Me ha impresionado el sencillo comienzo que protagoniza Harun Farocki en su película Nicht lösbares Feuer, El fuego inextinguible. Lo que lee, sí: un testimonio entre miles. Las manos convertidas en puños que se apoyan pesadamente en la mesa (¿Rabia contenida?) Y luego la incorporación de Farocki a rostro abierto hacia la cámara. Es decir, hacia nosotros, los espectadores. Habla el cineasta con firmeza deletreada:
¿Cómo podemos mostrarles el napalm en acción?
(Pienso si en nuestros días alguien con conocimiento de causa de las barbaries presentes -hambre, guerras, enfermedades, explotaciónes de recursos que son robos...- habla de este modo. Pienso entonces: ¿dónde moran los que se reclaman de las artes, de la inteligencia, de la estética, del conocimiento?)
Si les mostramos imágenes de quemados con napalm cerrarán los ojos.
(Depende de cómo se muestre, una imagen puede acercar o alejar el padecimiento de unos hombres a la mirada siempre lejana de otros)
Primero cerrarán los ojos ante las imágenes.
(¿Por repulsión, por no creer en lo que reflejan, porque la sensibilidad epidérmica de los bienpensantes y acomodados, incluidos obreros y parados de nuestro entorno, no desea aceptarlas?)
Luego cerrarán los ojos ante la memoria.
(Ahora mismo, probablemente los que leáis esta entrada penséis que a qué viene resucitar un episodio de la historia. Por supuesto, no estoy tan enfermo como para recordar un episodio de destrucción y muerte que causó elevadísimas víctimas con nostalgia. El horror no puede nunca desatar nostalgia ni melancolía. Ni en los que padecieron directamente ni en los que vivimos un tiempo en que las noticias del horror nos llegaban cada día)
Luego cerrarán los ojos ante los hechos.
(Muchos piensan: Los hechos de atrás son pasado. Son materia para historiadores y reporteros que de vez en cuando resucitan guerras y conflictos que vendan en las cadenas de televisión. Aquello, como todo, ya pasó y no hay nada que revolver; eso piensan muchos. Como si buscar explicaciones, anhelar justicia y sobre todo tomar como referente lo ocurrido con el fin de no repetirlo fuera enmarañar la vida de los primitivos actuales que somos)
Luego cerrarán los ojos ante el contexto.
(Ah, qué dice, ¿es que hubo un contexto? ¿No fue un holocausto donde los buenos ganan una vez más a los malos? Solo que los buenos no ganaron y los malos no eran peores que los buenos. Y aquel contexto, ¿solo es algo que se circunscribe al tiempo, al espacio y a la geoestrategia mundial del momento? ¿Que no fue algo casual? ¿Que no se entiende cómo el Imperio del Bien pudo no ser apoyado por Dios (in God we trust)? ¿Que nadie quiso aquello porque dos no riñen si uno no quiere? Como si los que riñen partieran de una posición análoga de fuerza. Por si alguien tiene dudas recomiendo El americano impasible, de Graham Greene)
Si les mostramos una persona con quemaduras de napalm heriremos sus sentimientos. Si herimos sus sentimientos se sentirán como si estuviéramos probando el napalm sobre ustedes, a sus expensas.
(El napalm, como la bomba atómica, como los gases, como cualquier arma bacteriológica que las bestias suelen soltar sobre otros hombres, no son mostrables con imágenes. Lo que se nos ofrece acaso no es parecido. Solo ficción, que nos quiere transmitir unos efectos. Pero los efectos no se transmiten, salvo que te destruyan in situ, salvo que te coman la carne, salvo que te borren del mapa. A eso que se ve a veces en un film o un reportaje habría que aplicarle lo de Magritte: esto no es una pipa. Es celuloide, transmisiones vía satélite, videonoséqué...En el trayecto de su emisión hay tiempo para desactivar el horror, reducirlo, minimizarlo. El horror que creemos ver en televisión es más simulación, y sin embargo, a veces ¡nos impresionamos con tal simulación! Farocki sabía de qué hablaba. El temor a sentir heridos nuestros sentimientos se llama MIEDO, PÁNICO, RIESGO, INSEGURIDAD, DESESPERANZA...¿Para qué tener, pues, sentimientos?, desearía bramar nuestro subconsciente más sincero)