a cachos, sin saber dónde está su redondez que delimite o dónde lo partido, tiene sus satisfacciones. No es que no tenga también sus exigencias. Naturalmente que sí, y muchas. Pero son las que circulan secretamente dentro de mi, las que me ventilan, me retuercen, me entierran o me escupen a su capricho. Sensorialmente.




(Pintura de Boix)

lunes, 7 de septiembre de 2009

Una maleta nada común


Una maleta común no tiene por qué ser una maleta común. No siempre transporta lo habitual. ¿Quién se iría con un bagaje así a otra parte? Pero se dirá que para su dueño, esta maleta lleva lo suyo. Más o menos. Lleva su piel, su alma, la identidad que le permita ganarse la vida. Lleva su ficción y sus sueños. Aunque acaso esté harto de ellos. O quién sabe si se dedica a esto porque no deseaba los sueños (señuelos) pragmáticos que le ofrecían. La maleta es así. Y es que las mudas, los utensilios de aseo, el libro...pueden esperar. O acaso estén depositados en el fondo de la misma maleta. Esa mano es la mano de un artista. Pero es también la mano de un trasgresor. ¿Imaginan las caras de los policías de aeropuertos y fronteras cuando pasó el túnel de los rayos equis? Ese brazo pertenece a alguien que trasgrede espacios no medidos, límites de la imaginación o la supuesta cordura de los hombres que transportan otras valijas. Esas maletas grises de los negocios que salpican al mundo de impureza.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Dictadura


Todo ha devenido en palabrería. La iconografía revolucionaria histórica, al servicio del mercado. El puño ha quedado en la débil sujeción de una bolsa. El maniquí, cuyo rol es su pasividad, sirve igual para un roto que para un descosido. ¿Son los tiempos o la rendición de la clase obrera? Pero, ¿y si algún día ese simbolismo ahora reapropiado y prostituido se toma la revancha y salta de los escaparates a la calle? Lo importante no es recuperar viejas caligrafías e ilustraciones. Ni otorgarles categoría religiosa. Lo necesario es el fondo: lo que queremos tener, lo que necesitamos lograr. Y cómo. ¿Hacia qué horizonte deseamos caminar? Ya se inventarán nuevos lenguajes y nuevos pictogramas. ¿O no hay horizonte? ¿O ya no se piensa? ¿O ya no se aspira? Quiero creer que hay otra vida más allá de la dictadura del mercado.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Heráclito vive


"Ley es también obedecer la asamblea de uno solo."

(Nomos kai boulé peizeszai enos)

Heráclito



¿Dudaba Heráclito de la democracia ateniense? ¿La sentía frágil? Acaso dudaba de la imprecisión y de los límites de la democracia. Dudaba tal vez de si las decisiones tomadas en el cuerpo de una asamblea serían sustancialmente distintas a las proclamadas desde el reinado de un sátrapa. Si bien la duda no implica ni la crítica acerba y demoledora al sistema moderno ni por supuesto en modo alguno la defensa de la tiranía. Dudar y fustigar las deficiencias de la democracia no es negarla. Es empujarla a que lo sea más, a que traspase la afasia del vocablo y lo llene de sentido actualizado. Todo lo que no avanza, retrocede. Todo lo que se paraliza, desaparece. Todo lo que no se consolida, se hace viejo y peligra. Mas también la calidad y firmeza de la democracia depende de quién tenga el poder real y de la correlación de fuerzas entre clases y poderes realtivos. Se dice que en la democracia la sociedad se siente representada. Pero, ¿hablamos de una sociedad consciente o de una sociedad amorfa? Y más allá, o más acá, ¿puede ser la voluntad democrática suficiente representación de la voluntad del individuo? ¿Es la voluntad de uno la que es aprobada en la asamblea? ¿Quieren las voluntades individuales aceptar las expresiones de otras voluntades y ceder a un entendimiento? Pero, ¿y si ese uno solo de Heráclito es la unidad que fundamenta la democracia y no sólo el individuo a secas y por separado? El precio exigido por la democracia es indudablemente la delegación. ¿Delegación de comprensiones o de voluntades? ¿Entreguismo ciego? La palabra griega boulé significa voluntad y también asamblea. Tal vez son términos complementarios. Ceder de cualquier manera la voluntad personal es negar la capacidad y el derecho individual. Intercambiar voluntades y acordar reglas de juego es un camino. Pero, ¿no es la democracia algo subsidiario de las grandes fuerzas que ejecutan los negocios del mundo? ¿Hablaría hoy Heráclito de la misma forma oscura que hablaba en su tiempo? No me cabe duda. Tal vez el lenguaje oscuro es el más próximo a la interpretación. Porque, ¿qué claridad hay en una democracia formal como la nuestra en particular y las occidentales en general? Una correlación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial zancadilleada por el caciquismo y el conservurismo recalcitrante arraigado aún, tratando de mantener el mayor de sus privilegios: el control político y el social. La luz de las democracias es tenue y depende de quienes empuñen el fanal. Heráclito conocería hoy otra luz diferente a la que él vería. Contemplaría, acaso no asombrado del todo, ese territorio global en penumbra donde el mercado domina las vidas en todas sus facetas. En las costumbres, en las actitudes, en las decisiones, en las prácticas cotidianas, en las ideas condicionadas. Si bien el mercado existe desde antiguo, jamás extendió sus tentáculos hasta suplantar ideas, aspiraciones y valores, como hace hoy día. Ante esta situación, la supuesta literalidad de la frase compleja Ley es también obedecer la asamblea de uno solo le vuelve a uno más escéptico, aunque más poderoso de su conciencia. Y eso que uno no cree en el sálvese quien pueda, si no nos salvamos todos. Pero, ¿quiere la sociedad -esta nuestra y todas- salvarse del caos que el mercado implanta por doquier? Heráclito vive, aunque el posibilismo de sus aseveraciones no sea comprendido en un mundo que paga la publicidad y no crea apenas pensamiento.


(Imagen de un cartel de John Heartfield)

Verdín



La mirada prismática se le va llenando de cardenillo. No fiarse de su mirada triste. Ni de los labios deformados por una capa impune de carmín. Ella juega, ella prueba, ella comprueba. Es su condición. Las serpientes suelen habitar las mentes de los humanos. Aunque se nos pretenda asustar con iconografías y literaturas, reconozcámoslo: ellas son la sabiduría. Ni el árbol del conocimiento ni la fruta prohibida ni el mandato del Inexistente ni la expulsión de un territorio que jamás había sido conquistado por la especie humana. Todo aquel mito fue creciendo para que el reptil tomara carta de naturaleza. La cuestión posterior ha sido siempre quién debe controlar el poder de la serpiente. Entre quienes desean mantener las aguas estancas y quienes se bañan en las aguas agitadas y nunca repetidas, del curso de la vida, la serpiente se desliza, dual y perpetua. Retroceso y avance echan un pulso sin fin en la historia humana. Para unos, la serpiente es el mal. Para otros, el saber. ¿Hay mito más manoseado, adulterado y paradójico que el de la serpiente? Pero justo es al revés. Quienes arredran a la humanidad con el miedo no son sino la perversión y la muerte. Quienes no cejan en la búsqueda representan el estímulo y la vida. La astucia de la serpiente es nuestra propia astucia por sobrevivir. Se cuela entre nuestras voluntades para hacernos ver la vida con una visión más desprendida y más generosa. Pásame el culo de la botella rota. Necesito desteñir los colores tibios de los días.


(Fotografía de Anke Merzbach)

martes, 1 de septiembre de 2009

Como una sombra



Un ángel me sigue
como una sombra

Anise Koltz



La otra noche soñé que te disfrazabas de mi sombra. Y que acompañabas mis pasos. Como no eras de verdad mi sombra, a cada movimiento brusco de mi cuerpo, tú, disfrazado de sombra, dudabas y estabas a punto de moverte hacia el lado opuesto. Cuando corregías la dirección, yo, que me había disfrazado de desnudez, ¿o me había desprovisto de los disfraces cotidianos?, dudaba porque tú dudabas, porque tú, sombra, interpretabas un sentido de la marcha contrario a lo que me pedía mi instinto de callejear. Con cada ejercicio de mi cuerpo, tú, trasuntado en sombra, te contorneabas intentando proyectar lo opaco de mis músculos, de mis extremidades, de mi perfil. Aligerado de mis disfraces al uso, pero oneroso por la desnudez a la que no estaba acostumbrado, traté de echar a correr. Entonces, mi sombra, tú, mi apariencia de sombra, menos pesada pero más ágil, porque a tu desnudez habitual se añadía tu incorporeidad de sombra, corría por delante de mi. De modo tal que parecía que yo, desalojado de hábitos y enseñas, perseguía una sombra veloz, que no esperaba, que no alcanzaba. En esa carrera, mi sombra, es decir, tú, simulando una sombra desnuda y grávida, se distanciaba y tomaba la iniciativa. Como no te alcanzara, tú, desde un lugar cubierto por las tinieblas, te paraste a esperar la llegada de mis pies menos veloces. Tú, mi sombra que no lo eras, no podía ser visto de lejos por mi, porque las tinieblas te protegían. El trote desenfrenado al que me sometí, me fatigó. Mis fuerzas me traicionaban. Tan pronto como llegué a aquel territorio umbroso, mi cuerpo se tornó invisible y el tuyo se reveló como el único, el existente. Por un instante pensé que yo no era ya el cuerpo que era, que mi disolución se trataba de un hecho irreparable, y no sólo un gesto, y no sólo una posibilidad, y no sólo un sueño. Pero al contemplarte por última vez a ti, ángel antiguo, enrolado como mi sombra, comprendí que la carrera no era una competición, sino un relevo. Fue en ese momento en el que sentí que de mi no quedaba nada, porque lo de atrás, yo, mi cuerpo, mi vida, mi desnudez, era una niebla que se alejaba. Nada más. Era tarde para comprender inútilmente en que me había convertido. Mientras, tú, liberado de la oscuridad y de la vigilancia, volvías a ser yo, mi imagen idéntica, en busca de otro ángel, en busca de otra sombra. Engendrado en un sueño.


(Fotografía de Anke Merzbach)