"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 28 de marzo de 2010

Boquiabierto


En tiempos de fenómenos naturales devastadores, consuela encontrarse en una tarde lluviosa con el arco iris. El arco iris es uno de esos entrañables elementos que me acompañan desde siempre. Podríamos decir que resulta un elemento domesticado, aunque los hombres no intervengamos. Pero le otorgamos un carácter simbólico importante, vinculado a nuestras vidas. Antes se decía que cuando aparecía el arco iris es que ya dejaba de haber tormenta o simplemente cesaba de llover. No sé qué hay de realidad física o de observación social, pero solía suceder así. El arco iris se traslada a nuestro mundo simbólico y reviste un carácter pacífico. Acaso el inconsciente colectivo de una Humanidad repartida en naciones y potencias lo anhele, más allá de fronteras, intereses y divisiones, tras tantos avatares y guerras. ¿Funde el arco iris todos los colores fundamentales y al hacerlo eclipsa todas las banderas? Los lábaros, los pendones, los estandartes, las banderas...trapos teñidos de colores a los cuales se les ha concedido un carácter de representación sacra y de poder cuestionable, ¿quedan desplazados por el arco iris? Lástima que sea tan efímero. Y no obstante, su contemplación paraliza siquiera por unos momentos el trasiego competitivo, de lucha por la vida y de estrés que la especie practica. Como decía Brassens, ni un himno patriótico ni una fiesta nacional me levantan de la cama. Pero el arco iris me convoca con su fugacidad. Animista que es uno.


(Fotografía de Tania Ruiz)

viernes, 26 de marzo de 2010

Caprichos del creciente


Quien camina, comprueba su resistencia.
Quien resiste, concede perseverancia.
Quien persevera, obtiene flexibilidad.
Quien es flexible, practica el diálogo
Quien habla, expresa su tolerancia.
Quien tolera, fomenta la fraternidad.
Quien se hermana, logra la fuerza.
Quien es fuerte, practica la generosidad.
Quien es generoso, es premiado con la estimación.
Quien es estimado, recaba influencia.
Quien es influyente, arriesga su debilidad.
Quien aparece débil, se oculta en el silencio.
Quien calla, protege su meditación.
Quien interioriza, no cesa en la senda del mundo.
Quien acepta el camino, no tiene fin.


(Gozad de los caprichos de la música, como sólo Paganini sabía hacerlo)



Asqueado


Cuando leo o escucho estos días noticias sobre acontecimientos inicuos ya no me turbo. Me indigno. Me gustaría mostrarme paciente. Me cuesta. Trato de analizar los hechos, pero todo se sucede vertiginoso e incierto. Me siento limitado. Sigo las argumentaciones que provocan una sucesión de actitudes indignas. Me sobrecojo. Busco entonces las miradas de otros perplejos como yo. No las encuentro. Acaso sea ése el precio de la perplejidad. Una confusión momentánea, como la de un individuo a quien acaban de revelarle que tiene una enfermedad. Y luego piensas: se veía venir. ¿Será verdad que las tinieblas son el horizonte, como ocuparon los caminos dejados atrás? No quiero pensarlo. Durante los últimos tiempos llegué a creer en una cierta entidad esperanzadora para la categoría humana. Por supuesto, me refiero a aquella manera constructiva y dialogante de hacer las cosas entre humanos. A mi generación no nos enseñaron a esto. No nos enseñaron a nada. Ni a convivir, ni a escuchar, ni a respetar, ni a intercambiar pareceres. Ni la enseñanza ni las instituciones procuraban por el individuo. Matizo: por el ser. Si acaso, en las familias, y depende de cómo fueran éstas, y aun así muy limitadamente, podían hallarse ciertas líneas que nos proveyeran de un modo de conducta digno y tolerante. Condición número uno: sobrevivir o, dicho en plan casta, tirar como fuese para adelante. Luego cada uno vio lo que tenía delante de una manera. Pero ya era tarde. Así que no me enseñaron. Y sin embargo, aprendí. Dejé de creer en lo obligatorio, en aquello que como marca de res me colocaron a fuego en las capas profundas del inconsciente. Dejé de fiarme de los infiables. Dejé lo tenebroso porque vi luz. O creí ver luz. Hoy no lo tengo tan claro. O no me basta con la que tengo. Quiero como el alemán de Frankfurt clamar por más cantidad y más calidad de luz. Me niego a agobiarme. Sé que todo está resultando el reflejo de la aplicación del puro y duro valor mercantil a la convivencia y al derecho. Y a ello hay que sumar la indecisión, la ceguera y la falta de bondad de una sociedad que no se reconoce. Acuso un cierto cansancio. Uno quisiera sentarse a descansar. Los corredores de fondo también se cansan. Pero ni los bancos le dejan a uno espacio cómodo. También están impregnados de la turbiedad abyecta que manifiestan ciertos hombres. Esperar a capear el temporal. ¿Sólo? ¿Sin resistencia?

jueves, 25 de marzo de 2010

Señal de peligro (tardía)


Dejad que los niños se acerquen a mi.

Resulta que la frasecita devino en obscenidad. Y van veinte siglos de mito.

Cada vez entiendo más por qué se han opuesto sistemáticamente a todo.
A la ciencia, al progreso, a la ley, a la libertad, a la democracia, al pensamiento libre, a la conducta responsable y elegida, a los derechos personales y colectivos, al reparto de la riqueza, a la socialización de los medios productivos, al disfrute del sexo y del amor, a la tolerancia, a la felicidad y, en fin, a la vida.

Pero afortunadamente se ha demostrado que se puede vivir sin ellos. Que no les necesitamos. Y no podemos permitir que intenten intervenir desde sus posiciones de poder e influencia en nuestras vidas.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Floreal (a medias)

Debo ser de los pocos que no ha colgado el símbolo equinoccial por excelencia. Lo tenía a la puerta de casa, pasaba por delante y ni enterarme. Eso me ocurre por mirar tanto hacia el asfalto...de mi mismo. Y de pronto me fijo en que es un alivio contemplar lo floreal, o mejor dicho lo que va floreciendo en las ramas. Señales de otros mundos. Belleza de lo nada pequeño.

Pero me he adelantado un mes a calificar de Floreal lo que en el calendario republicano francés está entre el 21 de abril y el 21 de mayo. Es entonces cuando la eclosión se manifiesta en toda su plenitud. ¿Lo de ahora? Un anticipo, pues, según el mismo calendario, ahora habríamos empezado Germinal. Pero bueno, bobadas que tengo, porque a nadie le importan bagatelas de esta guisa, que ya sabemos que la cultura española no llegó en su momento a modernizarse como la francesa. Por cierto, aprovechando el tema, invito a que se consulte la formación y funcionamiento del calendario republicano nacido de 1789. Es fascinante su nomenclatura cotidiana.

Pues ya está. Cuelgo un par de ejemplares de ramas, un par de tonalidades de florecillas. No estaba acostumbrado a romper el mundo de sombras, materias duras, ruinas y demás que suelo fotografiar. Permitídmelo por una vez.

martes, 23 de marzo de 2010

Habla Nietzsche


"Hay un cierto tipo de probidad que siempre ha sido extraño a todos los fundadores de religión y espíritus afines: nunca se han hecho un caso de conciencia de sondear sus experiencias vividas. ¿Qué es lo que he vivido en definitiva? ¿Qué es lo que ocurrió en mi y en mi alrededor en aquel momento? ¿Fue mi razón lo suficientemente lúcida? ¿Supo resistir mi voluntad a todas las imposturas de los sentidos, tuvo el valor de rechazar los fantasmas? Ninguno de ellos se ha hecho estas preguntas, y tampoco hoy ninguno de los hombres religiosos se interroga de esta forma: más bien tienen sed de cosas contrarias a la razón y quieren colmar esta sed sin grandes dificultades. ¡De ahí que experimenten milagros y resurrecciones y oigan las voces de los angelitos! Pero nosotros los diferentes, sedientos de razón, queremos escrutar nuestras vivencias con el mismo rigor que cualquier experimento científico, hora tras hora y día tras día! ¡Queremos ser nosotros mismos nuestros propios experimentos y nuestros propios animales de pruebas."


Friedrich Nietzsche. La Gaya Ciencia. Libro Tercero, 319.

domingo, 21 de marzo de 2010

Salif Keita


Pero Brassens pertenece al pasado. O mejor, al recuerdo, que por lo menos es algo. Fue grande. Escarbó, ironizó y molestó. Pero el sistema lo engullía todo. La memoria de Brassens pertenece a una cultura incomprensible hoy día, teñida de nostalgias. Relegada a hemerotecas y archivos discográficos. Sólo consoladora -inútil acepción- para batallas perdidas en el territorio de las ideas y en la geomorfología del cuerpo. Brassens sólo incita a la melancolía. Aunque a los viejos resistentes nos gusten ciertos reencuentros. Siquiera porque en aquellos tiempos vivimos y supimos citarnos en los cafés, y acabáramos en ocasiones en alguna mansarda.

Mas hoy hay que mirar lo emergente. Porque tiene otro tono. Y ojalá otra esperanza. Por lo tanto, para celebrar la Primavera de verdad -oh, repetida y manoseada primavera: mero apunte, jalón de un ciclo tras otro, vana palabra como tantas otras- copio y pego aquí al cantor de Malí Salif Keita. Si queremos que nuestra mirada esté más iluminada por la luz, tenemos que mirar al Sur. Donde la vida aún huele a vida. Disfrutad su composición Folon. La fotografía adjunta es de la fotógrafa camerinesa Angele Etoundi Essambla.




sábado, 20 de marzo de 2010

Rescatando a Brassens




Dedicada a todos los que me acompañáis celebrando la sucesión de los ciclos de la vida. Esto del equinoccio bien se merece el rescate de un cantor que me marcó en un tiempo ya lejano.

viernes, 19 de marzo de 2010

Sotobosque



Adviertes mi acecho
a través del sotobosque de tus entrañas

y me descubres

no detengas el lábil peregrinaje
que impulso
sobre los claros abiertos en los días

repara
en el indefectible afán hacia mi tenaz provisión
de ti.


(Fotografía de Frantisek Drtikol)

miércoles, 17 de marzo de 2010

Indolencia


“...y en aquel pulso sentía que necesitaba recuperar el control y la tensión íntima. Atrapar la gracia misma que me había permitido desarrollar hasta entonces los bocetos y encontrar lo que yo consideraba mi estilo. No es exacto que la presencia cada vez más urgida de Circe me desviara del aprendizaje. Simplemente se trataba de una alteración cuyas consecuencias sobre mi trabajo no podía prever. Con el tiempo he llegado a considerar un acierto que sus insinuaciones fueran haciendo mella en mi. Precisamente porque repercutía en mis actitudes, en mi visión de las cosas y por lo tanto en mis enfoques y perspectivas sobre el dibujo. Los acontecimientos casuales e imprevistos suelen jugar con nuestras vidas sin que acertemos a ver previamente su alcance. Probablemente en ocasiones vengan precedidos de señales, incluso de voces, que no sabemos interpretar. La facultad de medir lo que va viniendo hacia nosotros no le es concedida a nadie. Y menos a los visionarios, por más que luego estos alardeen de haber previsto lo que iba a suceder. Es fácil descifrar la partida de cartas tras haberlas repartido, e incluso hasta que éstas no se muestran nadie puede estar seguro de nada. Durante varios días me manifesté indolente, rindiendo poco, inmerso en cierta desorientación. Mi manera de utilizar las herramientas habituales se volvió torpe. No me concentraba en los temas obligados de la academia. Tampoco lograba pergeñar aquellos dibujos espontáneos y atrevidos que había estado haciendo sobre Circe en el recogimiento de los tiempos muertos de las tardes. Al menos no con las mismas características y representaciones, pues se volvieron más difusos en la forma y más descarados en la intención. Siempre temí esas horas vanas de las tardes de verano. No he sido hombre de siesta, pero la pesadez de la comida aumentaba el calor del cuerpo. No era infrecuente que un calor digestivo condujera a otros calores de la mente que obraban convulsivamente dentro de uno. Nunca he rehuido la llamada de mi sangre, pero a veces temía los desenlaces solitarios, y ser presa del desasosiego y de un estado de ánimo frustrante. Fue precisamente una tarde en que me debatía entre la somnolencia y la abulia cuando escuché una voz de mujer, procedente del zaguán, que preguntaba por mi...”



(Fotografía de Aneta Barthos)

viernes, 12 de marzo de 2010

Desconcierto

"...sin encontrar la manera de reflejarla en inédita posesión. Me he preguntado muchas veces si habría pintado lo mismo de no haberla tenido a ella como modelo en la distancia. O mejor dicho, si mis obras de ahora serían lo que son si ella no hubiera abandonado su distancia. No sé cómo supo de mis estudios, aunque ahora pienso que tal vez sabía de mi más de lo que yo pensaba. En lo que entonces era un lugar de cuatro casas no era difícil que se supieran las cosas. Y más sobre los que habitualmente no habitábamos aquí y que en aquellos meses de verano nos convertíamos en objeto de interés. Se nos apuntaba de modo discreto y pasajero, pero resultábamos diana de todas las miradas. Había días en que Circe paraba su actividad, se asomaba a una de las ventanas y se apoyaba de espaldas al exterior. Hacía como que me ignoraba, pero su objetivo quedaba en evidencia. Se dejaba posar en mangas de camisa, su estampada camisa de lino. No era por mucho tiempo, no se contorsionaba ni agitaba su cabellera, pero se mostraba para que mi mirada la recorriera, sin duda alguna. Y yo no me lo pensaba. Su espalda reclamaba mis lápices y el despliegue de una tras otra de las hojas del cuaderno. Circe tenía los hombros prolongados, que se dimensionaban en una horizontal firme. Luego su espalda se afinaba en una caída progresiva hacia la cintura. A mi me recordaba el talle de las figuras femeninas cretenses. De vez en cuando se recogía el pelo y permitía que yo viera su cuello esbelto, para inmediatamente después dejarlo caer de golpe. Cuántas espaldas esbozaría de mala manera. No era fácil centrarse como si se tratara de un mero modelo. Percibía de ella unas sugerencias que sólo la sangre que circula irracionalmente dentro de un hombre puede advertir. Los días iban sucediéndose, entre ejercicios de dibujo, juegos con los amigos, salidas para ver las tareas de los campesinos de la comarca. Pero los amaneceres se convertían en una cita invisible incluso entre sueños. Una mañana Circe no apareció entre los quicios de las ventanas. Mi sobresalto no me dejó realizar el trabajo propuesto. Fue entonces cuando me di cuenta de qué manera me estaba afectando un perfume lejano, una visión distante y los vanos ocupados fugazmente en los ventanales de la hospedería. Traté de no dejarme someter por el desconcierto y esperé la nueva jornada. Cuando ésta llegó y comprobé que el orden se había reinstaurado, sentí un alivio exultante y pensé que me calmaría. Circe volvía a manifestarse, como si su día vacante no hubiera existido. Pero el salto estaba dado para mi. Desde aquel día una inquietud desbordó mis aprendizajes y desfiguró los trazados que iba plasmando. No me bastaba contemplar la mujer al otro lado de la carretera para dibujar con constancia y precisión su figura y, a través de aquella observación, matizar mis avances. Lejos de perfeccionarme caía en una suerte de perfiles cada vez más abstractos, desprovistos de rigor..."
   
 
(Foto recortada de Boris Ignatovich)

jueves, 11 de marzo de 2010

miércoles, 10 de marzo de 2010

Circe


“...pero a los que puedo advertir todavía en la zona umbrosa de mi memoria. Las ventanas que veía desde este rincón persisten aún. La piedra ennegrecida de la fachada parece ir apoderándose poco a poco de ellas. Pero ha desaparecido la mujer joven que todas las mañanas las abría. La estoy viendo ahora, con su camisa amplia, su cuello de puntilla, arremangada, sonriéndome. A veces se ponía un pañuelo de color malva anudado al cuello. Yo imaginaba entonces que la fragancia que llegaba a mi cuarto cada mañana procedía de aquel pañuelo. Las paredes de enfrente dejaban de ser opacas para mi cuando se mostraba. Al levantarme, ella ya se había puesto a la tarea. Iba pasando de una ventana a otra cada cierto tiempo. El tiempo que le llevaba hacer la limpieza de cada habitación, hubiera o no huéspedes alojados. Sacudía las mantas, cambiaba las sábanas, oreaba los cuartos, pasaba el cepillo. La veía hacer todos los ejercicios con meticulosidad, sin pausa. Era frecuente que se apoyase en el alféizar y levantara su mano. Buenos días hoy, decía. Al cabo de un rato, desde otra ventana repetía la misma coletilla, buenos días hoy. Y así en la siguiente y en la otra y en la otra. Buenos días, hoy, dibujante. Su presencia era un acicate nervioso y alegre que no dejaba que me concentrara en mis deberes. Yo abandonaba el cuaderno de dibujo y los libros de teoría y me precipitaba a la ventana. Lo abandonaba todo por Circe. Era un nombre extraño en aquella región y, como una vez me dijo, ni ella misma conocía su origen. Sabía que su padre había viajado bastante y que acaso por esa razón había traído el nombre para ella desde tierras lejanas cuando nació. Como quien trae un presente. Un don que no iba a ser efímero, sino algo más, un símbolo acaso. Circe. A mi me gustaba que se llamara así. Eran dos sílabas para las que no tenías que mover la lengua de la misma posición. Era como estar acariciando los dientes. Como si ensalivaras la boca cada vez que lo pronunciabas. Cuando la llamabas se mantenía con un tono moderado, aunque ella lo percibiera agudo. Además, se trataba de un nombre que le distinguía con facilidad de los conocidos que llevaban las otras chicas. Cuando Circe desaparecía de las ventanas y yo retomaba mis ejercicios ella seguía allí. Perfilándose en las hojas del bloc al ritmo de los lápices que mi mano precipitaba...”


(Fotografía de Gertrud Kasebier)

martes, 9 de marzo de 2010

Rebelión


“...y mi naturaleza, de por sí más serena, tras los años de desgaste y sedimentación, recupera un antiguo carácter que creía desalojado de mi. Y ahora aquí, me rebelo. Por un instante cierro los ojos y pego un puñetazo en una mesa que no existe, entre unas paredes que no me recuerdan ni me reconocen, a través de una claridad que me desprovee de todo. Se me brinda la oportunidad de soñar con imágenes que puedo rescatar de su evanescencia. Imágenes cuya doble faz pueden dañarme. Recuerdos que sin duda cambiarán de significado porque el tiempo no ha pasado en vano. Porque la manera en que, al menos en apariencia, se manifestaron aquellos acontecimientos en su día no revisten ahora las mismas características. Nunca existen los hechos en abstracto, ni tienen cuerpo propio, ni se mueven para justificación de sí mismos. Y si los hechos llegan a ser tales en cuanto a la forma, en cuanto a cómo se han desarrollado, no resultan nunca suficientemente aclaradores por sí mismos. Tienen que ser observados, y el cuerpo de la mirada no es único. Demasiados ojos desde demasiados rostros para ver del mismo modo. Las conclusiones que sacamos cada cual fijan realmente la cara de los hechos. Su interpretación es siempre interesada. La nebulosa de confusión que se impone despliega un pulso entre posiciones, y cada una de ellas quiere tener razón. La inquietud se ceba en el entorno de los supervivientes sin saber bien si desaloja el marasmo. Eso son los hechos. Una dinámica instantánea, apenas una centella que deja su residuo nuevo. Que lo toca todo con otra luz o que lo cubre todo de tinieblas. Lo que da lugar a un desenlace siempre viene de atrás, asentado en el conflicto entre individuos y reconcomiendo el espíritu del individuo mismo. La presunta objetividad con que se atienden los sucesos una vez han tenido lugar nunca es tal, pero se emiten juicios, se deslizan aproximaciones, se extreman alegre o airadamente las opiniones. Y depende también de la nueva correlación de fuerzas entre los que participaron en ellos, o entre los sucesores y sobrevivientes de aquellos que estuvieron allí y no están ya...”

sábado, 6 de marzo de 2010

Miguel Hernández, más allá de las ventas

Me paso la tarde leyendo Cancionero y romancero de ausencias. No porque ahora se cumplan cien años del nacimiento de Miguel Hernández, sino porque una persona a la que estimo mucho me lo hizo reverdecer hace poco tiempo. Miguel Hernández, tan olvidado, tan desconocido. Por cierto, la industria y el comercio, sensibles como siempre a la cultura, o mejor dicho al beneficio a través del objeto de negocio denominado cultura, ya han afilado sus armas. Sus productos. Vi ayer una sección en El Corte Inglés preparada para el evento, con una serie de ediciones de libros y el disco de Serrat, etcétera. El mismo gran almacén que no tiene inconveniente en llevar a firmar, cada vez que saca uno de sus inútiles libros, al inefable y conspirativo intelectual español del momento José María Aznar. Por cierto, uno de los personajes de la tríada pringada en la sangre de Irak.

Y es que todo vale para el negocio sagrado de las ventas. Es la hora de la democracia, digo de la primavera en...etcétera. Ahora toca Miguel Hernández y a vender. Igual, hasta con crisis de bolsillos y todo, cae algo. Bienaventurados los que diversifican su negocio, pues de ellos será el auge en la Bolsa. Suena de nuevo Miguel Hernández, aunque nadie lo entienda ni se viaje al pasado de nuestra historia para entenderla. Porque, ¿quién quiere leer a estas alturas a un amargo derrotado? Dentro de cuatro días volverá nuevamente al olvido. ¿Qué diría el bueno de Miguel de toda la lacra corrupta que adorna su tierra? ¿Qué diría de cómo subyacen residuos todavía de aquel régimen bárbaro que lo llevó primero a la cárcel y luego a la muerte? Acaso volviese a cantar uno de sus romances de dolor y oscura esperanza:

Yo solo.
Entre las cuatro paredes
yo solo y un volcán.
Nadie nos apagará.
Yo solo.
Yo solo sobre este lecho
de escarcha, y mi volcán.

Nadie nos apagará.


miércoles, 3 de marzo de 2010

Correcciones

“...como enigmática me resulta esta comparecencia aquí. He retornado al punto de partida. Aunque sé que no estoy en el punto de partida. Al menos no en el inicial, en ése al que rigurosamente denominamos comienzo. Me da en pensar que a cada instante partimos de alguna manera de nuevo. Tal vez no llegamos, y nos quedamos a medio camino. Acaso llamamos llegar a una extraña manera de habernos distanciado del origen. Los ciclos no son únicos, los recorridos no son ilimitados. Nos encerramos en las palabras, cuando las palabras deberían expresar nuestra expansión. ¿Y si las palabras trazaran los límites? He vuelto para comprobar de qué manera me afecta la distancia. No he venido para ver qué queda de atrás, aunque mi vista exigirá una comparación. Y no podré escapar a las imágenes que fluirán seguramente sin desearlo. El pasado se había silenciado demasiado y cualquier tipo de presencia del pasado se me había hecho insoportable. Durante mucho tiempo no he querido saber. Me excluí de mi propia memoria. Los nuevos paisajes, las actividades que me agotaron, los viajes inevitables, los individuos con los que me crucé, las mujeres que quisieron saber de mi y de las que yo deseaba conocer, todo ese bullicio que ha transcurrido agitándome y conformándome, como si no hubiera venido de ninguna otra parte, debieron forzarme a que me desvinculara del origen. He vuelto también para comprobar las dimensiones inadvertidas del pasado. Las que no había podido compulsar a causa del alejamiento de todos estos años. Las dimensiones sólo se advierten cuando la obra está hecha. Los cálculos y los planos de la vida no son como los de los edificios. Son intuiciones borrosas, incertidumbres lejanas. Elementos difusos que previamente no sabíamos medir. Los proyectos que nos ofrecían, estereotipados y grises, no me tentaban como para dejarme llevar. Es probable que no tuviera las herramientas adecuadas a mano. Es probable que mi intuición me golpeara lo suficiente como para advertirme del riesgo de permanecer en una sociedad oscura, en un modo de sujeción que violentaba mi naturaleza...”