"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 31 de diciembre de 2011

treinta y uno de diciembre


abrir bien los ojos y observar; mantener la agilidad y la capacidad de reacción; escuchar el rumor; no dejarse seducir por lo primero que te ofrezcan; distinguir y comprobar; roer la cáscara, no obstante sea amarga; ir al corazón de lo nutriente; mantenerse siempre en guardia; refugiarse donde no te hagan cautivo; conservar la calma y ser paciente...¿te parece bien cómo empiezo mi lista de proposiciones propias de la fecha?, me dice con un brillo sospechoso en su mirada; me parece, le digo mientras vacío la segunda de brut




viernes, 30 de diciembre de 2011

evocación de la noche


Perquè retorna,
quan sóc perdut en l’ombra,
un debilíssim
record d’infant, les ales
passen sense tocar-me.

Porque regresa
un muy débil recuerdo
de niño, cuando
me pierdo entre la sombra,
las alas pasan sin tocarme.


(Salvador Espriu, poema Aún no, de El caminante y el muro)




Como una silueta
así la noche
baja y me nombra.
Como una umbría fértil
cuanto yo evoco
se abre y me toma.
Y enredado en sus ondas
cual silueta
yo me disuelvo.








(La imagen de la sombra que encabeza los poemas la tomé de la Red, pero lamento no conocer el nombre de su autor para ponerlo aquí. Estoy dispuesto a subsanarlo si llego a saberlo)


jueves, 29 de diciembre de 2011

nocturno de veintinueve de diciembre


no te lo vas a creer, pero el otro día encontré en una caja arrinconada restos del naufragio; o mejor dicho, de uno de los naufragios; uno ha sido siempre náufrago recurrente y encima gracias; aunque uno arrastra sus marcas y sus desconsuelos se cura estúpidamente (no sé si en falso también) diciéndose que al menos ha sobrevivido; sí, soy un superviviente, no obstante mis fracasos, mis desalientos y mis sueños volados; ya te digo: encontré esas publicaciones manuales, tiradas a ciclostil, de cuando el canto de sirenas era atronador; de cuando te embarcabas sin sujetarte al mástil ni prevenirte contra cíclopes; de cuando al final resultó que Ítaca no estaba en ninguna parte y, lo que es peor, que empezaste a dudar de si el viaje había merecido la pena o si como dice Cavafis y los exégetas actuales, Ítaca era la navegación misma; de eso no hace tanto, o acaso sí ha pasado demasiado tiempo, porque tiempo es sobre todo que sucedan cosas, y han pasado ya demasiadas cosas; lo que más sorprende: que sobre todo ha pasado el cuerpo sobre el cuerpo; unas veces te das cuenta mirándote al espejo; otras cuando te encuentras con antiguos compañeros; otras porque ya no puedes echar las carreras que echabas cuando se hacían aquellos papeles que ahora te encuentras en el trastero; pero no solo ha pasado el cuerpo sobre el cuerpo, lo cual no tiene que ser, no es, dramático, sino meramente consecuente; hay más: se han sucedido experiencias tras experiencias (el paso del cuerpo sobre el cuerpo también es experiencia) y sientes una especie de plenitud relativa, siempre insuficiente, pero acogedora; así que aquellos textos te parecen idealistas, desenfocados, utópicos; y, sin embargo, los contemplas (ya no sabes siquiera si los textos de entonces se leen o se contemplan, o ambos ejercicios) con un rictus de ironía, de admiración también, y sobre todo de paradoja: como si aquellos mensajes, que parecían reducir el problema o sobrevalorarlo o infravalorarlo, según, siguieran en vigor; estás curtido, en un sentido, y no te dejas llevar por melancolía alguna, no faltaba más; pero lees y relees aquellas letras de plantilla humilde, aquellos lemas bienintencionados y aquella iconografía sublime y la puerta de las preguntas se abre vertiginosa y cruel; ¿tanto te dicen esos papeles trasnochados?, le digo a mi amigo por sacarle de alguna de sus caídas transitorias y rabiosas; sabes, me responde, me hablan sobre todo de mí mismo y de mis ganas de seguir navegando, aunque vuelva a naufragar

miércoles, 28 de diciembre de 2011

veintiocho de diciembre (cartografías)




“Aquí una periferia avanza. O un centro retrocede.
Ningún Oriente es completamente Oriente,
ningún Occidente es completamente Occidente,
la identidad está abierta a la pluralidad,
no es una fortaleza o un foso.

La metáfora dormía a la orilla del río:
sin polución,
habría abrazado la otra orilla.



Mahmud Darwix, del poema Contrapunto, perteneciente al poemario Como la flor del almedro o allende. Editorial Pre-Textos, colección Cruz del Sur.



mira este mapa de Johann Honterus, qué viejo es, ¿verdad?; lo encontré hace muchos años en una librería de lance de una callejuela próxima al Moldava; como data de mediados del siglos XVI ya está incorporado, a su manera, el continente americano, lo cual repercutió sobre el resto de la cartografía y ayudó a recomponerla; los días que me cuesta entender el mundo presente lo despliego y permanezco un buen rato contemplándolo; sé que con tanto echar mano de él voy a acabar desarmándolo del todo, pero hay algo de efecto placebo; me pierdo en el tiempo, simulo recorridos, imagino paisajes y me zambullo en un nada comprometido viaje por territorios de los que mi mente está cargada de sugerencias; es asombroso pensarlo, pero lo que ahora nos parece un tanto ingenuo de estos mapas antiguos no puede ocultarnos que constituían una referencia de lujo para los gobernantes de su tiempo; y llamo gobernantes a todo tipo de aventurero, ya fuera rey o noble, obispo o banquero, armador o general mercenario, que se entregara a la defensa de la hegemonía de sus intereses; o a aquellos que se lanzaban a catar los nuevos frutos de la conquista, al comercio, a la búsqueda y explotación de materias primas, a la difusión de sus ideas; el poder de un mapa ha sido tan decisivo como el control y la técnica de los ejércitos o la financiación de las monarquías y de las guerras; una carta tan sencilla en apariencia como ésta es ya una fotografía aproximada, cargada de información sobre la situación de las latitudes y las longitudes, de los paralelos y de los meridianos; entonces, una vez que he tomado contacto visual sobre el mapa voy descendiendo, o si se quiere, retrotrayéndome en el tiempo; y veo; no tanto el detalle etnológico como el alma natural de las cosas; el esfuerzo del trabajo, el riesgo desigual de las vidas, la oprobiosa manera de vivir del cuento las castas inútiles; veo la consideración segregada de la mujer, la configuración productiva de las familias, las levas de la juventud para nutrir los ejércitos; veo también el desarrollo de los oficios y de las artes, la investigación de las minorías, la realización de las obras exultantes, la pomposidad de las vanidades; veo la miseria que dejan las guerras, las ciudades asoladas, la agricultura abandonada o destruida, la influencia sobre las poblaciones de las ideas que justifican el mal; llego a un punto en que estoy tentado a preguntarme si el cambio de épocas pretéritas respecto a la que vivimos ha sido de una calidad nueva; y aquí mi pensamiento se corta, mis criterios vacilan, mis razonamientos se revuelven y mis dudas me agobian; esa parte del poema del árabe Darwix tiene más de espíritu taoísta que de metáfora; me parece especialmente luminoso para considerarlo durante estas fechas en que un año más fenece, sin que eso signifique nada

domingo, 25 de diciembre de 2011

casillas una y dos


cuidado con el número uno; siempre es casual, pero aunque parece el principio nunca es lo primero; el hombre hiena lo sabe: parece decir que no basta con haber partido desde ti mismo; que siempre eres consecuencia de lo anterior; el hombre hiena sentencia: lo peor y lo mejor está por venir



echar los dados


echar los dados ya es una suerte; no todos pueden echarlos; lo que salga no implica solamente una cantidad; el jugador anhela sobre todo la calidad de la jugada; el azar siempre es un echar los dados de ida y vuelta; la clave está en no cejar en el empeño; en tener conciencia del juego, no tanto de lo que se persigue

apresuramientos


no subestimar ni lo más pequeño, ni lo más pasajero, ni lo más oscuro, ni lo más alejado, ni lo más callado; por apresurarte no captarás su inmensidad, su permanencia, su iluminación, su proximidad, lo que dicen las cosas que a primera vista no acertamos a percibir y menos a disfrutar

¿res cogitans?


la pose es siempre falsa, no fiarse de la pose; melancolía, memoria o pensamiento no implican una típica postura ni una determinada apariencia; pero si adoptas una pose, debes prevenirte contra ti mismo; quieras o no dar la imagen de lo que no eres, la pose se vuelve en contra; siempre queda una posibilidad de que la pose sea auténtica; por abúlico, indolente u orate

las adecuaciones


hay quien prefiere adecuarse a las circunstancias; pero con un alto precio, aunque parezca lo cómodo y seguro; esforzarse en el conocimiento no es algo que guste elegir a todos los individuos; también hay que disponer de un arte de la adecuación; entre la farsa y la simbiosis debe haber un abanico de modos de estar; el resultado, a largo plazo (al paso que van los tiempos incluso a corto y nervioso plazo)

babel




si la montaña es la torre; si la torre es la ciudad; si la ciudad es el laberinto; si el laberinto es el lenguaje; si el lenguaje es el alma; si nada se pierde ni nada se gana del todo mientras sigues recorriendo sus sendas sinuosas




el ángel sembrador



las trompetas de los ángeles siempre suenan demasiado tarde; justo cuando la catástrofe es inevitable; conviene, por lo tanto, no advertir sus sones como la llamada de lo indeseado; es preferible dar la vuelta a sus arpegios épicos y sementar otra clase de música; no dejar que sobrevuele el ángel exterminador y dar paso al sembrador

culpas


no jugar definitivamente es el final; quedar fuera del juego o con escasas posibilidades de echar los dados es una suerte o anticipo del fin dentro del juego; una parada obligada, un tormento, la reducción de uno mismo; el jugador se convierte en culpa y la culpa en pena; penar es el desvalimiento y con él se crece la pérdida

salto improvisado


una aparición en el momento adecuado sugiere un sentido; también una esperanza; se impone escuchar lo que mostrándose como rumor callado puede convertirse en una voz firme; importa no conformarse con su eco, pues el eco es la sombra de la voz; y ésta acaba extraviándose

de la seducción



considerada jugada esencial del juego, no siempre es la más acertada; pero ningún jugador puede ni sabe rehuirla fácilmente; la respuesta, si caen los dados en la casilla, no está en sí misma; de hecho, cualquier otro de los fenómenos, accidentes o monstruos que surjan por el camino pueden rebajar su poder e incluso anularlo


de la otra seducción




atentos a su desplazamiento sigiloso; propone otra clase de seducción poderosa; el reptil porta en su sangre gélida la sabiduría antigua; no por antigua ni por acumulada es más saber; sino por su capacidad transmisora, paciente, tenaz; el verdadero conocimiento reside en la adecuación a sí mismo


los trabajos y los días




¿qué es más ancestral? ¿las faenas o la aventura?; en parte es una conjunción; en parte, una disociación; la clave, no obstante, no reside en una mera actitud del hombre consigo mismo; las faenas conectan al hombre con especies y dones de la tierra y del mar; la aventura, aun conectándolo también, conlleva una épica destructora; pero todo hay que leerlo en las dos direcciones


despedida y gratitud


sean trabajos o exilios, cultivos o descubrimientos en tierras ignotas, siempre hay alguien que despide; siempre hay un ser dispuesto a un vuelo que indique al navegante de la proximidad de la costa, justo cuando el nauta ya creía que las aguas procelosas le iban a engullir; la gratitud de la despedida es también la del encuentro

en el faro


tal vez sientas la tentación de quedarte en esta casilla; lo tienes todo: luz, apartamiento, sosiego, musicalidad; es la imagen bucólica que no cita la otra parte: la soledad, el aislamiento, la inquietud, el rugido del fin del mundo que llega con el oleaje a tanta velocidad como los latidos del corazón; pero quieres probar


las trampas de lo que atrapa



no pudiste evitar asomarte; los reflejos arrastran a veces al abismo; la sed, la curiosidad, el deseo, Narciso...y el borde apenas está dibujado; no es una caída definitiva, pero sí muy brusca; marca lo suyo, pero cuántas veces no habrás caído al fondo, cuántas veces; y aún sin aprender


el primate




y no será porque no te lo había avisado con creces, torpe


el último pirata



y no será porque no te lo había advertido, humano



(Mi amigo Diego M. quedó atrapado para siempre en esta casilla. Un año y pico después de traerme el libro de José Guadalupe Posada no supo echar los dados de la supervivencia en la partida de una operación quirúrgica. Vaya esta pequeña serie de divertimentos en homenaje)


sábado, 24 de diciembre de 2011

De oca a oca


Hace pocos años, aprovechando que mi amigo Diego M. iba a efectuar una visita a su tierra natal de la Baja California le encargué que buscase algún libro sobre la obra gráfica de José Guadalupe Posada y me lo trajera. Siempre me había entusiasmado lo poco que conocía de Guadalupe Posada: esas imágenes satíricas de costumbres, tradiciones o próceres, esos esqueletos quijotescos en los que convertía a amantes, gobernadores, beodos o burgueses.

Diego M. me trajo un libro -para mi sorpresa editado en el vecino Estados Unidos de América- no excesivo, pero sí suficiente para documentarme. Dentro del libro, como acompañamiento, venía un Juego de la Oca desplegable, realizado por el grabador mexicano. El Juego de la Oca es una espiral o, mejor dicho, la Espiral. La que emana desde un vértice profundo al que se le supone origen y se expande hasta un número limitado donde encuentras el triunfo, pero que no obstante podría resultar infinito. La Espiral, naturalmente, es la vida. Y por lo tanto, el espacio helicoidal donde te engulle un vórtice de acontecimientos que implica sorpresa pero también su precio.

La estética del juego de Guadalupe Posada es impecable, original en su tiempo. ¿Realizaría más diseños de otros juegos? Es probable. Pero éste de la Oca, tan vinculado a nuestra infancia, a las noches de recogimiento invernal, es la metáfora misma de la existencia. Una metáfora al descubierto. Nadie está libre de nada y todo implica una dualidad: premio o castigo. Nada hay lineal. Sí un camino, pero cuyo recorrido reserva trampas y encrucijadas. Con un matiz: hay prebendas que se multiplican y sanciones que te hunden. Claro que, quien hoy se siente victorioso mañana puede ser el perdedor, o viceversa. ¿No es la vida misma?



martes, 20 de diciembre de 2011

Piensa en lo que dice Mahmud Darwix




quiero que escuches un poema, me dice; ayer te recité un par de versos que me llamaban la atención especialmente; pero el resto del poema no tiene pérdida; hay algo en él que conecta con una mentalidad que cultivaba hace años, ¿como diría yo?, un discurso más solidario o más cooperador o más atento al exterior sufriente o más cristiano, no sé; ¿te sorprende este lenguaje a estas alturas?, me dice acaso por mirarle con cierta perplejidad, yo que no le conozco de toda la vida y que en ocasiones resulta un manantial incesante de novedades para mí; con esto no estoy diciendo que sean propiedad de la religión las buenas voluntades, por supuesto que no, matiza; este poema me sitúa de nuevo ante el dilema de si el sentimiento por el dolor ajeno expresado y expreso es presencia cultural de alguna de las religiones del Libro o una manifestación anterior; las religiones, que han manipulado casi todo, han intervenido sobre la conciencia del ser y atrapado el sentimiento del individuo; pero imagino que la herida de la vida destacó desde el origen en los clanes y las tribus un instinto de apoyo mutuo; naturalmente, sospecho que no por ideología, apenas esbozada o siquiera muy primaria, sino por la conciencia de que la propia supervivencia individual no era posible sin el respaldo y la cooperación de más individuos; ¿te das cuenta?, en el fondo de todo siempre está el uno; el hombre único que apenas es nada frente a la totalidad pero lo es todo para sí mismo; y ese instinto de apoyo mutuo, de la necesidad de salir adelante, se manifiesta continuadamente; no basta con que los que viven mejoradamente tengan un cierto grado de identificación formal con los que sufren, sobre todo porque es aparente; no hay identificación con el sufrimiento si no se padece; porque sin ese otro elemento que la cultura ha ido desarrollando y que algunos llaman concepto de la justicia nada tiene valor; y esa idea, esa necesidad, esa exigencia clamorosa de llevar a efecto la justicia nos remite a nuestros límites y al problema universal; por eso quiero que escuches este poema entero de Mahmud Darwix, al que titula Piensa en los otros; y el poema, que hace pensar, que te revuelve los hígados desde su amable sencillez, dice:


Tú que te haces el desayuno, piensa en los otros
(no olvides alimentar a las palomas)

Tú que te enzarzas en tus batallas, piensa en los otros
(no olvides a los que piden paz)

Tú que pagas la factura del agua, piensa en los otros
(los que maman de las nubes)

Tú que vuelves a casa, a tu casa, piensa en los otros
(no olvides al pueblo de los campamentos)

Tú que te duermes contando estrellas, piensa en los otros
(hay quien no halla dónde dormir)

Tú que te liberas con las metáforas, piensa en los otros
(los que han perdido el derecho a la palabra)

Tú que piensas en los otros lejanos, piensa en ti
(di: Ojala fuese vela en la oscuridad)




(Imagen del ceramista y pintor Íñigo Dueñas)

sábado, 17 de diciembre de 2011

diecisiete de diciembre



“Tú que te liberas con las metáforas, piensa en los otros
(los que han perdido su derecho a la palabra)”

Mahmud Darwix, del poema , perteneciente al poemario Como la flor del almendro o allende.


¿ves?, las letras en los libros y yo resistiendo al frío; a veces me pregunto: si las imágenes que hemos generado con la lengua se vinieran abajo, si prescindiéramos de tantos recursos, ¿sería un retroceso o un avance?; acaso perdería la creatividad o eso mismo nos conduciría a ver los acontecimientos de manera más descarnada; ¿seríamos por lo tanto capaces de resistir el relato con la impunidad de los vacíos de estilo?; nos preguntaríamos para qué leer o dejaríamos de tener interés en lo que meros testigos nos transmitieran; y lo peor: ¿cómo conjuraríamos nuestros fantasmas?; veo la escarcha cubriendo los troncos de los árboles y los tejados lejanos, no muevo los párpados, me cansa la imagen porque nada me dice; no convierto el paisaje en una manera de interpretar lo que me rodea; me atrapa para anularme, no para seducirme ni expansionarme; he prescindido de las metáforas, por ejemplo, y no consigo saber para qué sirve lo que contemplo; siento frío, todo resulta plano, no pienso en nadie; las metáforas nos alivian y nos reconfortan; pienso en el consejo y en la razón de Darwix: no nos liberan si nos encerramos en ellas, si desviamos la atención de lo fundamental, si ignoramos a quienes no pueden emplearlas



(Imagen del ceramista y pintor Íñigo Dueñas)

jueves, 15 de diciembre de 2011

Ante el paisaje


Un hombre mira. En derredor se abre un paisaje y se cierra otro. En medio está el abismo. El hombre no se mueve pero ya no contempla fuera de él. No ha cerrado los ojos pero estos no ven. En ese momento su mente se puebla de recuerdos. Un historial, un balance. Una sucesión de acontecimientos cuyo orden no está marcado por el tiempo sino por las aspiraciones y los deseos no satisfechos. También por lo que hubo y se ha evaporado, pero eso no le atormenta. El hombre suspira. El suspiro tiene algo de voz de la conciencia. Un gesto reflejo que expresa lo que siente con más profundidad y lucidez que las palabras. Es invierno, pero es sobre todo soledad. La iconografía tradicional representa al invierno como el vacío aparente, la borrosidad, el alejamiento del calor, la privación de los colores. Acaso la soledad sea eso también. Una distracción para que a su vez se manifieste el recogimiento. Lo que dé ocasión a retomar los pasos y generar nueva vida. Conciencia de mirar hacia dentro. Y como sucede con el invierno, al hombre se le traslada la desprovisión y el frío que le paralizan. El hombre traduce sus pensamientos a imágenes externas. Nadie, al pensar sobre facetas de sí mismo, por muy críticas que se encuentren, lo hace con la imagen de sus vísceras. Las vísceras no son paisaje testimonial para el hombre. El individuo necesita metáforas externas, abundantes, exuberantes, variadas. Donde se proyecte y pueda reclamarse de testigos físicos naturales que ha visto siempre. Aunque un hombre se ponga a considerar su momento de la vida desde una habitación cargada de miasma y de escasa luz, imagina el paisaje. Unas laderas que descienden, un río al fondo del valle, el aleteo de las ramas de los abedules, el fragor de la escarcha bajo los pies. Mejor si lo ve directamente. El hombre precisa convertir el paisaje en cómplice de su estado. Un hombre mira con ojos de compasión el paisaje helado. Siente su descomposición y percibe la soledad mortificada por el silencio. La soledad es la necesidad de uno mismo.




(La imagen es obra del ceramista de Alba de Tormes Íñigo Dueñas)

lunes, 12 de diciembre de 2011

Hamlet en diciembre


HORACIO
Sus fantasías le trastornan.
MARCELO
Sigámosle. No conviene obedecerle.
HORACIO
Vamos tras él. ¿Adónde puede llevar esto?
MARCELO
Algo podrido hay en Dinamarca.
HORACIO
El cielo dispondrá.
MARCELO
Nosotros sigámosle.

Hamlet. William Shakespeare. Acto 1


mira que hay frases que se repiten como coletillas en el habla de las gentes, pero ésta de que algo podrido huele en Dinamarca es de las que más me espanta; ¿será porque enseguida percibes a través de su expresión el hedor de los actos inmorales de los hombres?; incluso me contagia a mí, y hablo como si fuera parte de la obra; parte de la obra somos, le digo por desgravar su apesadumbrada actitud; y él se abstrae y continua tenaz: pero me preocupa no tanto que se nos envuelva en el lado corrupto de la obra, que eso es muy del decidir cada cual si forma parte o no, sino la actitud pasiva o indolente de los individuos; ¿has visto cómo se han sentido tocados los reales intereses?; ¿no te das cuenta que lo que sienten peligrar sus posaderas majestuosas no es sino su improductivo modus vivendi?; sin embargo, la ciudadanía tenía que saltar con un grito unánime y la supuesta entidad de las gentes calla; eso es lo que me desasosiega: el silencio; tal vez los hombres sean prudentes, le replico por hacer de abogado del diablo; ¿prudentes, dices?; ¿dónde se halla el límite entre la prudencia y la renuncia a ejercer tu propia voz?; ellos no son más que nadie, y ésta ocasión es extraordinaria para retomar el debate de la inutilidad de que ciertos y escasos individuos, muy encumbrados, eso sí, se lo lleven entero por no aportar nada a la sociedad; a veces uno piensa que nació y creció en una tierra corrupta, y que cualquier intervención que una parte de la sociedad hiciera en su historia para corregir ese destino fue aplastada por los ventajistas; que esta tierra tiene cuentas pendientes y no puede dejar la corrupción en manos del cielo, como decía Horacio; simplemente porque si no se cortan jamás ciertas actitudes de vileza, que ya ves que se reproducen en las alturas de las instituciones, no hay garantías de que se avance hacia la luz; (mi amigo suele terminar a veces sus pensamientos en voz alta de una manera casi mística; acaso es su modo de evitar una explosión de rabia en mis narices)



(Imagen: interpretación de Laurence Olivier en Hamlet)

domingo, 11 de diciembre de 2011

foto de un recuerdo



Cuánto me gusta esta fotografía de W.Eugene Smith. La pose de una persona que la define mucho más que los hábitos que viste. El gesto bien de sorpresa, bien de pasmo. No sabemos ante qué. Por supuesto no debe ser a causa del estupor deparado por el fotógrafo que, en plan aquí te pillo y aquí te mato, da al clic. Ella mira hacia una elevación. Desde luego, la celestial no es; la celestial se encuentra más arriba. ¿Más arriba que las nubes? Más. ¿Más arriba que la exosfera? Más. Pero ella mira hacia un plano que es más interior que exterior. Exhibe una mezcla de pudor y pizca de picardía acaso. Si bien puede ser un gesto estudiado o una actitud frecuente y refleja en ella. Un estado particular y espontáneo que la enajena de su Dios y de los hombres. No es su dulzura juvenil lo que más me camela. Ni esa posición de situarse contra corriente, ya sean viandantes en un cruce o militares despidiéndose para una gesta de muerte. La seducción reside en ese ademán de colocarse la mano ante la boca. ¿Qué es lo que contiene con ese gesto? ¿Qué le aturde? A mi me aturden los dedos de su mano. Por supuesto, la posición, esa actitud de dedos separados, prolongación de un dorso huesudo y frágil. Unos dedos alargados en que a uno se le antoja reconocerse, por aquello de que una parte de la familia los tiene de esa condición. No puedo evitarlo, hago tabla rasa del resto de la foto y percibo la movilidad de esos dedos. Su delicada y sugerente belleza. La dinámica de la que están dotados. La capacidad simbólica que despliegan. Con ellos puede enseñar en una pizarra, referirse al Altísimo o llamar la atención de los que sienten tocados por una corporeidad preservada. Anne los tenía así, incluso antes de llamarse públicamente Anne, siendo aún sor Eloise. No voy a contar ahora cuánto me gustaban los dedos de Anne y cómo me gustaba juguetear con ellos. O mejor, tejer la urdimbre de unas caricias que soldaban nuestras manos. Pero eso fue hace mucho tiempo. Si no fuera por la foto de Smith no me habría acordado.



viernes, 9 de diciembre de 2011

foto de familia


contemplar la foto de familia; un ejercicio no habitual, pero sí recurrente, que practica cuando otras fotos de otro tipo de familia le producen repugnancia; tiene que mirar para otro lado si algún medio de incomunicación le mete por las narices fotos de cierta familia conocida que vive del erario público en un palacio y de la cual alguno de sus miembros ya sortea el límite de la delincuencia (presunción de inocencia hasta que una causa judicial decida y alguien solucione el problema irregularmente); familia cuyos orígenes fueron espurios, ¿quién colocó al cabeza de la tribu donde está?, piensa en voz alta; esa familia con un presupuesto amplio por no hacer nada, salvo cumplir un cierto requisito constitucional, del que se podría prescindir si los contribuyentes, que se han olvidado de ser ciudadanos, quisieran; él necesita el exorcismo de mirar fijamente una foto de familia sencilla; donde una serie de personas posan, él precibe el sufrimiento cotidiano; aquél era un domingo y ya se habían permitido las visitas, bajo control; hay muchas fotos de familia de anónimos, supervivientes por suerte, pero penados por desgracia; esta foto es de cuando la bondad y la generosidad católicas imperantes permitía ya ser visitados por hijos, esposas, madres; por supuesto, no son fotos de familia de las primeras hornadas; las primeras hornadas perecieron sin opción divina alguna, y las segundas y las terceras; el azar de los azares vino a ayudar a algunos; el azar de los azares -ay, de esa Jano que nunca sabes qué viento la hace soplar y en qué dirección- llegó para condenar a otros; mira con atención esa foto carcelaria, suavizada por el encuentro; foto propagandística de un régimen feroz que dejó hondas secuelas; ve resignación, apariencia de acatamiento, caras de buenos chicos para redimir condena y salir antes de la cárcel, si era posible; no puede evitar comparar fotografías, individuos, miserias y beneficios; no puede soslayar la imagen de los vencidos frente a la de los vencedores; piensa en la infamia del pasado y en la infamia del presente; si la dignidad existe, hay familias como las de la foto, que pasarán a ese sucedáneo abstracto llamado Historia con dignidad; de otras, está por ver.


jueves, 8 de diciembre de 2011

ocho de diciembre



seguir este sucederse los días, piensa, implica dos verbos pero también dos dinámicas, conceptuales y naturales, vinculadas pero diferentes; no sé cómo puede haber gente que crea ver las cosas con sencillez, y digo crea ver, porque dudo que las vea, me comenta mientras limpia el vaho de la cristalera; la gente simplemente reduce al factor simplicidad sus incapacidades para ver, incluso para saber mirar; sé que para no perder la razón, la mental, me refiero, la otra se va perdiendo y recuperando día a día, hay que tener clara la distancia con los acontecimientos; incluso cuando los acontecimientos te atropellan y están a punto de pasar sobre ti, aun en ese momento de dolor y de rabia, debes hacer el esfuerzo de calcular una distancia analítica, aunque sea imperceptible la física; no te creo capaz de obrar tú mismo con ese autocontrol, le indico aprovechando su temple al hablar; nunca se sabe, nunca sabemos cuándo podemos reaccionar de manera opuesta a lo que nos pedirían las circunstancias; ¿es que acaso no estamos aceptando que la tela de araña que se está tejiendo sobre todos nosotros nos deje atrapados?; acaso sea mejor que nos amarre una telaraña que el ámbar, le contesto ya ironizando; no creas, ambas efectúan sigilosa y pausadamente su cometido, pero la telaraña no deja huellas, mientras que el ámbar...quién sabe, apostilla, dentro de equis tiempo alguien nos encontrará y nos contemplará estéticamente, permaneciendo en un no ser pero aparentando estar vivos; sería una bonita manera de que alguien nos recordara, una memoria verdaderamente preservada, si bien una memoria -una muestra más- de la destrucción del hombre...



domingo, 4 de diciembre de 2011

De las ilusiones a la utopía



Dice Giacomo Leopardi, en su Zibaldone di pensieri (Mezcolanza de ideas)

"El placer más sólido de esta vida es el vano placer de las ilusiones. Considero las ilusiones como algo en cierto modo real teniendo en cuenta que son ingredientes esenciales del sistema de la naturaleza humana, otorgadas por la Naturaleza a todos y cada uno de los seres humanos; de manera que no es lícito entenderlas como sueño particular sino como propias del ser humano y queridas por la Naturaleza. Sin las ilusiones nuestra vida sería la más mísera y bárbara de las cosas. Parece un absurdo, pero es exactamente verdadero que, siendo todo lo real una nada, no hay cosa más real ni sustancial en el mundo que las ilusiones."

No, no creo que se trate de una visión quijotesca. Crear ilusiones estimula. Valorizarlas hace caminar. Tampoco es algo que se produzca como una proposición consciente. Las ilusiones son, probablemente, hijas naturales de la condición humana. Es un elemento regenerador, reflejo, que emana del instinto primigenio y que se refuerza con el cultural, no obstante las luces y sombras que lleva implícito el propio desarrollo de lo que damos en llamar cultura humana. Es cierto que podemos poner luego muchos apellidos, convertirlas en objeto de reflejo especular o de ensimismamiento neurótico. No me interesa tanto el tema de las ilusiones que solo aspiran a fruslerías, a naderías, a esa ambición tan extendido de la posesión de bienes o de la posición social. Pienso en las ilusiones utópicas. En aquello que, de alguna manera, se convierte también en tendencia dentro de individuos o grupos de individuos. La idea de un ordenamiento cada vez más sensato y seguro de la supervivencia en y de la vida integral de la Tierra. La mejora de las condiciones de vida, las conquistas sociales, la persecución de los principios de libertad y justicia, el anhelo de la igualdad, la redistribución de la riqueza, la armonización entre la defensa de esos principios en cada ejemplar de la especie y a su vez en la colectividad, sin que unos interfieran y coarten a otros. Suenan a términos y conceptos muy manoseados, pero que se han afrontado parcialmente y que si no estás ojo avizor de manera continua merman o desaparecen. Es probable que esa búsqueda de la realización de las ilusiones utópicas, que se han convertido tantas veces en cantos de sirena, nos dé a veces la impresión de que se agota. Hay demasiado desánimo en nuestra proximidad, aunque no se puede decir lo mismo de otros ámbitos culturales y territoriales del planeta. ¿Por nuestros miedos, por nuestra ceguera, por asirnos a lo inmediato perdiendo la perspectiva del futuro? Yo creo que nada acaba, que siempre se está empezando una y otra vez. Que el problema que nos angustia en Occidente es no saber adaptarnos y plantearnos un nuevo modo de afrontar las utopías. Es no saber invertir el sistema de falsos valores que nos ponen la soga al cuello ya no de unas condiciones de vida dignas sino de una supervivencia razonable. Tampoco creo que el último refugio utópico sea la estética. Ésta puede ser un territorio aparente que, como guardiana seductora de las ilusiones profundas del hombre, nos desvíe de los objetivos esenciales. Por eso mismo admiro a quienes han perseverando siempre en el viaje a la utopía. Los que han hecho de sus ilusiones un principio de vida y de conducta abierto y compartido.



(En memoria de Neus Porta i Tallada, fallecida recientemente, tras muchos años de perseguir utopías junto a Paco Fernández Buey)



jueves, 1 de diciembre de 2011

¿Perdedores o perdidos?



Hay días en que me quedo plantado y boquiabierto ante este grabado que tengo colgado de la pared. Es la imagen de la derrota pura y dura. Pero también es la persistencia en la derrota. Sancho Panza, el siervo del hidalgo, tira de su rucio que carga con su señor Don Quijote, y a su vez tira de Rocinante que va tan molido como su caballero andante y encima tiene que trasladar sobre sus lomos toda la chatarra con la que pretendía llenarse de gloria. Es el final de un capítulo que comienza con que el bueno de Rocinante, dejándose llevar por sus dignos instintos, va hacia unas yeguas con intención de refocilarse con ellas, pero el grupo de arrieros que las trasladan no permiten que se las acerque y la emprenden a estacazos con el animal. Naturalmente, en viéndolo el héroe y su criado, les falta tiempo para ir a enfrentarse a los arrieros ante la tropelía cometida por estos. Error fatal: los arrieros son unos cuantos y Don Quijote tiene la osadía de considerarles villanos y hacerles frente.

- A lo que yo veo, amigo Sancho, estos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea. Dígolo porque bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos le ha hecho a Rocinante

- Qué diablos de venganza hemos de tomar —respondió Sancho—, si estos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y aun quizá nosotros sino uno y medio?

- Yo valgo por ciento —replicó don Quijote. (1)

Tengo la impresión de que ese error de valoración de Don Quijote, que se repite una y otra vez a lo largo de la novela, por más que Cervantes lo disfrace de locuras, no es sino producto de una visión que hoy llamaríamos desenfocada e idealista de la vida. Una visión irracional que conduce una y otra vez al fracaso, al golpe en el lomo y a la eterna condena a unos amos. Cierto que si te ciñes a la novela literalmente podría parecer que se trata de las soberbias de un hidalgo que no ha dado un palo al agua en su vida y se pretende salvador de todo tipo de causas, sin que nadie le solicite que intervenga. Por supuesto, tras el batacazo que se lleva el rocín de nuestro héroe es éste mismo y su fiel criado los que vuelven a llevarse una tunda de palos por pretender parar los pies a un montón de hombres y lo que es peor, sin haber mediado diálogo previo con ellos. Eso explica ese batirse en retirada -ambos hombres y ambos animales agobiados, maltrechos y desmoralizados- del grabado que traigo a colación.

Lo más curioso del resto de este capítulo, y esto acontece, como ya digo, nuevamente en otros, es que el ingenioso hidalgo no da su brazo a torcer y siempre busca explicaciones huidizas, ensoñadoras y disparatadas para justificar sus desatinos. Mientras, Sancho Panza, convertido en la otra voz de la conciencia, la cabal, sensata y razonadora, trata una y otra vez de hacerle ver cómo son las cosas y no como Alonso Quijano quisiera que fueran.

¿No tiene analogías esta enjundiosa novela con nuestro tiempo, nuestra situación y demás circunstancias? No me refiero ya solamente a resultados electorales que parece que no enseñan a los perdedores, sino, en general, a un enfoque de vida que nos involucra a todos los ciudadanos y que parece que seguimos en dirección a estrellarnos. Porque no seamos ingenuos. Cada ciudadano persigue también sus triunfos efímeros, la ocupación de supuestos castillos, el enfrentamiento con pretendidos gigantes y la conquista de dulcineas sin medir el valor de lo real que se va perdiendo: el grado de deterioro del suelo que pisamos, del aire que respiramos, de la demografía que impacta sobre las necesidades del planeta y de las condiciones de vida que nos encierran cada vez más en los estrechos márgenes de la sumisión. No. No se trata de ir de perdedores y de recrearnos a lo masoquista en los golpes que vamos a ir recibiendo. Hay que replantearse la lucidez y por lo tanto llamar molino al molino y venta a la venta y no castillo. Hay que dejarse de lamentos y a su vez de idealizaciones, sin subestimar a los grandes poderes pero tampoco sin acomplejarse por sus medios para doblegarnos. Naturalmente, para ese objetivo hay que mirar con otros ojos y no precisamente a nuestro ombligo. Hay que reconducir la fuerza del cerebro más allá del límite reduccionista del hombre consumidor de nuestro tiempo. Hay que superar el doble desafío de sentirnos perdedores y de andar perdidos. Sin soberbias quijotescas.



(1) Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha. Primera parte. Capítulo XV.

lunes, 28 de noviembre de 2011

De qué se ríen, oigan


Esta escultura, sita en unos jardines de Oporto, siempre me pareció enigmática. Un grupo de espectadores, sentados en unas gradas, se troncha de risa. Nunca supe si el espectador que se cae es porque se desternilla y la propia inercia de su emoción le precipita gradas abajo, o porque le empujan los individuos que permanecen acomodados. Da la impresión de que la escena es contemplativa y por esa razón el paseante que se detiene ante el conjunto trata de reconstruir lo que hay en la zona opuesta al grupo. Es decir, en el primer plano. Es decir, donde te sitúas tú. Tratas de comprender qué situación les convierte a los figurantes en pasto de las carcajadas. Y miras en derredor por si hay una invitación para que entres también en el juego de la risa. Debe ser una comedia, piensas. Debe ser una chanza, un homenaje a los viejos espectáculos que trataban de aliviar las penas. ¿Y si el objeto de risa son ellos mismos entregados a ese ejercicio desbocado? Pero la caracterización de esa concurrencia te resulta siniestra. Estos, se te ocurre, no están para hacernos reír. Estos se ríen de todos nosotros. De ti, que pasas de largo. De ti, que no quieres pensar y metes la cabeza en el agujero. De ti, que te angustias con los acontecimientos. De ti, que fantaseas. De ti, que trabajas y pagas impuestos para que ellos se lo pasen bomba. De ti, que entras al trapo y les entregas tu vida. El telón se abrió hace mucho tiempo. La obra que se representa acaso entra en su último acto.

"La pinza de la doble crisis energética que padecemos –final de la era del petróleo barato, y desestabilización del clima del planeta– atenaza las posibilidades de vida humana decente sobre el planeta Tierra. Desde el punto de vista socioeconómico, la guerra de los ricos contra el mundo llamada neoliberalismo prosigue básicamente sin control. Estamos en la cuenta atrás y quizá en la siguiente gran crisis sistémica no tengamos ya ni el mínimo margen de maniobra necesario para llevar a cabo una transición no catastrófica. Hay que apostar por poner en el centro la acción sociopolítica y reactivar la política en sentido fuerte. Ni la democracia puede ser asunto de políticos profesionalizados, ni la sostenibilidad cabe dejarla en manos de ecologistas e ingenieros ambientales: son los asuntos básicos donde nos va la vida, donde nos jugamos el todo por el todo; nos atañe a todos y todas. Tiene que ser objeto de una política avecindada con la ética y practicada desde la base."


(Introducción a Frente al abismo, artículo de Jorge Riechmann -sí, el mismo Riechmann que es poeta- en la revista PAPELES de Relaciones ecosociales y cambio global, ver http://www.fuhem.es/revistapapeles/ . Ver el artículo copleto en este enlace:http://cursolimitescrecimiento.files.wordpress.com/2011/09/riechmann-frente-al-abismo.pdf )


domingo, 27 de noviembre de 2011

veintisiete de noviembre




pasar la tarde leyendo a Lêdo Ivo, como si no hubiera tarde; como si el tiempo fuera un artificio; y leer sin músicas celestiales, a pecho descubierto, en zigzag por los versos, cosas tales como:

No soporto ya las cosas claras.
Como en la infancia, quiero esconderme
de todos y de mí mismo.

y tener la sensación de que esa voz es también su voz; que esa voz fue robada en el crisol de su pensamiento y en la hoguera de sus deseos; que esas sensaciones -el poeta no usa palabras, hornea sensaciones- han sido algo constante a lo largo de su historia intransferible; y la tarde ha sido breve, como acontece con el placer; y la lectura ha sido reveladora, también aquí la voz del poeta es su voz:

Mujer, último refugio de la noche,
es en ti en quien me escondo
en el día incomparable.

sabe que esa voz no es en absoluto ajena; que todas sus resonancias le bullen dentro de su pecho.



(Las estrofas pertenecen al poema El espantapájaros, del poemario Plenilunio, del brasileño Lêdo Ivo)

sábado, 26 de noviembre de 2011

veintiseis de noviembre




creo que María Zambrano tenía razón, me dice cuando entro; le he encontrado abstraído y sobrio, incluso de modales; tan pronto se contempla la palma de la mano como mira hacia la cristalera a través de la cual se ven los abedules; un disco reproduce los concerti a cinque de Albinoni y no se ha molestado como otras veces por haberle interrumpido; perdona si no te entiendo, le contesto; sí, insiste, cuando dijo aquello de que el que mira es por lo pronto un ciego que no puede verse a sí mismo; la gente necesita mirar para saber cómo es por dentro; necesita mirar fuera, alrededor, debajo, pero me pregunto: ¿saben mirar? ¿saben enfocar su visión? ¿pretenden saber sobre lo que ven? ¿lo interpretan? ¿lo proyectan en su interior? ¿y acaban viendo?; pero debe haber una predisposición, un intento, una atracción; diría más, deben aquilatar su esfuerzo, y eso se traduce en pensar; escucha, escucha lo que sigue, me dice girándose hacia mí: y así busca siempre verse cuando mira, y al par se siente visto: visto y mirado por seres como la noche, por los mil ojos de la noche que tanto le dicen de un ser corporal, visible, que se hace ciego a medida que se reviste de luminarias centelleantes; ¿no es esto lo que acontece en estos tiempos de inciertos e infelices deslumbramientos?, concluye él a su modo; pero sabes perfectamente del lenguaje metafórico de la Zambrano, le digo para aliviarle un cierto deje angustioso con que interrumpe la lectura; y él: precisamente las metáforas sirven para asumir el estado de ceguera y, si no pueden con él, al menos lo aligeran y conduce los pasos en otra dirección; ¿pero qué pasos se están dando hoy día?; el bajo continuo del violoncello nos ha dejado callados; ambos palpábamos el poder de la oscuridad con que nos recubría la música; todo lo vivo parece estar a ciegas, decía ella.




viernes, 25 de noviembre de 2011

veinticinco de noviembre




le devora por dentro esa sensación de que un acto de la obra de teatro ha concluido, con un mayoritario aplauso; que los espectadores, aunque ellos se han creído actores, han respirado con alivio; no sabe muy bien de qué se sienten aliviados; desde luego, opina, no de su estupidez; quedan bastantes actos en este drama, ¿o es comedia, o es entremés?, algunos ya con guión y otros apenas pergeñados; rápidamente se ha hecho el silencio durante estos días, se intuyen las maniobras orquestales en la oscuridad, se percibe cierto fragor de los acuerdos y ordenamientos por encima de nuestras cabezas; eso le da en pensar y le deja mal gusto la situación anodina e indefensa que parece rodearnos; por si fuera poco, dice, salta a escena como una fiera indomable la gran señal; dice que escucha -¿o solo lo imagina?- al público comentar: aprovechemos la paga extra, por si es la última por un tiempo; la gran señal ilumina calles, agita las entradas y salidas de comercios, pone rostros postizos; no necesitaría un calendario, me ha dicho mientras abría su tercera trapense fuertemente malteada; con observar las conductas tribales sabes con una aproximación casi al cien por cien en qué momento del año te encuentras; ¿y si la recesión, la depresión o el hundimiento, como se la tenga que llamar, apaga la gran señal precisamente en estas fechas?, le replico con ironía; ha contenido con cierto esfuerzo la palabrota, se ha quedado ido y me ha ofrecido un sonoro eructo.




(Fotografía de Francesc Català-Roca)



jueves, 24 de noviembre de 2011

Montserrat Figueras: la sibila no muere



La voz de la sibila vive y no hay juicio final alguno que pueda empañarla. Los miedos del fin del mundo que acontecieron en Europa hacia el año mil dieron lugar a diversas versiones del canto de la sibila, plasmadas primero en latín, y generaron durante los siglos posteriores representaciones litúrgicas. Aunque la sibila es la figura por excelencia del oráculo griego, el cristianismo se reapropió de ella para atemorizar a la población, hablando del fin de los tiempos, del Apocalipsis, en definitiva. Y haciéndolo justamente en uno de los momentos en que según la misma creencia religiosa tendría que ser de los más felices: la Navidad.

Fue hacia el siglo XIV cuando el canto dio un salto a las lenguas populares del mediterráneo occidental, la occitana y la catalana. La representación del drama se ha mantenido en diversas poblaciones francesas, portuguesas y españolas hasta hoy. Pero ha sido la actualización y divulgación efectuada por Jordi Savall y la voz de la soprano Montserrat Figueras, desgraciadamente fallecida ayer, la que ha permitido un conocimiento más extenso en nuestros días, más allá de los reducidos marcos habituales de su puesta en escena. No, con Montserrat Figueras no desaparece la desgarradora y profunda voz de la sibila ni la armoniosa y orfeica que creara Monteverdi.




lunes, 21 de noviembre de 2011

veintiuno de noviembre



El renombre o la propia persona,
¿qué es más digno de estima?
La propia persona o las riquezas,
¿qué es lo más importante?
Ganar o perder,
¿qué es peor?

por qué recurre al texto clásico chino es un enigma; hay algo de homeopatía del pensamiento cada vez que algún suceso que le parece importante lo sufre además en su cualidad grave; hay una necesidad en echar mano de una dimensión que le calme; justo buscar palabras que no pueden entenderse como palabras, según indica el mismo lenguaje del Dao; y no obstante, buscar la calma en la ausencia puede ser beneficioso a corto plazo, para evitar la herida del impacto emocional; siente siempre como duelo cada acontecimiento exterior que sospecha que gravita con dureza sobre él; y para conjurar la desnudez del instante, y para sortear la confusión resultado de la claridad, otorga cierto valor sacro a algunas sentencias del compendio chino; podía haber elegido pasar todo el día bajo una higuera, pero llovía; podía haber recurrido a una ociosidad que le despistara, pero solo aplazaría su estado; ese tipo de textos crípticos, en los que no cree pero en los que se solaza, le hablan contra la propia forma del sentido que aparentan; sabe que, tal como sucede con otros textos agrupados de diversas culturas apropiados por castas o con transmisiones orales que adquirieron forma y a su vez se reutilizaron desde sectas, formulan muchos y diversos significados, nunca los mismos, nunca rígidos, jamás definitivos; ofrece y subyace narración en ellos y la literatura es naturaleza a cielo raso y luz en las tinieblas; sabe que, sea cual sea el medio como fueron utilizados y el fin a través del cual se pretendieron alcanzar objetivos absolutamente mundanos, también contienen puntos de meditación abiertos y aceptables; no ignora que el Lao Zi puede ser un libro del arte de la guerra, según dicen los estudiosos, y acaso él busque pertrecharse en la batalla contra su propia comprensión de la vida; al final de todo resulta que ese libro que propone la ausencia de las palabras genera palabras con tantos sentidos como se quiera hallar en él; por eso termina de leer el capítulo desde su elemental condición de hombre de abajo:

Una gran ambición conduce necesariamente a la ruina,
quien mucho acumula inevitablemente sufrirá grandes pérdidas.
Por eso, quien se contenta no conoce la humillación,
quien sabe refrenarse no conoce el peligro,
y puede vivir largo tiempo.







domingo, 20 de noviembre de 2011

La verdad Acton





"El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente."

Me parece importante y oportuno traer a esta página el aforismo del historiador burgués y católico John Emerich Edward Dalberg-Acton, Lord Acton. Vista la historia de España de los últimos años, la primera parte de la frase ya se ha ido comprobando, aunque los casos conocidos no han sido objeto de justicia y dudo que lo vayan a ser. Ahora, españolitos que habéis venido al mundo, a esperar que se cumpla la segunda parte del designio. Y si así resulta, es porque lo habéis querido. Y ojo, que hay muchas maneras de corromper. Simplemente, siguiendo las indicaciones de los amos del mundo.

sábado, 19 de noviembre de 2011

diecinueve de noviembre


ha partido un buen trozo de queso, muy añejo, muy picante; siempre le gusta ir contra los órdenes y los usos, así que ha abierto también para acompañar un viejo Riesling que se trajo de Mulhouse, que acaso no pegue, pero la botella ha caído entera; ¿sabes?, me ha dicho mientras jugueteaba con las migas y las cortezas del queso sobre la mesa, de niño deseaba con frecuencia que viniera el caballito volador y me llevara con él; ¿y llegó a venir?, le he respondido por reflejo, tontamente, en medio de mis vapores; no, ha contestado, pero soñaba tanto con él que era como si me transportara y en los sueños conocí muchos paisajes; ¿conociste también gentes?, se me ha ocurrido insistir; las gentes nunca me interesaron demasiado, por eso necesitaba el caballo volador, para huir de ellas; ambos nos hemos quedado callados un rato, vaciando otra variedad más agresiva de vino; luego, ha hablado: creo que esta noche necesito de nuevo que venga el caballito, porque, ya ves, cuando crees que tienes superados los mitos de tu infancia los invocas de nuevo; ¿es como si no desearas que llegara mañana?, se me ha ocurrido replicarle; y él: es como si necesitara saltar hacia adelante en el tiempo...



(Pintura de Pedro Monje)

sábado, 12 de noviembre de 2011

doce de noviembre



en tiempos de mediocridad, hay que buscar el sueño; no el adormecimiento, se dice a sí mismo, sino la capacidad de crear que en mayor o menor medida tiene cada individuo; y se encuentre o no esa llama interior al menos buscar el modo de disfrutar de lo que otros han creado; participar de la creación es integrarla en uno mismo; la belleza, por ejemplo, ¿dónde encontrarla sino en la propia materia?; ese afinamiento que sin dejar de ser misterioso está traído a este mundo de los vivos por el esfuerzo y la insistencia de sus artesanos; toda esta reflexión nada original viene a cuento de que ha estado mirando vídeos de danza esta noche; la misma composición de Ravel con dos intervenciones diferentes: Maya Plisetskaya y Silvie Guillem; detrás, la sombra del gran Maurice Béjart; ni por asomo se plantea elegir, ¿cómo elegir entre lo que es hermoso?; le horroriza la idea de la competencia y de la selección entre aquello que no tiene fisuras y que le empequeñece a él; se ha limitado a disfrutar con una y otra interpretación; ¿es más serena y madura la Plisetskaya? ¿es más salvaje e inquieta la Guillem?; qué importancia puede tener eso, piensa despreciativamente; lo que cuenta es el fuego, lo que habla es el movimiento, lo que conmueve es la ensoñación que ambas ponen en nuestras manos.




Maya Plisetskaya (Coreografía de Maurice Béjart)

Sylvie Guillem (Coreografía de Maurice Béjart)


Para ver la interpretación de Sylvie Guillem, hacer clic en estos dos enlaces:






Gracias.

jueves, 10 de noviembre de 2011

diez de noviembre


le resulta curioso el desfile en fila india; los días pasan, más transversales y secantes de lo que las hormiguitas humanas sospechan; por mucho que algunos quieran permanecer al margen de los días y de quienes controlan a su manera los días, no es posible; se puede apartar la mirada, hacer guiños a la estrellas, apurar una botella, piensa convencionalmente; pero todo te sigue cayendo encima o saliendo a tu paso o bloqueándote las rutas; los hombres y los días están alterados, algo no casa bien entre ellos; ha rescatado a Blaise Cendrars y se vuelve un díscolo del pasado; no cree a estas alturas demasiado en el viaje en Transiberiano, aunque así, literalmente, es algo que tiene pendiente desde las primeras lecturas; ¿se evadiría si lo realizara?; no estoy siguiendo ni debates ni programas ni cantos de sirena, me ha dicho esta mañana junto al quiosco de periódicos; no hay ruido en la calle, lo cual se agradece, ha dicho; no es que no me interese por el ojo del huracán, el verdadero, el que presagian negras tormentas, me precisa (y aquí sé que me acaba de hacer un guiño sentimental); es que no creo en la manera que tienen de contármelo, ni en lo que se guardan, ni en lo que nos deparan; ¿no eres demasiado tenebrista?, se me ocurre espetarle para salvar el humor; no me fulmina con la mirada, debe sentirse bondadoso hacia mí; sólo atina a suspirar: ay, hermano hormiga...




martes, 8 de noviembre de 2011

ocho de noviembre (casi medianoche)


en aquel lienzo de pared está aprendiendo más que oyendo sermones electorales; se pregunta si es más repulsiva la imagen de los que van detrás del pastor o la de quienes van delante; da la impresión de ser el mismo ejercicio; parece que van en la misma dirección, a cumplir un cometido semejante, a ser conducidos a análoga emboscada; y sin embargo él ve un matiz en el desfile de los insectos que se anticipan al ejecutivo; es como si supieran el camino a la perfección; como si tomaran la delantera responsablemente y asumieran ya la tarea por iniciativa propia; como si tuvieran interiorizadas las órdenes; como si marcharan aleccionados; sabiendo qué destino les espera prefieren ser ejemplares a remolones; reflexiona sobre esa variante conductual de los insectos; en el comportamiento de quienes sabiéndose parte de la grey se complacen en aparentar que la dirigen o que forman parte de su cuadro de mandos; ¿se reconocen los individuos en el camino, en el sentido que han tomado o en la manera de arrastrarse?; demasiada película a punto de medianoche, piensa

ocho de noviembre



tiene un sentimiento contradictorio sobre las hormigas; le simpatizan porque se acuerda de aquellas exploraciones infantiles sobre ellas; más tarde, cuando lo de la fábula de la cigarra, empezó a sentir tirria hacia la imagen de las hormigas; ya se sabe con qué objeto se inventaron las fábulas, como en otro tiempo se hiciera con las parábolas; fórmulas de adoctrinamiento, piensa; métodos de integración, no duda; él mismo los ha seguido, cuestiones de supervivencia, de no escape, de aferrarse a un comportamiento de conjunto para que no te aplaste el conjunto; ¿o al final sucede lo contrario?; pero ese mundo tan metódico y programado empezó a horrorizarle hace tiempo; no, no resta un ápice su admiración por las hormigas; mundus formicae, declina, mundus formicae est, asevera desde la tarima y la pizarra de su pensamiento; pero ese traslado de la imagen de ese mundo al hábitat del humano le rebela; vuelve a pensárselo: ¿y si resulta que precisamente ese ordenamiento riguroso y sumiso de las hormigas humanas es la causa del cataclismo?; piensa en lo que dice la canción de Brassens: porque en el mundo pues no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado; encoje el entrecejo ante la fila india; tuerce los morros ante el acatamiento; aprieta los puños ante la entrega incondicional; tal vez el abanderado vaya disfrazado de ejecutivo jovial y camelador; pero ¿cuántos disfraces más guarda en su armario el abanderado de turno?; escupe sobre la acera y coge una calle en dirección contraria, por donde no vaya gente; como un símbolo ¿inútil?


lunes, 7 de noviembre de 2011

siete de noviembre (avanzado)


los hombres deberían superar lo creíble, me ha dicho; no pasan de ese plano; a veces no logran ir más allá ni siquiera cuando los acontecimientos deberían obligarles a ratificar o a descalificar sus creencias; no sé por qué aún hay quienes están expectantes, ha insistido; ¿no crees en el diálogo?, le he sugerido tímidamente; no hay tal entidad, me responde; sólo existen bloques de palabrería, apenas diferenciados unos de otros; están cerca, están en el mismo punto, acaso son lo mismo, y no quieren reconocerse en ese ámbito; para cualquiera de los litigantes sería una concesión; son torpes -y en este punto se vuelve vehemente y repetitivo- pero no quieren admitirlo porque no persiguen sino su parcela, su afianzamiento; ¿y nosotros, el pueblo, qué somos?, se me ha ocurrido prospectarle; parte del circo, dice, circenses ora en las gradas, ora en la arena; imbéciles con la soga al cuello; ha mirado el cielo, gris, y me ha dejado con la palabra en la boca



siete de noviembre (pronto)



la luz es turbia desde que echa a un lado las sábanas; ¿quién sabe más de sus sueños? ¿las sábanas o él mismo?; no le cabe duda, las sábanas se impregnan de su calor, de su olor, de la inquietud de sus movimientos; las sábanas se dejan herir también por su apuñalamiento; deben saberlo todo de su secuestro nocturno; el agua y todo eso que se hace al levantar es como una barrera a la noche, pero no una exclusión; ha arqueado las cejas como un gesto de ratificación; nunca se había contemplado tanto las cejas, tan pobladas, tan vehementes en hacerse notar; la luz es turbia al otro lado de su guarida, donde hoy no siente el cimbreo de los árboles ni escucha el murmullo del riachuelo; es más turbia cuando se pone a andar por la calle y echa pestes de que ésta se haya convertido en un almacén de muebles, de señales, de objetos que la ocupan y borran su perspectiva; el ruido del tráfago rasga el escaso humor que le queda; grandes cartelones colgados de las farolas abusando del azul enseñan, enseñorean, personajes ridículos que anuncian la felicidad para los pobladores; ¿habrán convertido también al ave marina del icono en algo ridículo?; demasiado retoque en unos rostros que se le antoja de muertos; él ama el azul, pero ya se ve que el color, ese color, cualquier otro color, que no pertenecen al dominio de los hombres, puede ser adulterado y prostituido por los hombres; la luz es turbia y no puede elevar la mirada, le hace daño el azul de los carteles; si al menos el día estuviera despejado, piensa; si al menos hubiera todavía algo del auténtico azul dentro de mí, murmura calladamente; el color que no se trueca enseguida en símbolos, sino en percepciones libres…




(Fotografía de Jorge Molder)

sábado, 5 de noviembre de 2011

cinco de noviembre



el café estaba cargado, sabía bien; ha pasado rápido las páginas del diario que ordinariamente le resulta más creíble; aunque tiene claro el papel que juega ese diario más creíble, lo cual le hace siempre leer ciertos temas entre líneas, por lo tanto poner en duda credibilidades; poco interés por el relato de los artículos que aparecen hoy; se siente escéptico, cada día más, y la expectación por los acontecimientos ordenados es ausencia en él; en contra de lo que muchos podrían pensar, su propio escepticismo le libera por una parte y le hace sufrir por otra; solo le ha llamado la atención un artículo que en el titular se pregunta sobre una posible muerte provocada de Albert Camus; un asesinato político, que señala a la policía posestalinista; a estas alturas considera que todo es probable; muertes con apariencia casual han tenido largas manos interesadas, por parte de todo tipo de regímenes políticos, económicos o de clanes; por lo demás, y salvo la referencia a un escritor checo que vivió siempre en represión (represión de no poder publicar, por lo tanto de no poder expresarse como hubiera querido) un tal Jan Zabrana, del que jamás había oído hablar, el artículo no le aporta mucho más; oye citar por primera vez los Diarios de ese escritor; mientras repite una taza de café medita sobre Camus, que siempre le ha parecido un incorruptible del librepensamiento, que se granjearía enemistades y, si Zabrana tiene razón, hasta su desaparición física; el nombre Camus es para él un resorte; debería releer La peste, piensa, ¿o acaso La caída, que tanto le ha fascinado, o El hombre rebelde?; deberías, y durante este mes vas a necesitar bastante oxígeno, le indica la otra voz desde dentro; y los próximos tiempos, salta él.



martes, 1 de noviembre de 2011

recordando a Tadeusz Kantor


“En 1971 vivía en un pueblecito de la costa que tenía pequeñas casitas y un colegio con el aspecto más pobre de todos los colegios posibles -estaba abandonado y vacío y sólo contaba con una clase-. Podía mirar a través de los cristales sucios de las dos ventanas, ventanas miserables. Pegué la cara a la ventana y miré dentro de mi propia mente. En mi memoria trastornada era un niño pequeño otra vez sentado en una pobre clase de pueblo. Su pupitre estaba rayado con marcas de cuchillos y mojaba sus dedos llenos de tinta para pasar la página de la cuartilla. El tanto frotar había hecho que los granos del suelo de madera fueran visibles. La clase tenía paredes blanqueadas y en la parte de abajo se desprendía la cal. Había una cruz negra en la pared. Hoy sé que hice un descubrimiento importante junto a esa ventana: me di cuenta de la existencia de la memoria".

Tadeusz Kantor


La superficie de los rituales, ¿qué oculta o qué preserva en los individuos? Es una pregunta que no cesa de hacer a lo largo del tiempo. ¿Hay algo más por debajo, por detrás o en medio de las señales de compromiso y de las palabras huecas? En la medida en que los rituales han sido empañados, absorbidos y desvirtuados por la comercialización y la publicidad, mira a los individuos que le rodean, pero no les pregunta. Para qué. Nadie va a responderle, salvo aquello convencional. Y todos van a cumplir, sea la fecha que sea, como autómatas. Él no se ha movido hoy. Hace años que el ritual no va con él. Por lo tanto no ha comprado flores, no ha pisado un cementerio, no ha tenido un pensamiento especial o diferente -que no tenga en cualquier momento- con quienes le han precedido en el signo de la nada.

Pero Tadeusz Kantor le ha despertado del letargo del día festivo. Hace tantos años que vio La clase muerta que, aunque no recuerda con demasiada precisión, no olvida que trataba sobre el recuerdo y la muerte. Unos cuantos personajes viejos, pero viejos-muertos, hacían que volvían a la escuela y eran acompañados por sus propios espectros: ellos mismos de niños, representados en la escena por muñecos que llevaban encima, a sus espaldas, muñecos-niño versus escolares-viejos y muertos. Tal parecía que la encarnación del espectro fuera lo otro, lo pasado, esos niños o memoria de sí como niños, que se reencarnaba en los escolares-viejos formando una unidad. No había distancia entre tiempos ni entre vida y muerte. La paradoja estaba allí: los ancianos representaban los comportamientos y el recuerdo de su infancia escolar, pero la infancia estaba muerta y ellos lo estaban también. Y todo el argumento se desarrollaba con escenas de aprendizajes, memorizaciones, actitudes del maestro y comportamiento de alumnos. ¿Representaban los ancianos lo que habían aprendido, no tanto las lecciones de las clases, como la intensidad de lo vivido?

¿Pretendía Kantor hablar solo de la muerte en abstracto o como hecho determinante? ¿O como la muerte en vida, en que a medida que pasa el tiempo el pasado no es y se va teniendo la sensación de que lo aprendido, o al menos la memoria de lo aprendido, radica allá atrás y ya empiezas a estar muerto si no sientes en cada nueva circunstancia que vives el calado y la emoción que sentíamos de niños? No cesa de preguntarse si ésta es la verdadera reflexión, o al menos un camino posible y más correcto hacia una respuesta coherente. Debe ser por esa razón por la que los rituales religiosos y socialmente admitidos los encuentra francamente inútiles y vacíos de contenido.